El último disparate
25. abril 2022 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Narraciones BíblicasEntre todos los milagros que nos cuenta el Evangelio hay uno que casi hace estremecer por la necedad que mostraron los beneficiarios. Cura Jesús a un endemoniado que perturbaba toda la región, y le piden sus habitantes que los deje en paz… No le suplican: ¡Quédate con nosotros!, sino que le ruegan los infelices: ¡Márchate, por favor!…
Era en la otra parte del lago de Genesaret. Allí se asentaban las diez poblaciones que componían la Decápolis. Sus habitantes no eran judíos, sino paganos. Por eso, como no tenían ley que les prohibiese comer carne de cerdo, no es de extrañar que cuidaran una piara de muchos animales.
En la región había un endemoniado famoso. Al acercarse Jesús, empezó a gritar desde lejos con aullidos espantosos:
– ¿Qué tenemos que ver tú y yo, Jesús, hijo del Dios altísimo?
Jesús percibe la situación. Y las gentes le informan con detalle:
– Es un endemoniado terrible. No hay manera de sujetarlo. Amarrado con fuertes cadenas, con esposas y con grillos, los deshace todos. No quiere más morada donde vivir que los sepulcros. Se marcha desnudo por los montes gritando e hiriéndose con piedras. ¡Es horrible, horrible!…
Jesús se impone:
– ¡Sal de ese hombre, espíritu inmundo!
El demonio se resiste y se niega:
– ¡No quiero!…
– ¿Cómo te llamas?
– Yo no me llamo más que legión, porque somos muchos.
– Pues, ¡afuera, os digo!
– ¡No queremos irnos! ¡No nos eches de esta región! Y si nos mandas fuera, permítenos meternos en esos cerdos.
– ¡Concedido! Podéis meteros en ellos. ¡Pero dejad libre a ese hombre!
¿Cuántos demonios eran?… La legión romana constaba de seis mil soldados. Y los demonios dijeron que eran legión… Ahora, con el imperio de Jesús, dejan libre al endemoniado, pero, autorizados por Él, se meten en unos dos mil animales, que, en un desorden descomunal, se precipitan acantilado abajo y perecen todos en las aguas del lago de Galilea…
El hombre endemoniado se sienta ahora tranquilo, vestido y en su sano juicio. Las gentes de la región se asombran, tienen miedo, y le piden a Jesús algo para nosotros inconcebible:
– ¡Por favor, márchate de aquí!… (Mateo 8, 28-34. Marcos 5, 1-20. Lucas 8, 26-39)
En esta súplica suicida de los gerasenos queremos centrar nuestra reflexión sobre este hecho evangélico, curioso y trágico.
Jesús ofrece un signo de salvación a estos paganos.
Les libra del demonio, que, en este pobre hombre, significa el dominio que ejerce en todo el país.
Y sin embargo, prefieren seguir con él antes que aceptar a Jesús entre ellos.
Jesús les abre el camino de la salvación, eliminando al demonio que lo obstruye, y ellos lo rechazan. ¡No reconocen a su Salvador!…
Hoy son muchos los que niegan la existencia del demonio, como ser personal, inteligente, pervertido y perversor. Pero está en el mundo obrando siempre el mal, y promoviendo el mal en todos los órdenes, para entorpecer el avance del Reino de Dios.
Otros, por el contrario, creen demasiado en él, y hay países, que se consideran los más avanzados, donde existen las sectas y las asambleas satánicas, en las que se le rinde culto como a un dios. ¿Saben estos adoradores del diablo lo que se hacen?…
Viene Jesucristo, y planta cara al demonio. Unos, rechazan a Jesucristo descaradamente, y le dicen que optan por Satanás, como éstos de las iglesias satánicas.
Otros, tienen miedo a Jesucristo por sus exigencias, y le dicen que no les interesa. Prefieren quedarse con el diablo, con tal que éste no meta mucho ruido, y les deje en su paz tan problemática…
Nosotros, católicos convencidos, sacamos la mejor de las consecuencias: nos apegamos cada vez más a Jesús, que nos ha librado del poder del demonio.
Y, al revés que los gerasenos, le decimos con toda el alma, cada uno de nosotros, con esos versos tan sentidos:
Quédate, Jesús, conmigo,
siempre, sin jamás partirte;
y cuando decidas irte,
llévame, Señor, contigo.
Porque el pensar que te irás
me causa un terrible miedo,
de si yo sin ti me quedo,
de si Tú sin mí te vas.
Nosotros no concebimos una vida alejada de Jesús. Porque para nosotros Jesús —su cercanía, su presencia, su gracia, su amor, sus promesas—, lo es todo en nuestra existencia, la que discurre en este mundo y la que nos espera en el más allá.
Por eso, unas palabras como ésas de los habitantes de Gerasa —¡Jesús, vete de aquí, por favor!—, no nos caben en la cabeza…
E, inspirados por ellas, nosotros le decimos a Jesús todo lo contrario:
– Señor, ¿vivir nosotros sin tenerte a ti en medio?… No, ¡eso, no! ¡Siempre contigo, Señor Jesús!