La Iglesia y el mundo moderno
11. noviembre 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Iglesia¿Queremos saber cuál es la misión que la Iglesia ha de cumplir en nuestros días con el mundo?… Escuchemos primero una historia muy tierna.
Se había desatado en las costas del Mar del Norte una furiosa tempestad que hizo desaparecer a muchas personas, perdidas para siempre. Al cabo de dos días, las olas arrojaban a la playa el cadáver de una joven hermosa, la cual quedaba tendida sobre la arena a la vista de todos.
Pasaban unos, pasaban otros, y el cadáver seguía allí sin que nadie se preocupara de él. Indiferencia total junto a la joven muerta, como si con ella hubieran muerto también todos los sentimientos humanos…
Hasta que la ve una sencilla obrera, que se detiene, y por un rato largo mira aquel rostro pálido, frío, sin vida. Y piensa:
-¡Pobrecita! Como yo, de mi misma edad. Con mis ilusiones también, seguramente. ¡Y qué buena debía ser!…
No puede más, se inclina, y estampa un beso en la frente de la muchacha muerta, mientras le dice con cariño indecible:
-En nombre de tu lejana madre.
¿No vemos aquí una imagen de la Iglesia ante el mundo de hoy?… Son muchos los que ven el mundo como un cadáver, sin que por él hagan nada. Sin más ideal para su vida que el bienestar, lo más que hacen por el mundo es lanzar unos lamentos estériles que para nada sirven.
Pero junto a la indiferencia ante los males de la injusticia, de la guerra, de la inmoralidad que están asesinando a la sociedad, la Iglesia, con tantos hijos suyos, miran el mundo con cariño grande y se empeñan en hacer algo por él. La Iglesia, como la muchacha buena, se inclina reverente ante el mundo, y se dice:
– ¡A cumplir la misión que Cristo me confió! ¡A llevar la luz, allí donde reinan las tinieblas! ¡A meter la vida, allí donde impera la muerte! ¡A llevar consuelo, allí donde hay tanto dolor! ¡A encender el amor, allí donde no hay más que egoísmo frío!…
¿Cuál es la misión de la Iglesia? La misma de Jesucristo, y con esto está dicho todo.
Jesucristo vino a salvar al mundo, y la Iglesia, continuadora y prolongación de Jesucristo en la tierra, no hace otra cosa que llevar a todas partes esa salvación que Jesucristo nos trajo.
La Iglesia, depositaria de la verdad que le confió Jesucristo, amaestra a todas las gentes enseñándole el camino de la vida eterna, del cual las quieren apartar tantos maestros mentirosos que se arrogan luces, apariciones y revelaciones divinas.
La Iglesia, poseedora de los canales de la Gracia que le dejó Jesucristo con los Sacramentos, santifica a todos los hombres que aceptan la Palabra de la salvación.
La Iglesia, consciente de que con ella está Jesucristo, el Buen Pastor, guía a sus hijos por el camino del bien, e invita a todos los hombres de buena voluntad a que la sigan también, dándoles la seguridad de que no se van a equivocar mientras confíen en ella.
Hay épocas en la Historia —y la nuestra es una de ellas— en que el mal se echa sobre el mundo con la fuerza de aquellos bárbaros que invadieron el Impero Romano sembrando por doquier la destrucción. Con ese ímpetu se abalanzaba sobre Roma el pueblo bárbaro de los Hunos, a cuyo frente iba el feroz Atila, llamado “El azote de Dios”.
Incapaces los romanos de detener al invasor, el Papa san León Magno se decide a intervenir. Sube hasta el Norte de Italia, ataviado con sus vestiduras pontificales y sin más armas que la cruz, se le presenta humilde al Jefe bárbaro, el cual, en un gesto incomprensible, se inclina reverente ante el Pontífice de Roma. Manda sin más retroceder a sus tropas, y se retira hasta detrás de los Alpes, aunque viene el descontento de los jefes y los soldados: -¿Por qué retirarse, ahora que teníamos a Roma al alcance de nuestras manos?…
Y Atila, el bárbaro e indómito Atila, se justifica contando lo que ha visto:
– Junto a ese Pontífice, había otro con unas llaves en la mano, y me ha dicho severo: “Si no obedeces, tú y tu ejército os vais a perder”. Desapareció el anciano de las llaves, y yo prefiero hacerle caso.
Esta es otra imagen de la Iglesia en su misión. Hoy, como cuando Jesús estaba en la tierra, Dios sigue ofreciendo al mundo su salvación por medio de la Iglesia. ¿La acepta el mundo o no la acepta?…
De no aceptarla, sería irremediable su perdición. Aceptada, la salvación la tiene segura.
Es una salvación que solamente Jesucristo la posee; pero Jesucristo se la ha confiado a su Iglesia, representada en su máxima autoridad, el Papa, sucesor de Pedro y Vicario de Jesucristo en la tierra.
Los hombres más preclaros reconocen este poder moral de la Iglesia representado por el Papa.
Un insigne diputado se dirige a la Asamblea Francesa:
– Piénsenlo bien. Entre el Papa y ustedes hay una desigualdad fundamental de fuerzas. Ustedes disponen de quinientos mil soldados, de buques de guerra, de cañones y de todos los medios materiales de destrucción. Pero el Papa tiene algo muy superior: el ascendiente moral sobre las conciencias y sobre las almas, sobre las cuales ustedes no tienen derechos; es un poder que ustedes no tienen, y ese poder es inmortal (Montalembert 1848)
Ya en nuestros días, el Jefe ruso que desmontó el comunismo, le dice a su esposa cuando la lleva al Vaticano: -Te traigo ante la fuerza moral más grande que hay en el mundo (Gorbachow)
La Iglesia sigue cumpliendo su misión de dar al mundo la salvación traída por Jesucristo. No importa que muchos pasen la lado de la sociedad sin prestarle ninguna atención. La Iglesia seguirá hasta el fin difundiendo la luz y la vida que Jesucristo le confió. Quien recibe el beso de la Iglesia, al ser el beso del mismo Jesucristo, tiene la salvación muy bien asegurada…