La Merced

8. noviembre 2021 | Por | Categoria: Maria

Ha caído en mis manos una pequeña historia de la Merced, y me hace ilusión dedicar este mensaje de hoy a la Virgen de la Merced, un nombre y una advocación tan bellos de María, la que se apareció a San Pedro Nolasco, la que sostuvo a San Ramón Nonato y liberó a tantos cautivos. La llamaron de la Merced por haber usado de la máxima caridad con sus hijos más necesitados.

Hay que trasladarse a la Europa de principios del siglo doce. El mar Mediterráneo estaba infestado de corsarios turcos y sarracenos, musulmanes fanáticos que asaltaban las embarcaciones, descendían en las costas, arrasaban casas y pueblos enteros, robaban, asesinaban, y, lo peor de todo, se llevaban cristianos al norte de Africa para venderlos como esclavos y hacerles apostatar de la fe. Ante la impotencia de las naciones cristianas, será la Virgen María―—la de siempre, la que es el Auxilio de los Cristianos—, quien intervenga, con mano suave, pero firme, y con corazón de Madre.

A un comerciante rico de Barcelona le preguntan ansiosos sus familiares y amigos:

– Pero, ¿qué estás haciendo, con eso de vender todos tus negocios y enseñar a ese grupo de muchachos a hacer lo mismo? ¿A qué viene el meterse en esas embarcaciones de moros con tanto peligro?

Y Pedro Nolasco, sin miedo ninguno, responde a todos:

– Nada. ¿Quieren ustedes venir también a rescatar de la morería a los cristianos que están esclavos? Necesito más voluntarios.

Ahora interviene la Virgen. Era la noche del 1 al 2 de Agosto de 1218. Estaba Pedro Nolasco en oración, cuando aparecen los primeros destellos de una luz celestial. Y empiezan a verse ángeles y más ángeles, que vienen rodeando a una Señora hermosísima, la cual le sonríe amorosa, y le dice:

– Lo que estás haciendo agrada mucho a Dios. No te desanimes. Yo te encargo ahora que fundes una Orden religiosa. Tus compañeros, imitando a mi Hijo Jesús, se entregarán a la salvación de sus hermanos, si es preciso hasta dándose en prenda por su rescate. Yo estaré con vosotros.

Pedro Nolasco no duda de la presencia de María, y comunica la visión al rey Don Jaime y al consejero real San Raimundo de Peñafort, los cuales hablan con el Obispo, que se queda pasmado:

– Pero, ¿es verdad lo que me dicen? Si es así, yo pongo el habito a esos valientes.

Con la protección de María y la misión del Obispo, Pedro Nolasco y sus compañeros se lanzan a una empresa sin igual.

Pronto se les agrega Ramón Nonato, valiente como ninguno. Se ordena de sacerdote, y marcha al norte del Africa a rescatar cautivos. Lo da todo, se queda sin un centavo, y se pregunta: – ¿Y qué hago ahora?

El amor es ingenioso, y le dicta una resolución heroica. No pudiendo rescatar más esclavos, porque ya no tiene un centavo, se presenta decidido ante aquel dueño:

– Aquí me tiene. Me vendo como esclavo. ¿Cuánto paga por mí?

El rico no suelta dinero, y le ofrece con desdén:

– La libertad de otro esclavo.

– ¡Aceptado!…

Y, al convertirse Ramón en esclavo, se da con ardor a predicar a los otros cautivos la fe cristiana. Pero sus nuevos dueños, para que no hable más, le cierran la boca con un candado. Ocho meses dura su cautiverio y su martirio.

Al llegar el dinero para su rescate, es liberado y devuelto a España. En Barcelona se le hace un recibimiento triunfal. Y el Papa Gregorio IX le llama para hacerlo Cardenal, aunque muere apenas inicia el camino hacia Roma.

Bonita historia, que tanto nos dice hoy.

Mientras haya hombres, hermanos nuestros, esclavos de otros hombres, que los tiranizan injustamente, siempre la Virgen de la Merced tendrá una palabra para ellos.

Mientras haya hombres, hermanos nuestros, que se han hecho ellos mismos cautivos de un vicio cualquiera, la Virgen tendrá para ellos un latido de su corazón maternal.

Mientras haya una sola persona que sufre, la Virgen tendrá que desempeñar su oficio de liberadora del dolor.

Son cautivos —justa o injustamente, para nosotros es igual— tantos presos, que, en las cárceles de nuestros países, no tienen condiciones de vida dignas de una persona humana.

Son cautivos de la sociedad tantos niños que pululan desarrapados por nuestras calles, ladronzuelos en tan tierna edad, sin hogar, sin escuela, sin esperanza de un puesto digno entre la ciudadanía.

Son cautivas tantas mujeres, que no acaban de liberarse de las mil esclavitudes a que se han visto sujetas durante siglos, y que esperan liberación.

Son cautivas tantas personas en su propio hogar, cuando en él falta el amor, y falla el marido o falla la esposa y madre, convirtiendo la casa en una cárcel o poco menos.

Nosotros somos cautivos de nosotros mismos cuando no acabamos de romper lazos —fuertes como sogas o finos como hilos de seda— que nos impiden volar libres hacia Dios.

¡Virgen de la Merced, ya ves que aún te queda algo que hacer en el mundo!

Aún hay muchos esclavos que gimen entre cadenas y encerrados en prisiones tenebrosas.

Si quieres liberar a tus hijos cautivos, sirviéndote de nosotros, aquí nos tienes, instrumentos fieles en tus manos de Madre…

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