¡Gracias, Padre de los pequeños!
3. enero 2022 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Narraciones BíblicasAquel día hubo revuelo entorno a Jesús. Todo, producido por Jesús mismo, que no pudo con su emoción.
– ¿Qué pasa? ¿qué pasa?…, se preguntaron los que rodeaban al Maestro.
– ¡Nada! Que el Maestro se ha quedado mirando al cielo y casi ni puede hablar…
¿Qué había ocurrido? Jesús mandó a setenta y dos discípulos que se repartieran por todos los pueblos y aldeas adonde pensaba ir Él más tarde, y así dispusieran a la gente para acoger mejor su palabra. Muy generoso el Señor, les dio amplios poderes para que hicieran lo mismo Él hacía:
– Curad enfermos y, en mi nombre, echad sin miedo a los demonios…
Y así lo hicieron ellos puntualmente. Al regresar de su misión, no cabían de gozo. Hablaban hasta por los codos y todos a la vez:
– Maestro, no se nos resistía nadie… Cuando tú vayas, no vas a encontrar ni un enfermo, porque los hemos curado a todos… ¿Y los demonios? Rabiaban, pero tenían que salir apenas pronunciábamos tu nombre…
Jesús escucha. Sonríe a todos. Se goza Él también. Y les dice todo contento:
– Yo veía a Satanás caer como un rayo del cielo. Pero, no os alegréis por esto. Alegraos por otra cosa muy superior: ¡alegraos porque vuestros nombres están escritos en el Cielo!…
Han ido callándose todos, cuando ven que a Jesús empieza casi a fallarle el aliento. El pecho se le inflama. Mira al cielo, y exclama gritando y con emoción incontenible:
– ¡Padre! ¡Gracias, gracias, Padre! Gracias te doy, sí, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los prudentes y las has revelado a los pequeños. Así te ha parecido bien, y éste ha sido tu agrado.
Los discípulos se imponen un silencio casi sobrecogedor. No quieren interrumpir aquel diálogo de Jesús con Dios…
Jesús empieza a serenarse, mira ahora a su alrededor, y añade todavía impresionado:
– Todo me ha sido dado por mi Padre. Y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre. Ni nadie sabe quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Empiezan a dispersarse. Jesús se queda solo con los discípulos, y les dice ya muy confidencialmente:
– ¡Dichosos vosotros! Porque vuestros ojos ven lo que estáis contemplando. Muchos profetas y reyes quisieron verlo, y no lo vieron, escucharlo, y no lo oyeron…
Los discípulos discurren, y comentan:
– Abraham, Moisés, David, Elías… Tenemos más suerte que ellos… Aquí está lo que ellos esperaban, y murieron sin verlo. ¡Qué suerte la nuestra!…
Esta página, tal como nos la cuenta Lucas, es de lo más bello y emotivo del Evangelio.
Y contiene para nosotros una enseñanza básica y perenne sobre los gustos de Dios y de Jesucristo.
La sencillez. La humildad. El corazón limpio… Esto es lo único que busca Dios. Es lo único que le complace. Es lo único que lo atrae a nuestros corazones.
La prudencia del mundo, la astucia, la diplomacia torcida, la vanidad, la soberbia, el orgullo… Esto es lo que aleja de nosotros a Dios. Porque ni Él se deja ver, ni nosotros logramos adivinarlo.
Sólo la persona humilde es capaz de ver a Dios, de buscar a Dios, de acercarse a Dios, de reconocerle, de suspirar por Él. La humildad cristiana abre todas las puertas, empezando por la de Dios…
La humildad será siempre una característica del cristiano. Es imposible contemplar al frente a un Jefe como Jesucristo, que en su pasión sobre todo ha llegado a lo más hondo de la abyección, y buscar nosotros, sus seguidores, caminos de gloria.
Lo entendió así aquel guerrero de las Cruzadas. Conquistada Jerusalén, toma el dominio de la ciudad y es invitado a recibir la corona sobre sus sienes:
– ¿Cómo? ¿Ceñirme yo una corona semejante? No pondré sobre mi cabeza una corona de oro en el mismo lugar donde mi Redentor la llevó de espinas.
Esta actitud de humildad es inconcebible en una militar triunfador no cristiano.
Jesús nos ha dicho que para hacer su obra, para ser apóstol suyo, escoge a los humildes. Los discípulos regresan después de haber realizado maravillas, y no se atribuyen ninguna gloria a sí mismos, toda se la dan al querido Maestro, y Jesús se la devuelve toda a Dios.
La humildad es la virtud que gana todos los corazones. Nos sentimos mal al lado de la persona orgullosa, autosuficiente, despectiva. Instintivamente huimos de ella.
Mientras que la persona humilde encadena nuestras almas y no sabemos soltarnos de ella por nada. Al fin y al cabo, los hombres seguimos el mismo sistema de Dios…, que resiste a los soberbios y da su favor a los humildes.
Un discípulo de San Francisco de Asís tuvo una visión del Cielo. En lo más alto, junto al solio de Dios, había un trono vacío, de los que dejó uno de los ángeles más excelsos, que al pecar perdió el Paraíso. Y le dijo Dios:
– ¿Ves? ¿Ves este trono tan alto? Lo tengo reservado para Francisco, porque es el alma más humilde que he encontrado en la tierra…
¡Qué suerte ser humildes, al estilo de Jesús!… A lo mejor somos pequeños en la tierra, ¡pero qué grandes allá arriba!…