Perseguidores, ¡al tanto!…
9. mayo 2022 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Narraciones BíblicasEl capítulo dieciocho del Apocalipsis debería ser muy leído por todos aquellos gobernantes, pueblos, sectas, organizaciones y sociedades que se han empeñado en acabar con la Iglesia. ¿Sabrán todos sus perseguidores lo que se hacen?…
Ante la persecución, a pesar de lo que le puede doler, la Iglesia es la única serena. A sus enemigos, se contenta con decirles:
– Perseguidores, ¡al tanto!…
Los primeros cristianos llamaban Babilonia a la Roma pagana que los perseguía. ¿Qué había quedado de la Babilonia de los caldeos, que deportó y esclavizó a Judá, pueblo de Dios?… La gran ciudad había caído de su esplendor, sus palacios no eran más que montones de ruinas, y su recuerdo ya no infundía miedo a nadie.
Sí, así será de la Roma que se ha empeñado en borrar el nombre cristiano. La visión del Apocalipsis nos impresiona vivamente.
Un ángel desciende del cielo con inmenso poder y llena la tierra de esplendores deslumbrantes. Al mismo tiempo, una voz potente y victoriosa resuena por doquier:
– ¡Cayó, cayó Babilonia la grande!
Las gentes no se lo creen. Si es casi un imposible que alguien pueda vencer a ese imperio de hierro, el mejor organizado y el más fuerte que ha existido. Pero sigue clamando aquella voz de trueno:
– Venid y la veréis. Toda se ha convertido en un antro de demonios, en una cárcel de espíritus inmundos. Allí no hay más que animales espantosos y pajarracos asquerosos y repugnantes.
Aparece otro ángel que parece un titán, alza con sus brazos vigorosos una roca imponente, y la arroja con estrépito en el mar, mientras grita triunfador:
– Así, así será precipitada Babilonia, la gran ciudad, y no aparecerá ya más.
Y le lanza los pronósticos más lúgubres:
– ¡Se acabaron las fiestas!… Tus artistas y arquitectos ya no tendrán más que hacer… Se quebraron los negocios de tus comerciantes, que explotaban a las naciones… Tus luces se oscurecieron, y los novios y los esposos ya no disfrutarán más…
Todos los habitantes de la tierra oían con horror estos augurios siniestros. Hasta que se oyeron en los cielos clamores triunfales:
– ¡Aleluya! ¡Salvación, gloria y poder para nuestro Dios! Su juicio soberano ha condenado a la gran prostituta, que con su inmundicia corrompió toda la tierra. ¡Dios ha vengado la sangre de sus siervos!… El humo de la gran ciudad incendiada y destruida sube y sube, sin apagarse nunca…
A todo esto, otro ángel se le acercaba a Juan y le daba el encargo:
– Escribe: ¡Dichosos, dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero!
Esta visión del Apocalipsis es grandiosa, ciertamente. Y no se escribió en el siglo cuarto, cuando ya el Imperio Romano crujía por todos los costados. Sino en los tiempos apostólicos, cuando Roma parecía poseer un esplendor imperecedero. Era la palabra de Dios, que se anticipaba y prometía seguridad total a su Iglesia, aunque hubieran de venir sobre ella persecuciones sin cuento.
Todo el mensaje de esta página del Apocalipsis se resume en esta afirmación:
La Iglesia es invencible, mientras que todos sus perseguidores caerán bajo la justicia de Dios.
A todos les llega su hora. No se escapa ni uno.
Hoy hemos visto cómo caían el nazismo, el comunismo y tantos dictadores que pretendían sojuzgar a la Iglesia. Y así sucumbirán siempre todos…
Pero, no hay que pensar que se trata únicamente de persecución sangrienta, a lo Nerón, Stalin o Hitler…
Babilonia, y después la Roma pagana, era la ciudad símbolo de la corrupción, introducida en el mundo por el pecado.
Hoy, es la ciudad o sociedad de los encantos, del engaño, de los falsos valores, fundada únicamente sobre el culto de los bienes materiales, del dinero, del poder, del sexo…
Y esta persecución nos preocupa a nosotros mucho más que la de las armas o de los campos de concentración.
Nos preocupa que se extiendan prácticas inmorales, fomentadas expresamente para arrebatar las almas a Dios.
Nos preocupa el que se extiendan doctrinas que desgarran la unidad de la Iglesia, promovidas por intereses económicos.
Esta ciudad —la Babilonia moderna— es el antro donde opera Satanás. Jesucristo pronunciará un día sobre ella la sentencia definitiva:
– ¡Basta! ¡Al fuego, malditos!…
Mientras que los elegidos, los fieles, los que perseveran hasta el fin, son en el mundo la nueva Ciudad de Dios. Son los invitados a la boda eterna de Jesucristo con su Iglesia en la Gloria.
El bien y el mal son dos ciudades siempre en pugna. Y el triunfo no será del mal, sino del bien…
Una vez más, hay que proclamar la esperanza cristiana. ¡La victoria final será nuestra! Jesucristo murió, y triunfa resucitado, como lo gritamos con gozo, después de elevar a Jesucristo en la Eucaristía:
– ¡Anunciamos tu muerte! ¡Proclamamos tu resurrección! ¡Ven, Señor Jesús!…