La única Iglesia de siempre…

23. septiembre 2021 | Por | Categoria: Iglesia

Era un caballero inglés distinguido, y de la noche a la mañana lo vieron vestido con el hábito de monje benedictino. Extrañados todos, se le preguntó con explicable extrañeza: -¿Y cómo es que usted ha venido a parar a este monasterio? ¿Qué ha ocurrido?…
Su explicación, a fuerza de sencilla, era muy convincente:
– Pues, tampoco yo lo puedo decir muy claro, porque fue una cosa repentina de Dios. Hice un viaje al extranjero, entré al culto en una iglesia, me pareció bello e interesante el canto de los monjes, y cuando en el Credo llegaban al final con aquellas palabras:” Creo en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica”, sentí como un chispaz; una luz clarísima alumbró mi mente, y me dije resuelto: Aquí, y no en otra parte, es donde voy a encontrar la verdad. Aquí, pues, me quedo. Y aquí sigo (Dom Beda Camm)

En un testimonio como éste, ¿no vemos reflejada también nosotros la razón de nuestra perseverancia en la fe dentro de la Iglesia? Necesitamos un apoyo firme, y lo encontramos aquí, en una Iglesia que puede probar que es la Iglesia fundada por Jesucristo:
porque su fe es la misma que la enseñada y transmitida por los Apóstoles;
porque piensa y hace lo mismo en todas las partes del mundo, en todas de la misma manera;
porque con su doctrina y sus Sacramentos no cesa de producir santos innumerables en todas partes:
porque en tantas naciones como está dispersa se mantiene una y unida como la quiso Jesucristo.
¿Y quiénes salen garantes de esta fe? Unos hombres, el Papa y los Obispos, que pueden demostrar con la Historia en la mano que vienen en línea directa desde Pedro de Galilea hasta el actual Obispo de Roma.

La Iglesia, entonces, es apostólica, la misma que Jesucristo fundó sobre los Doce unidos en Pedro.
Se ha contado tantas veces lo del héroe de la independencia de Irlanda, que ya no resulta ninguna novedad. Pero aquí y ahora nos viene casi como una obligación el recordarlo de nuevo.
En pleno parlamento de Londres, un diputado le salta a O’Connell: -¡Calle, papista!…
El irlandés tuvo una respuesta que ha pasado a la Historia con aire de inmortalidad:
– Sé que ha querido usted ofenderme con esta expresión. Y usted no sabe que, por el contrario, me ha tributado con ella un gran honor. Usted me llama “papista” y así declara que mi fe se remonta por la serie ininterrumpida de los Papas hasta el primer Papa, constituido por Jesucristo como Jefe supremo de su Iglesia, mientras que la fe de usted se remonta sólo a Isabel y Enrique VIII. ¡Muchas gracias¡

Al ser la Iglesia de los Apóstoles, extendida por toda la tierra y con la verdad aceptada entera, en su totalidad, es también una Iglesia católica, universal.
 Un guerrero bárbaro, en el siglo décimo, conquistó las tierras del norte de Europa. Ambicioso y pagano, tuvo estas acertadas expresiones:
– He conquistado y unido los pueblos escandinavos. Pero sé que soy un hombre mortal. Si hubiera de vivir eternamente, como he oído decir del Dios de los cristianos, no descansaría has someterme el mundo entero.
Magníficamente dicho. Pero lo que no podía aquel bárbaro y pagano, lo pudo hacer y lo ha hecho Jesucristo: -Id a todo el mundo. Predicad lo que yo os he enseñado. Con vosotros estoy hasta el final de los siglos. En estas palabras sublimes de Jesucristo tenemos expresada, mandada y —¡lo vemos!— la catolicidad de la Iglesia.

Cuando la Iglesia persevera fiel a un solo Señor, Jesucristo, y a su Vicario instituido por el mismo Jesucristo, es y se mantiene una sola Iglesia.
San Cipriano, aquel gran Obispo y mártir de Cartago en los primeros tiempos, les decía a los que dudaban y tenían ganas de marcharse de la Iglesia: -¿Te quieres ir? No olvides que no puede llegar al Reino aquel que abandona aquélla que ha de reinar con Cristo.
Y si conserva pura la fe, guarda todos los Sacramentos que le dejó Jesucristo, y produce frutos abundantes de muchos santos y santas, hay que decir que la Iglesia es esto: santa, por la vida de Jesucristo que lleva dentro, por la fe inmaculada y por la gracia que bebe en las fuentes de la Vida.

En nuestros mismos días casi, los jefes del movimiento modernista pusieron el ojo en un distinguido y noble señor que podía ser el gran caudillo de la herejía tan peligrosa: -¿Quiere aceptar el mando?… -No; no puedo. Yo no quiero ir contra el Papa de Roma ni separarme de él.. Le preguntan después sus amigos más allegados: -¿Y por qué no quiere? ¡Le daría mucho nombre!… Y el gran señor, hombre de fe responde:
– No; no acepto. ¿Y saben ustedes quién me ha convencido? Un pobre y humilde sacerdote, el Vicario de París. Miren su pobreza, miren su humildad, miren su piedad, miren su celo. Es un hombre todo de Dios. Esta santidad yo no la veo más que en la Iglesia Católica. Por lo mismo, jamás me enfrentaré con una Iglesia que produce tales santos (Barón de Hügel, solicitado por Loisy y Tyrell, hablando del sacerdote Huvelin)

Cuando confesamos que nuestra Iglesia es “una, santa, católica y apostólica”, no hacemos más que repetir, siglo tras siglo, las palabras sublimes de Pablo:
– Un solo Señor, una sola fe, un solo Bautismo, un solo Dios y Padre.
Por eso mantenemos la unión, fruto del Espíritu Santo, con el lazo irrompible de la paz. Porque somos un solo cuerpo, estamos animados por un solo Espíritu, y vivimos todos con la misma esperanza que nuestra vocación cristiana nos señala como término final (Efesios 4,3-6)
La Iglesia, que será UNA glorificada en el Cielo, es también UNA, una sola, aquí en la tierra…

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