La base: el amor

4. abril 2023 | Por | Categoria: Familia

Nos tocó un día ver en la iglesia a una pareja encantadora que venían ante el altar a renovar sus votos matrimoniales. El cura Párroco les había dicho que nada de Misa particular y privada, sino la más solemne de aquel domingo. Hijos, nietos y biznietos formaban una corona espléndida ante el Señor. Los dos formularon la promesa de hacía cincuenta años, se intercambiaron los anillos, se dieron un beso que nos arrancó a todos un aplauso, y al final, ante el requerimiento insistente del Padre, los dos dieron un bello testimonio de su amor. Ella no podía hablar, y su testimonio se redujo a unas lágrimas más preciosas que la joyas de su collar. El se mostró más sereno, y dijo a toda la asamblea estas palabras apenas:
– La quiero más que nunca. Si vieran lo buena que ha sido en estos cincuenta años. A todos ustedes les deseo la misma suerte.

Bien. Vamos a recoger nosotros este deseo como una bendición, y nos vamos a preguntar: Este viejecito experimentado, ¿tiene razón o no la tiene? Si no la tiene, lo dejamos en sus sueños. Y si la tiene, ¿por qué no le vamos a hacer caso?…  Ante un cuadro como éste, lo primero que salta a la vista es que un matrimonio así no ha padecido los males que hoy aquejan a tantos hogares modernos.

Oímos muchas veces decir que nuestros mayores no han disfrutado de la vida como se disfruta hoy, y, al escuchar esto, entendemos todos que se trata de la sexualidad desbordada, la cual no respeta ninguno de los valores éticos y morales por donde Dios la ha encauzado. Una vez se degrada la sexualidad, nada dice la seriedad en el noviazgo, la fidelidad conyugal, o la austeridad ante deberes muy sagrados. El caso es disfrutar, lo cual llevará tantas veces hasta el riesgo de eliminar la vida que viene…

Todo esto no procede sino de la visión materialista de la vida, que se quiere reducir a una vida de placer y nada más. Si no se tiene bien claro el destino eterno al que Dios nos ordena, a la vida no se le puede dar otro sentido que ese tan poco noble de disfrutar únicamente, sin ningún deber que la acompañe.

El papel que han de jugar los padres en este punto es importante, pero se ve obstaculizado por la rebeldía juvenil. Ellos son los encargados de iluminar el camino de los hijos con los principios de la fe y las normas morales precisas. Pero, ante las dificultades, se pliegan a un conformismo inaceptable, aunque se diga que es irremediable también.
Con estas disposiciones, el diálogo en el hogar se hace casi imposible, pues la generación joven no acepta a la generación mayor, ni la generación mayor tiene fuerza para enfrentarse con la generación joven.

Hasta aquí, como siempre en todo cuadro, el fondo oscuro que después hace resaltar más las imágenes claras. Porque, frente a estos puntos negativos, surgen otros muy positivos y esperanzadores.
¿Quién niega que Dios se está manifestando en los hogares de manera muy palpable, para llevar adelante su proyecto sobre la familia?
¿Quién niega que la Iglesia mira hoy a la familia con un cariño que no siempre se había dado?…
La Iglesia, guiada siempre por el Espíritu, desarrolla hoy una actividad de enseñanza y de praxis con las familias como no lo había hecho nunca. Y esa acción de la Iglesia, como acción que es del mismo Jesucristo, es siempre eficaz. Por ejemplo. ¿Cuándo la Iglesia, a nivel de Magisterio, había hablado antes a los esposos sobre el valor de su vida sexual?

Viene el Concilio, y la Iglesia les dice a los esposos, sin miedos ni rebozo, que el amor “se expresa y perfecciona singularmente con la acción propia del matrimonio. Por ello, los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí son honestos y dignos, y ejecutados de manera verdaderamente humana, significan y favorecen el don recíproco, con el que se enriquecen mutuamente en un clima de gozosa gratitud” (GS 49)

Un amigo cursillista ⎯¡hay que entender a esos cursillistas en su lenguaje!⎯ nos expresaba su felicidad con estas palabras: -¡Es que ahora gozo en mi matrimonio de verdad! La gracia me emborracha de felicidad cuando estoy con mi esposa…
Nadie osará contradecir al amigo. Y nadie apostará a ver quién es más feliz, si el que se acomoda a la corriente de la sociedad actual o el que vive su amor bajo la mirada complacida de Dios.

Y la difícil sumisión de los hijos a los papás, ¿cuándo se consigue mejor, cuando los hijos ven a los papás fuertemente unidos o cuando los ven disociados en el amor?…
El diálogo es fácil cuando hay amor, respeto y comprensión.
Es entonces también cuando los hijos se forman en la libertad, que nunca degenera en rebeldía.
Y así, con Dios en medio del hogar, con Jesucristo que bendice el amor; con una Madre como María que vela solícita por quienes le han convidado ⎯Caná no pasa de moda en la Iglesia⎯, la familia es el último reducto donde no se puede meter el mal, porque encuentra la puerta siempre cerrada.

Jesucristo se ha empeñado en el matrimonio como signo que es de su propio desposorio con la Iglesia. Y la Iglesia defiende el matrimonio como expresión de su fidelidad a Jesucristo.
Aquel cura Párroco quiso para toda la feligresía el testimonio de los dos afortunados que lucían tan humildes como orgullosos sus Bodas de Oro. Y para que sean de oro, y no de latón o de plomo, sólo requieren esto tan sencillo: que los cincuenta años estén recargados de amor…

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