La familia, maravilla de Dios
21. marzo 2023 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: FamiliaSi hoy queremos mirar a la familia nos puede ocurrir lo de siempre: tener ganas de lamentarnos ante los males que aquejan a muchos hogares. Y, sin embargo, no lo vamos a hacer así, sino todo lo contrario. Vamos a mirar a Dios en el seno de su divina Trinidad y vamos a descubrir en ella la fuente inspiradora de una vida familiar extraordinariamente sana y feliz.
Nos invita a ello un Obispo muy autorizado, que en el año 2000 escribió en el periódico del Vaticano estas palabras:
“La Familia tiene imagen inconmensurable en la Trinidad.
“En Dios Padre puede descubrir la fuente de la vida como don y Aquel al cual puede dirigir la propia oración filial, lo mismo en los momentos felices como en los tristes de su camino.
“En Dios Hijo, hecho hombre en Jesús de Nazaret, la familia puede conocer la guía segura en todos los momentos de la vida.
“En Dios Espíritu Santo la familia puede descubrir al Huésped discreto que induce a conocer la verdad del amor, a purificarlo y a robustecerlo” (Roberto Carraro)
¿No se nos ha dicho muchas veces que la imagen más bella del amor humano y de la familia la tenemos en el Dios Uno y Trino? ¿Qué la fuente del amor, la unidad del amor, la fecundidad del amor, la consumación del amor, se da en la Trinidad adorable de una manera única e inefable también?
La familia es una obra maestra de Dios. El que los hombres hayamos destruido en tantos casos esa obra divina no quiere decir que saliera mala o defectuosa de la mano del Creador, el cual empezó por crear al hombre y la mujer ⎯a los dos, como individuos y como pareja⎯, a imagen y semejanza suya.
Dios quiso que marido y mujer expresaran en su unión el amor íntimo que Él disfruta en el seno de su Trinidad dichosa. Amor fecundo. Amor feliz. Amor que nunca cesa. Amor que dura eternamente.
Cuando la familia responde al ideal de Dios, nos hace contemplar un cuadro maravilloso de verdad. Lo dijo de una manera estupenda y por demás simpática una película ya muy antigua. Cuando apareció en el cine la pantalla panorámica, ésta se estrenó con un reportaje espléndido sobre las maravillas actuales del mundo. Se pudieron seleccionar muchas, pero fueron siete ⎯como las siete clásicas, aunque en sentido más amplio⎯ las que se escogieron para su exhibición. Ya al final de la película, se presentan los reporteros en un hogar norteamericano preguntando a la señora por las siete maravillas, a ver si las conoce. Y ella, esposa feliz, señalando a los siete hijos e hijas rollizos, sanotes, que venían corriendo a través del campo, contesta:
– ¿Las siete maravillas?… Mírenlas ustedes por dónde vienen.
¡Muy bien dicho por esta mujer magnífica!…
Es lo que pueden decir los esposos que viven el ideal de Dios en el hogar. Al creer en Jesús, el Hijo de Dios, que nos ha revelado al Padre, tienen en Jesucristo la fuente de su inspiración para el amor, como se lo dice el apóstol san Juan: “Os escribo a vosotros, padres, porque habéis conocido y creído en Aquel que es desde el principio, Jesús hijo de Dios”. Los padres, cuando son hombre y mujer de fe, ven que son partícipes de la paternidad de Dios. ¡Qué grandeza!
Los hijos de ese hogar cristiano aprecian en todo su valor la gracia del Bautismo, procurado desde pequeñitos por sus padres, los cuales los han formado después para ser jóvenes valientes, como dice el mismo Juan: “Os escribo a vosotros, hijitos, porque habéis conocido al Padre…, y a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y habéis vencido al maligno” (1Juan 2, 12-14)
Estamos acostumbrados a escuchar calamidades y más calamidades sobre la familia. Es verdad. El mal se ha apoderado de tantos hogares, y el mal hace mucho ruido. Mientras que el bien es muy silencioso.
Y es cierto que hay familias formidables, en las que se nota una espiritualidad siempre creciente.
Constantes en asistir a la Misa dominical, de la que sacan bríos para toda la semana.
Perseverantes en la oración, aunque crezca a su alrededor la frialdad religiosa.
Son muy fuertes en el amor, y sostienen a pulso la fidelidad jurada ante el altar.
Son muy valientes en medio de las pruebas, económicas o de salud, a veces bien duras.
Son muy generosas para abrirse al don de la vida, y aceptan con gozo al hijo que viene.
Y, como siempre: ¿quién presta atención a estos hogares? Nadie. Porque el bien no llama la atención. Mientras que una calamidad moral tiene gran resonancia en torno al hogar que la padece.
Estaba muriendo aquel señor, carpintero como San José y como Jesús, y bueno como eran sus dos modelos de Nazaret. Rodeaban su lecho un puñado de hijos e hijas, todos llorosos. Pero la esposa y madre, muy recia de carácter, se vuelve a ellos y les dice serena y severa: -¿Veis cómo muere vuestro padre y cómo se va a presentar ante Dios? Pues, ya sabéis lo que os toca: si queréis una suerte igual, a vivir como él ha vivido.
Casos así ⎯nada infrecuentes, gracias a Dios⎯, sólo se pueden dar cuando los esposos y los hijos, contra el terremoto que sacude a tantas familias, permanecen acordes en un mismo ideal y saben reflejar en el hogar la vida íntima de la que Dios es fuente y es dador.
¿Qué abunda el mal en muchas familias? Ya lo sabemos… Pero hoy nuestra mirada reposa complacida en tantos otros hogares que son una envidia. Esos hogares, ante los cuales nos vienen ganas de exclamar: Pero, ¡qué maravilla! ¿Y por qué no pueden ser iguales todas las casas? Si éstas resisten el golpe furioso del sismo, ¿por qué mi casa no lo va a resistir de la misma manera?…