El Bautismo, una consagración
24. mayo 2023 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Gracia¡Cuántas veces se cuenta aquello de un ciervo pequeño que tenía el Emperador Tito! El cervatillo aquel corría por las calles de Roma, siempre suelto, y con toda seguridad. Nadie echaba mano de él, porque entre su cornamenta llevaba una tablilla con esta inscripción: No me toques, que soy del César.
Es una bella expresión de la realidad cristiana: del bautizado. El cristiano, por ser un consagrado a Dios con la misma consagración de Cristo, es una propiedad inalienable de Cristo, que se lo reserva para ofrendárselo un día al Padre, cuando le entregue el Reino, la multitud de todos los conquistados con su Sangre.
El cristiano es el ser más libre que corre por el mundo, con esa libertad que le dio Cristo y que nadie le puede quitar.
¿Qué es la consagración? Es la entrega total de una cosa o de una persona a Dios, de modo que la cosa ya no pertenece a nadie sino a Dios, y, si se trata de una persona, la persona ya no se pertenece ni a sí misma, sino que es propiedad exclusiva de Dios.
Esta es la razón por la cual miramos con tanto respeto las cosas del culto, como un cáliz. O el que guardamos a una monjita, solamente porque la vemos con un hábito que nos habla de los votos con que se entregó a Dios.
Esta consagración bautismal, a la vez que es una gracia, un privilegio, un regalo espléndido de Dios, es también un compromiso. El Concilio nos lo dijo con estas palabras: “Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por tal carácter al culto de la Religión cristiana, y, regenerados como hijos de Dios, tienen el deber de confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia”.
Es decir: que por la consagración bautismal somos unos regenerados, unos incorporados, unos destinados, unos comprometidos.
¿No vale la pena que tomemos conciencia de lo que nos dio el Bautismo? Cuando tenemos a nuestro alrededor tantos cristianos, hermanos nuestros, que no responden a su vocación, ¿no pondríamos un serio remedio a esa apostasía de los espíritus si reviviéramos en todos la gracia bautismal?
Así lo entendió aquel sacerdote, que ve llegar a su pueblecito, donde va a descansar y tomarse una vacación, la mayor estrella que tenía el teatro de París. Una estrella muy estrellada, desde luego… El Párroco se da cuenta de lo que le manda el Cielo, y se pasa largos ratos arrodillado ante el Sagrario:
– ¡Señor! Haz que reflorezca en esta alma la semilla del Bautismo. En oración y penitencia seguiré solicitando este milagro de tu gracia, Señor.
Dios escucha al celoso sacerdote.
La actriz famosa reconoce su vida moralmente deshecha. Se arrodilla ante el confesonario. Recibe después de tantos años al Señor en la Comunión. Renueva con su consagración al Sagrado Corazón la primera consagración bautismal, se da después en serio a la oración, a la penitencia y a la caridad, hasta que muere con fama de santa doce años después (Eva Lavallier)
Esta convertida dio razón de lo que somos los bautizados.
Ante todo, unos regenerados. Es decir, unas personas que hemos nacido de nuevo. Los que éramos simplemente unos hombres o unas mujeres, somos ahora hijos e hijas de Dios. Porque Dios mismo, mediante el Bautismo, nos ha hecho nacer a su misma vida divina. Un poeta nos lo cantó, como lo saben hacer los poetas, con versos muy lindos:
En cierta manera Dios
arranca de su ser inmenso
la gracia, que es parte suya,
que es luz de fulgor eterno,
con que deja al bautizado
como un ángel por lo bello.
Digamos que el poeta se queda corto: ¿Cómo un ángel? Es muy poco. Diga mejor: ¡Como Dios!
En segundo lugar, somos unos incorporados. Lo cual quiere decir: que nos hemos metido en otro cuerpo para formar parte de él. En el mismo cuerpo de Cristo, para poder decir con Pablo: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gálatas 2,20)
Somos también unos destinados por el mismo Dios al culto de la religión cristiana. Cuando, por ejemplo, vamos el Domingo a la Misa, no vamos por obligación, sino por derecho: es nuestra ocupación más sagrada. Un derecho del que nadie nos puede privar. A ella vamos para hacernos una sola Hostia con Cristo, con el que tributamos a Dios todo el honor y toda la gloria.
Y somos, finalmente, unos comprometidos, porque el Bautismo nos exige ser luz del mundo, sal de la tierra, fermento que transforma la masa. La consagración bautismal, tanto como tiene de grande lo tiene también de exigente.
Siempre recuerdo con emoción cómo me tocó vivir esto en la clausura de un Cursillo de Cristiandad. Iban de dirigentes algunos amigos muy significados por su posición social: Doctores, Ingenieros… Entre los participantes, un hombre muy humilde, peón con los camioneros. No salía de su asombro, y dijo a todos estas palabras: Yo soy un recogedor de basura. Todo el día en el camión, recogiendo los cubos que nos dan en las calles. Pero, ¡qué grande soy! ¡Un hijo de Dios! Estos días los he pasado codeándome con estos Doctores, los cuales me han hecho ver que soy igual que ellos. No pensaba que era yo tan grande…
Bautizados y consagrados es una misma cosa. Aunque estemos en el mundo, y nuestra vida se tenga que desenvolver en el mundo al que nosotros tenemos que santificar, el mundo enemigo de Jesucristo no nos puede contaminar, no nos puede tocar. Porque tenemos un dueño de más categoría que aquel cervatillo de las calles de Roma…