¡Necesitamos tantas cosas!…
17. agosto 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Nuestra FeCuenta un escritor, de hace ya bastantes años, lo que le tocó ver en una española venida a nuestras tierras americanas. Le dejo la palabra, que resumo de una página suya.
Por razón de un trabajo con su marido, hube de aceptar más de una vez la invitación a su mesa. Un día se le cae a tierra un pedacito de pan a la señora, que se inclina, lo recoge con presteza, y, con la naturalidad más grande, lo besa antes de llevárselo a la boca.
– Señora, le dije, yo nunca había visto hacer esto.
– ¿No?… Pues esto lo hacemos siempre en mi tierra. El pan es sagrado, y nos merece mucho respeto.
Me quedé muy pensativo, y otro día entendí la razón de gesto semejante. El niño de dos a tres añitos, caprichoso, agarra el pan, y lo tira con rabieta al suelo. La mamá le regaña, se lo da de nuevo, y le dice severa: -El pan no se tira nunca, porque el pan lo da en Niño Jesús.
Concluye el escritor:
– Estos dos hechos tan sencillos, y cargados de tanta pedagogía familiar, me hicieron entender más que un volumen de filosofía aquello que rezamos siempre: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. El pan viene siempre de la mano de Dios. ¿Cómo no va a merecer respeto sumo, cómo se le puede despreciar?…
Jesucristo tocaba muy de pies en tierra, y porque era muy práctico —después de hacernos suspirar por cosas tan altas como la santificación de del Nombre de Dios, el Reino y el cumplimiento de su Voluntad salvadora—, se acuerda de que nosotros tenemos hambre, que estamos cargados de mil necesidades, que a veces la cesta familiar nos preocupa mucho, que nos quedamos sin trabajo, que los exámenes se echan encima, que la salud nos juega alguna muy fea, que el corazón también sale por las suyas y hace soltar lágrimas a los ojos… Jesucristo sabía muy todo esto, y nos dice:
– Pedid a vuestro Padre del Cielo que esté al tanto de todas estas cosas que os preocupan… Él ya las conoce antes de que se las pidáis, pero quiere que le gritéis, y decídselo con una sola palabra que lo encierre todo: ¡El pan, el alimento de cada día!…
El Catecismo de la Iglesia Católica (2830) entiende que se trata de todo lo que necesitamos, desde el sustento hasta la última cosa que deseamos para nuestro bien: “El Padre que nos da la vida no puede dejar de darnos con el alimento necesario para ella, todos los bienes convenientes, materiales y espirituales”
Dios no abroga ni suspende ni atenúa aquella dura ley del paraíso: “Comerás en pan con el sudor de tu frente”. ¡Hay que trabajar! ¡Hay que hacer todo lo que está de nuestra parte!
Pero, después, hay que fiarlo todo de la bondad del Padre Celestial.
Es gracioso lo que nos cuenta un escritor muy conocido. Aquella niña norteamericana era alumna de la escuela parroquial. Las compañeras advierten un día que Helen, muy buena, pero también muy pobrecita, reza así el Padrenuestro: “Danos hoy nuestro pan de cada día con mantequilla”. Risas festivas. Y la Directora, que se entera: -¿Por qué rezas así, linda?
– Porque mi mamá, al quedarse viuda, y no tener más dinero, a los seis hermanitos nos da el pan solo, sin la mantequilla, aunque es muy barata. Y yo quiero pan con mantequilla.
La Directora se conmueve, y aconseja a la chiquilla:
– Bien, preciosa, bien. Pídeselo así siempre al Niño Jesús, que ya verás cómo te la va a dar. Pero no lo digas en voz alta, para que las otras no se rían.
Todas las compañeritas conocieron la oración, y una se la contó a su mamá, que le ordenó a la hija:
– Entérate bien del nombre y dirección de la mamá de tu compañera.
Averiguada, manda la señora a su lechero que cada día haga llegar a aquella casa un paquete de dos libras de mantequilla superior. La pequeña colegiala, al ver la mesa así provista, grita a la mamá, que no puede con su emoción:
– ¡Mira, mamá, mira lo que le pedí al Niño Dios!…
La mamá trabajaba lo que podía, y la niña rezaba…
Y aquí viene la otra lección.
Porque el mismo gran Catecismo nos trae los eslogans de dos grandes Santos y maestros de la Iglesia y de la Humanidad.
Ignacio de Loyola, que decía: A orar como que todo depende de Dios; y a trabajar como que todo depende de nosotros.
Y Benito, el que formó la Europa con los pueblos bárbaros, que nos dio por lema su famoso: Ora y trabaja.
Al actuar nosotros así, prosigue el Catecismo, “Una vez hecho nuestro trabajo, el alimento viene a ser un don del Padre; es bueno pedírselo y darle gracias por él. Este es el sentido de la bendición de la mesa en una familia cristiana” (Id., 2438). Esa bendición, que no debería faltar jamás en el hogar.
Y la última que nos endosa el Catecismo (2829). Al ver el hambre que hay en el mundo —si analizamos la palabra del Señor, que no dice “dame” sino “danos”— reconocemos a Dios “como Padre de todos los hombres, y nosotros le pedimos por todos ellos, en solidaridad con sus necesidades y sufrimientos”. Ante esa hambre del mundo, nuestra oración y nuestro trabajo son para todos, como dice un Obispo santo: Con esta petición, “Jesucristo nos enseñó el comunismo de la caridad. Nadie puede comer el pan sin acordarse de los demás” (Venerable Torras y Bages)
¡Danos hoy nuestro pan de cada día!… Cuando rezamos así, glorificamos mucho a Dios, porque nosotros nos reconocemos pobres, y a Dios lo reconocemos y lo confesamos rico, generoso, todo bondad, providente, Padre que nos ama… Al recibir, respetar y besar sus dones, es la mano bendita de Dios la que se lleva los besos de nuestros labios, cargados del mayor agradecimiento…