Esperando impacientes la hora

26. abril 2023 | Por | Categoria: Gracia

Todos sabemos que las guerras no traen más que desgracias, destrucción, muertes injustificadas, lágrimas a torrentes. Pero traen también a veces unos hechos tan bellos, tan llenos de heroísmo, tan ejemplares, tan inolvidables… Como aquel de unos oficiales condenados a muerte por los rojos. Eran los responsables del barco caído en manos del enemigo. Buenos católicos, se confesaron, comulgaron, rezaron…, y a esperar las 5 horas del amanecer en que se tenía que ejecutar la sentencia, en compañía de un Padre jesuita, que les pudo asistir espiritualmente. Pero habían dado ya las 5’30, y aún no venían a sacarlos. El Comandante mira el reloj colocado en un ángulo de la estancia, y le dice al sacerdote:
– ¡Padre! Esto es una informalidad. Ya nos llevan robada media hora de Cielo.
Uno de los otros oficiales condenados, le replica con su habitual buen humor:
– ¡Calma, mi Comandante! Nunca es tarde, si la dicha es buena  (En Málaga, 1936)

Ante un hecho semejante, no busquemos la explicación en el clásico valor militar. No basta. Por valiente que uno sea, la muerte es la muerte y no una broma cualquiera.
Por eso, nos preguntamos: ¿Qué significa ese paso último para quien tiene fe?
Y la respuesta nos la dan unas clásicas palabras de la liturgia de la Iglesia en un bellísimo prefacio de la Misa: A tus fieles, Señor, la vida se les cambia, no se les quita. Y como se cambia por una vida mucho mejor, no hay demasiado lugar para la tristeza ni la preocupación.

Así, en la Iglesia hemos considerado el paso último como una gracia singular de Dios.
La Madre Santa Teresa de Jesús, narrando la muerte que había presenciado en varias monjas de sus monasterios, dice que todas se morían que parecía tenían un arrobamiento…
¡Qué bien que nos lo ha dicho la graciosa y querida Santa de Avila! A la cual le hacemos, sin embargo, una pequeña observación: no deje esa gracia de Dios solamente para las monjas benditas de sus monasterios. Eso le ocurre a cualquier cristiano que vive la fe. En ese momento supremo actúa la presencia de Dios de una manera excepcional.

¿Qué es, efectivamente, lo que nos dice la fe? Resultaría interesante enlazar texto con texto de San Pablo en sus cartas, el cual nos habla de ese momento con las expresiones más optimistas:
– No se contristen como los que no tienen fe… Para mí el morir, a fin de estar con Cristo, me resulta una ganancia… Pues sabemos que si morimos con Cristo, también vamos a ser glorificados con Cristo… A ver, muerte, ¿dónde está tu victoria, dónde está tu aguijón?… Porque yo he luchado bien, he guardado la fe. Ahora, no me resta sino esperar la corona…
Las circunstancias dolorosas que pueden acompañar aquel paso no llegan a quitarnos la paz. Al fin y al cabo, no son sino una gran providencia de Dios, que nos quiere unir a la pasión y muerte de Jesús. De  este modo, la vida se va a valorar por ese su último acto, del cual se ha dicho que un hermoso morir honra una vida entera.

Esta manera de mirar nuestro último día —con este optimismo, con esta serenidad— nos ha hecho dar un giro de 180 grados en nuestras disposiciones a lo largo de toda la vida. No queremos el miedo de otros tiempos. Sin tirárnoslas de valientes, sabemos que eso que nos aguarda es un acto solamente, un acto provisional, algo transitorio que da paso a una felicidad sin fin.
Por nuestra unión con Cristo, el alma se escapa feliz al Cielo, y el mismo cuerpo tiene ya recibida la sentencia de su resurrección. Qué bonitamente lo canta un himno del tiempo pascual:

La muerte, en huida,
ya va mal herida.
Los sepulcros se quedan desiertos.
Decid a los muertos: ¡Renace la vida,
y la muerte ya va de vencida!

Esto no le quita al cristiano de fe el prepararse y el vivir siempre dispuesto para cuando Dios quiera. Muy al contrario, le es un estímulo poderoso para llevar precisamente desde ahora una vida digna de aquel día último.

Se lo expresó esto muy bien un sencillo taxista al viajante. Llega el extranjero a la gran ciudad, y alquila un coche. Charlan viajero y chófer animadamente, y el visitante, al ver la hermosa disposición del buen hombre, le pregunta:
– ¿Cuál cree usted que es la cosa más importante en la vida?
Y el cochero, con la simplicidad más grande y con el aplomo de un doctor:
– ¿Lo más importante de todo? Morir en paz con Dios.
– ¿Usted lo cree? Pues, yo también, yo también…
Y durante su estancia en la antigua y clásica ciudad, para visitar iglesias, monumentos, parques y sólo cosas dignas, el turista rico no quiso otro conductor que aquel buen taxista, que vivía siempre preparado para lo que Dios quisiera y cuando Dios quisiera…

Es un placer observar en nuestros días los criterios cristianos que inspiran el proceder de muchos. Y ese mirar el fin con esta fe, como una gracia de Dios, no es uno de los bienes menores que nos toca vivir. La Iglesia lo ha favorecido y promovido con ritos y ceremonias llenos de la alegría pascual. Así, el miedo ha sido suplantado por la esperanza y la paz serena. Y hasta hay algunos cristianos —muchos, mejor dicho— que se quejan de lo lento que va el reloj para marcar la hora de la partida…

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