Entre vosotros, todo al revés

7. febrero 2022 | Por | Categoria: Narraciones Bíblicas

Resulta interesante acompañar a Jesús con los apóstoles en el preciso momento cuando se van a sentar a la mesa para la cena pascual. Jesús está que no puede con su alma por la emoción. Siente todas las angustias de la pasión que se le viene encima. Y nos encontramos con los doce, buenos, noblotes, pero caprichosos y soñando en grandezas. Discuten por los primeros puestos, y sus frases, expresión de sus aspiraciones, bien pudieron ser éstas y otras semejantes:

– Aquí me toca mí, que fui el primero en seguir al Señor…
– No, que ese puesto ya sabemos para quién es, nombrado el primero por el Maestro…
– Tú, que tienes que levantarte para servir, estarías mejor ahí…
– Y tú, que tendrás que salir, ¿por qué no te pones ahí?…

Así tenía que soportarlos Jesús. Pero aprovecha la ocasión para darnos la lección más soberana de todo el Evangelio, y les dice una vez que están todos sentados cada uno en su puesto:
– ¿Conocéis a los que gobiernan, verdad? Sabéis, que los poderosos de la tierra dominan a los de abajo, y hasta se llaman sus bienhechores. No os fijéis en ellos. Porque vosotros habéis de ser y hacer todo lo contrario. Quien sea el mayor, que se haga el más pequeño, y el que manda, que se ponga a servir. Os pregunto ahora: ¿Quién es mayor, el que está sentado a la mesa o el que sirve?
Los apóstoles no tienen más remedio que responder a la evidencia:
– ¡Qué pregunta que nos haces, Maestro! El mayor es el que está sentado y es servido. Es natural. Al sirviente le toca obedecer, porque es el último.
Jesús les toma ahora la palabra y les sigue su propio razonamiento:
– Pues, mirad: yo estoy con vosotros como el que sirve, y vosotros sois los señores que están sentados, bien tranquilos, bien reposados, y recibiendo todo el honor.

Jesús se calla de momento. Prefiere actuar en vez de echar discursos sobre la humildad, que no nos gustarían, no los entenderíamos, no nos convencerían y los olvidaríamos muy pronto… Se levanta de la mesa, se alza la túnica, se ciñe una toalla, toma la palangana llena de agua, y se arrodilla ante el último comensal que está en la esquina. Todos se quedan asombrados. Todos enmudecen.
– ¿Pero qué está haciendo el Maestro?…
Señas al del lado, y en voz bajita:
– ¿Te das cuenta cómo le lava los pies a fulano?…
Y cuando llega al espontáneo de Pedro, éste no se aguanta:
– ¡Señor, de ninguna manera me lavas tú a mí los pies! ¡Eso no lo consentiré yo jamás!…

Sabemos cómo acabó todo. Ahora es interesante escuchar a Jesús:
– ¿Habéis visto lo que yo he hecho con vosotros? ¿Quién es aquí el Señor, quién es el Maestro?
Los pobres apóstoles responden quedito y avergonzados:
– El Maestro y el Señor eres tú.
Jesús saca la conclusión última:
– Pues si yo, que soy el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, y me hago el último y el servidor de todos, ya sabéis lo que os toca a vosotros: serviros unos a los otros, como os he servido yo. ¡Y seréis dichosos, si, aprendida esta lección, la sabéis poner después en práctica! (Lucas 22,24-30. Juan 13,1-20)

Una lección como ésta ha marcado para siempre a la Iglesia.
La Iglesia no es la dominadora del mundo: es la servidora del mundo, para llevarlo a Dios.
Dentro de la Iglesia, los que la gobiernan, como vicarios o lugartenientes de Jesucristo, no están en sus puestos para recibir honores, sino para servir a los hermanos más pequeños, y los más pequeños entre los pequeños serán siempre los preferidos.
También dentro de la Iglesia, los hermanos seremos, unos con los otros, servidores de todo el que nos necesite, sin más recompensa que el orgullo de habernos hecho como Jesús, poniéndonos en el último lugar.

La humildad es la primera lección que se nos imparte en el Evangelio y en la Iglesia. Porque la salvación depende de la gracia de Dios, y Dios da su gracia a los humildes, mientras que resiste a los soberbios (1Pedro 5,5)
Dominar el orgullo y hacerse humilde es una empresa de titanes. El demonio es soberbio, es pura soberbia, y en el paraíso nos inyectó su veneno hasta la médula y nos infectó del todo cuando nos dijo:
– ¡Seréis como dioses!
Y, desgraciadamente, aprendimos bien la lección de Satanás… La soberbia la llevamos metida en lo más hondo de nuestro ser. Pero Jesús no se va a dejar vencer por Satanás tampoco en esto, y se va a llevar la victoria en la lucha de la humildad contra el orgullo.
Porque viene Jesús, manso y humilde de corazón, como se llamó Él mismo, y le da al demonio la estocada más certera (Mateo 11,29)
Frente a Satanás el soberbio, se coloca Jesús el humilde.
Por eso, la victoria mayor de Jesucristo en nosotros será arrancar de cuajo el orgullo que nos inoculó Satanás, sustituyéndolo con la humildad de su propio Corazón.

¡Qué bien que nos sentimos al lado de Jesús humilde! ¡Y qué bien que nos sentimos todos al lado de quien, por ser humilde, nos muestra la cara del humilde Jesús!…

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