Un prefacio de María
20. septiembre 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: MariaEn las Misas de la Virgen escuchamos a ves un prefacio de una riqueza doctrinal inmensa. Nos dice en pocas palabras lo que es María como imagen de la Iglesia. En cuatro momentos aparece en todo su esplendor la Madre de Jesús y Madre nuestra.
¿Cómo vemos a María en el anuncio del ángel? Aparece, ante todo, con un Corazón Inmaculado, sin mancha alguna, preparado expresamente por el Espíritu Santo para acoger —como una concha la perla— al Hijo de Dios hecho hombre en su seno. El Corazón de María es el cielo sin nubes en el que brillará con más esplendor el Sol que nace de lo alto y viene a nosotros.
Así preparada la Virgen, acoge la Palabra de Dios con humildad y docilidad suma. Cree al ángel cuando le dice de parte de Dios que la concepción de su Hijo va a ser virginal, aunque sea saltándose todas las leyes de la naturaleza, y la muchachita de Nazaret queda convertida sin más —y sólo por la acción del Espíritu Santo— en Madre de su propio Creador. La que es como cualquiera de nosotros una hija de Dios, es hecha ahora Madre verdadera de Dios.
Al anuncio del ángel —canta el prefacio— acogió con Corazón Inmaculado al Verbo y mereció concebirlo en su seno virginal. Y llegando a ser Madre de su Creador, signó los principios de la Iglesia.
Porque con María al frente, la primera y la mayor redimida —unida desde este momento a Jesucristo, que empieza a existir en su seno como cabeza de todos los redimidos—, empieza también su andadura la Iglesia, siempre detrás de Jesucristo y siguiendo los pasos de María, la primera hija de la Iglesia.
En un segundo momento, vemos a María al pie de la cruz. ¡Qué fidelidad a Jesucristo su Hijo! ¡Qué fe, cuando no hay más que tinieblas muy densas!… Pero Jesús sabe responder a tanta fidelidad de María con generosidad de Dios. He derramado mi sangre —piensa y se va diciendo Jesús—, lo he dado todo, pero aún me queda un tesoro que puedo dejar en testamento y como voluntad última mía. María, mi Madre… ¿Por qué no se la doy a mi Iglesia como Madre de todos los redimidos?… Y es entonces cuando Jesús ensancha la maternidad de María hasta límites inconcebibles. María será la mujer más Madre que ha podido existir: Madre de Jesucristo el Redentor, al que llevó en su seno, y Madre espiritual de todos los hombres. María nos acoge ahora en su Corazón, ensanchado por Jesús con una capacidad inmensa para que todos quepamos en él. Al decirnos Jesús a María y a nosotros: Mira a tu hijo…, mira a tu madre, María nos da a luz entre los dolores inmensos del Calvario, pero sabe que sus nuevos hijos, sacados por la sangre de Jesús de la muerte a la vida, vivirán inmortales en Dios. Así lo canta el prefacio:
– Al pie de la cruz, por el testamento de amor de su Hijo, extendió María su maternidad a todos los hombres, regenerados por la muerte de Cristo para una vida inmortal.
¿Pensamos en el gozo y la gloria de María, cuando cada uno de los salvados le llame en el Cielo: ¡Madre, Madre mía!…
El tercer momento nos presenta a María en el cenáculo, rodeada de los apóstoles, unidos todos en la oración a la espera del Espíritu Santo.
Es una imagen incomparable de la Iglesia, que suspira siempre por Jesús, al que quiere unirse en el Cielo con amor irrompible. La Iglesia expresa estos anhelos perseverando siempre en la oración, en torno a los Pastores que le dejó Jesús, y llena siempre del Espíritu, mientras lleva el mensaje y la salvación de Jesús a todo el mundo.
Llegó para María el término de su vida preciosa. Después de aquellos años en que fue el corazón de la Iglesia naciente en la tierra, Jesús se la llevaba al Cielo para que continuase allí su misión con todos sus hijos. El prefacio lo canta con estas palabras:
– Subida en su Asunción a la gloria del Cielo, acompaña con amor materno a la Iglesia y la protege en el camino hacia la patria, hasta el día de la vuelta gloriosa del Señor.
Ya lo sabemos, pues. No hay ninguno que pueda decir que nadie le quiere. Ninguno puede decir que nadie le ayuda. Con el Corazón de la Madre latiendo siempre de amor por cada uno de nosotros, y siempre guardándonos y protegiéndonos, ¿qué miedo nos va a dar la vida, qué miedo nos va a dar el problema de la salvación?… Así piensa de María la Iglesia. Así nos la presenta el Espíritu Santo, que es quien dirige la oración de la misma Iglesia.
Así se entienden también esos casos que Dios nos hace saber de cuando en cuando para robustecer nuestra esperanza. Por ejemplo, el tan conocido que le ocurrió a aquella buena señora que se presentó en Ars a San Juan Bautista Vianney. Estaba angustiadísima por su esposo, que se había suicidado tirándose del puente abajo. El santo Cura no la conocía, pero le dice sin más: Su marido se ha salvado. La buena mujer no lo cree: ¿Con la vida que llevaba? ¿Y acabando la vida con el suicidio?… El Santo no cede en su opinión, porque es Dios que le hace ver las cosas: Sí, se salvó. Apenas se tiró del puente, y antes de estrellarse contra las rocas del río, tuvo un instante de lucidez para volverse a Dios. Fue una gracia especial que le alcanzó de Dios la Virgen, porque a veces le rezaba; y acuérdese de aquellas flores que a usted le traía para que se las pusiera a María delante de su imagen. ¡Debe creerme, su esposo se ha salvado!…
Nuestra devoción a la Virgen tiene unos fundamentos bíblicos muy sólidos. El Evangelio es nuestro mejor guía para pensar y hablar de María. Y el Espíritu Santo que inspira nuestra oración sabe por dónde nos lleva… ¡Qué dulce y qué seguro es apegarse a María, la Madre que Jesús dio su Iglesia!…