Hasta la cumbre
26. agosto 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: IglesiaEntre las muchas florecillas de San Francisco de Asís, pocas ganarán en gracia y ternura a lo que le pasó con aquel campesino atrevido.
El pobre Francisco no podía ya con su cuerpo de cansado que estaba, con tanta oración, con tanta penitencia, con tanto atender a las turbas que le rodeaban siempre. Para reparar sus fuerzas maltrechas, quiere retirarse al monte Alvernia, tan delicioso para él, y gozar de Dios entre la paz de sus árboles, el frescor de sus fuentes y el cantar de sus pájaros.
Aunque está Francisco tan débil que para poder llegar han de pedir a un buen hombre lo lleve hasta allí en su asno. Van charlando amigablemente, cuando el labriego, sin muchos formulismos, le pregunta:
– Pero, ¿tú eres ese Francisco de Asís, de quien tanto hablan todos?
Francisco responde humilde: -Sí, hermano, yo soy ese pecador.
Y el otro, sin pelos en la lengua: -Pues tienes que ir con cuidado, y procurar ser tan santo como todos dicen, porque la gente tiene mucha confianza en ti, y no los puedes desengañar. Yo te doy el consejo de que no haya en ti nada que no sea lo que todos esperan de ti.
Francisco alza los ojos al cielo, baja del jumento, se arrodilla delante del rudo aldeano, y le besa reverente los pies: -¡Gracias por esa advertencia tan prudente que me das y que te ha inspirado el Padre que está en los cielos!
Aparte la florecilla de Francisco, ¿no se halla el cristiano ante una realidad muy exigente, como es la santidad que le pide su vocación de bautizado?…
El Papa, al concluir el Gran Jubileo e iniciar el Nuevo Milenio, aseguraba con toda su autoridad: -No dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es el de la santidad… Preguntar a un catecúmeno “¿quieres recibir el Bautismo?”, significa lo mismo que preguntarle: “¿quieres ser santo?”. Significa ponerle en el camino del Sermón de la Montaña: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (NMI 30)
El Papa recordó antes las palabras del Concilio respecto de la santidad de todos los bautizados: -Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor”.
Y añade el Papa un testimonio hermoso: -Este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos “genios” de la santidad. … Doy gracias al Señor porque me ha concedido beatificar y canonizar durante estos años a tantos cristianos, y entre ellos a muchos laicos que se han santificado en las circunstancias más ordinarias de la vida.
¿Qué significan estas palabras tan estimulantes del gran Papa Juan Pablo II?… Ante un mundo que se seculariza cada vez más, Dios le sigue ofreciendo la Iglesia como arca de salvación. Pero la Iglesia atrae y arrastra el mundo hacia Dios no con elocuentes discursos ni prodigios clamorosos, sino con el testimonio de la santidad de sus hijos. ¿Qué exigirá esto del cristiano?… Por fuerza, que la vida del cristiano responda a lo que significa su nombre: o el cristiano es un santo o no convencerá jamás al mundo.
Llama poderosamente la atención esa plegaria de la Liturgia, que le pide a Dios: -Concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este nombre y cumplir cuanto en él se significa.
Hacía bien el Papa en insistir una vez más sobre el valor de la vida ordinaria, la de cada día —la del hogar y la del trabajo—, como camino ordinario de la santidad. Con gran acierto, cita a los “genios” de la santidad, suscitados por Dios en su Iglesia como toque de atención y como estímulo.
¿Podríamos traer el caso de una Teresa de Jesús? ¿Algún “genio” de la santidad mayor que ella?…
Pues, bien; se dio en su vida un hecho curioso. La monja andariega había de ir a Madrid donde estaba la corte del Rey. Todos esperaban ver algo grande: milagros, éxtasis, prédicas arrebatadoras sobre Dios… Y Teresa causa una gran desilusión: -¿Esta es la santa famosa?… Porque Teresa charla animadamente con todos; pregunta y sonríe feliz; come con naturalidad; y cuando va por la calle dice con gracia: -¡Pues es bonito Madrid! ¡Qué calles más bellas!…
Eso, lo que vio y notó el pueblo, algo desencantado, porque pensaba que la santidad era otra cosa. Pero las Descalzas Reales, monjas a las que iba a visitar, comentaban muy diferente: -¡Qué bendición de Dios esta Madre Teresa! Es una santa bien fácil de imitar: habla, come y descansa como una de nosotras.
Porque ser santos no es otra cosa que llevar dentro de sí la gracia bautismal, y desarrollarla con las obras de cada día como voluntad de Dios e impregnadas todas de amor, pues Dios no pide otra cosa.
Ser santos es imitar la vida de Nuestro Señor Jesucristo, calcándola cada uno en la propia vida.
Ser santos es vivir con honestidad, en el trabajo, en el negocio, en la relación social.
Ser santos es hacer con perfección extraordinaria las cosas ordinarias de la jornada.
Ser santos es esforzarse por alcanzar la cumbre a la que Dios nos llama, dejando las pequeñeces y las medianías, y aspirando a las cosas más grandes. Sin rendirse, aunque se sienta el cansancio.
Como aquellos montañeros que, en medio de los Alpes encuentran una cabaña acogedora, en cuyas paredes leen esta leyenda estimulante: -Donde los demás abandonan, nosotros comenzamos otra vez. No se desaniman, y prosiguen la ascensión, tal como les indica la inscripción grabada en la parte exterior de la chimenea, que les indica con elocuente silencio las cimas más altas: -Mi puesto está en la cumbre.
El cristiano, por el Bautismo, es un profesional de la santidad. Y la Iglesia se siente orgullosa cuando la vida de sus hijos corresponde al título de su profesión: Santo, porque soy cristiano…