Después de la tempestad, el sol

14. febrero 2022 | Por | Categoria: Narraciones Bíblicas

Si tomamos la Biblia y abrimos la primera página del libro de Job, nos quedamos sorprendidos de verdad con aquel diálogo entre Satanás y Dios. Abre la intervención el Señor, con mucha ironía.

– ¿Así que vienes de recorrer la tierra? ¿Y te has dado cuenta de lo bien que se porta Job?
Satanás contesta molesto:
– ¡Claro! Cualquiera diría que lo hace gratis… Con tan enormes riquezas, es bien fácil serte fiel. Pero, aplícale un poco la mano, a ver si sigue portándose igual.
Dios acepta el desafío, y contesta al demonio:
– Perfecto. Hazlo tú mismo. Pero, ¡cuidado con su persona! No te autorizo tocar su salud.
Satanás se marchó complacido con el permiso de Dios. Y empezó a hacer de las suyas. Un incendio, y acaba con la casa de la finca y con todas las cosechas. Hace que se tiren encima los sabeos, tribu enemiga, y matan a los hijos y a todos los criados de Job. Por casualidad escapan algunos empleados para ir trayendo, uno tras otro, noticias cada vez peores. Enterado Job de toda la catástrofe, sólo tiene una exclamación sublime:
– ¡Dios me lo dio, Dios me lo ha quitado! ¡Sea bendito el nombre del Señor!
Vuelve otro día Satanás a entrevistarse con Dios, que pregunta de nuevo:
– ¿Qué?… ¿Ya has visto la reacción de Job? No dirás que no le has hecho ningún daño…
Satanás, a pesar de lo hecho a Job, no está todavía satisfecho, y contesta:
– Sí, le he pegado fuerte. Pero, perder lo de fuera cuesta poco. Con la buena salud que disfruta… Tócale el pellejo, a ver si responde igual…
Nueva aceptación de Dios, que autoriza al demonio:
– Puedes hacerlo. Pero cuidado con causarle la muerte. ¡Eso no te lo permito!
Satanás no se quedó corto. Le produjo una enfermedad terrible. Job supuraba de sus llagas inmundicia repugnante, que él, sentado en un estercolero, se iba limpiando con una teja… Causaba horror, y todos huían ahora de aquel rico, a quien antes envidiaban y cuyo favor todos querían. Hasta su mujer le echaba en cara:
– ¿Todavía sigues bendiciendo a Dios?
Pero Job, que lo soportaba todo con paciencia inaudita, le responde enérgico:
– ¿También tú piensas y quieres portarte como una mujer bien tonta? Si recibimos de la mano de Dios los bienes, ¿por qué no vamos a aceptar también los males?…
Los tres grandes amigos que llegan de lejos, al ver aquel cuadro horrible, se quedan mudos durante horas, y al fin prorrumpen en lamentaciones inútiles.
Pero Job, sereno en medio de su enorme dolor, espera. Espera en Dios, y Dios al fin le cura. Dios le devuelve duplicados todos los bienes que Satanás le había echado a perder, hasta acumular una hacienda fabulosa. Le da hijos excelentes, y tres hijas que son la envidia de todo el mundo. Hasta que al fin muere viejísimo, cargado de bendiciones.

No vamos a decir que una página de la Biblia como ésta no nos llega al corazón. Ya que es una historia que nos afecta a todos.
Y es así. Porque, ¿quién no experimenta un día u otro algún fracaso muy doloroso? Y al llegar ese día negro, ¿tenemos todos la serenidad de un Job, que mira la mano de Dios, la besa amoroso, y espera en Él, sin dudar por nada en su fe?

Miramos los fracasos en que Job se ve envuelto, y vemos que Satanás, bajo su punto de vista, ha sabido hacer muy bien las cosas.
Le quita Satanás a Job lo más querido del hombre: bienes, trabajo, salud; los hijos, la propia mujer que le desprecia; los amigos, que sólo vienen para echarle en cara el castigo de Dios…
Pero Job no cede. Job permanece fiel. A Satanás le ha salido todo mal, y ya no se atreve a presentarse de nuevo ante Dios, para confesar avergonzado su derrota total. Con tanta calamidad sobre Job, no ha conseguido sino hacerlo más agradable a Dios, de modo que Dios lo colma de mayores bienes. Y Dios propondrá este personaje mítico a Israel como un ejemplo viviente.

Aunque nosotros no miramos precisamente a Job, sino a Jesucristo. Y viéndole a Él clavado en cruz, aprendemos a decirle a Dios, cuando aprieta el dolor:
– ¡Señor, que se haga tu voluntad!…

Job era para los judíos el modelo de la resignación, aunque no pasaba de ser mítico o legendario.
Nosotros tenemos en Jesucristo alguien muy diferente. Hombre de carne y hueso, aunque fuera también Dios, nos está enseñando la resignación perfecta en las horas negras de la vida.

Conformidad, sí. Pero, ¿ceder en la fe? ¿abandonar la oración? ¿descorazonarnos ante los deberes? ¿admitir la queja, con ribetes de blasfemia? ¿vivir tan siquiera malhumorados?…
No, eso no lo hacemos nosotros cuando se nos presenta la prueba, aunque sea dura. Mirando a Jesucristo, el varón de dolores clavado en cruz, tenemos fuerza para todo eso, con la energía de nuestro carácter y con la ayuda de Dios.

Entonces a Satanás no le queda nada que hacer con nosotros.
Mientras que estamos urgiendo a Dios a prepararnos unos bienes inmensos, al lado de los cuales los restituidos a Job resultan niñerías…

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