Cristo nos da la salvación
21. junio 2023 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: GraciaEn la historia de las Misiones Católicas leo este caso curioso. Cuando llegaron los primeros misioneros a la inmensidad helada de Groenlandia, hacia el Polo Norte, se vieron en apuros muy serios al enseñar a los indígenas esquimales el misterio de la salvación. No había manera de que entendieran la misión de Jesús. Al fin uno de ellos preguntó poniendo él mismo la comparación:
– Quieres decir esto. Que un hombre se metió en una barca, se volcó y se iba a ahogar. El hombre que iba en la otra barca se lanzó al agua, agarró al que se hundía, y se lo llevó hasta la orilla.
El misionero escuchaba atento, y concluyó:
– ¡Eso, eso hizo Jesús! Habíamos naufragado todos, y Él nos salvó del peligro de ahogarnos.
La comparación fue aceptada. Y los indígenas esquimales, para designar al Salvador, lo llamaron en adelante: “El que salva del naufragio”.
Era la gran realidad. El naufragio de la Humanidad había sido total, mucho peor que el del Titanic, y no se contaba con ningún salvavidas hasta que se lanzó Cristo en persona al mar revuelto del mundo.
Si nos preguntaran a cualquiera de nosotros qué es la Salvación realizada por Jesucristo, todos daríamos una respuesta exacta: es la liberación del pecado y de la muerte eterna. Sin embargo, el concepto de “salvación” abarca otros aspectos muy importantes y responde a muchas aspiraciones del hombre moderno. Nuestros Obispos nos lo dicen en un punto magnífico de Puebla (353):
“La salvación que nos ofrece Cristo da sentido a todas las aspiraciones y realizaciones humanas, pero las cuestiona y las desborda infinitamente. Aunque comienza ciertamente en esta vida, tiene su cumplimiento en la eternidad. Se origina en Cristo, en su encarnación, en toda su vida, se logra de manera definitiva en su muerte y resurrección. Se continúa en la historia de los hombres por el misterio de la Iglesia bajo la influencia permanente del Espíritu que la precede, la acompaña, le da fecundidad apostólica”.
Es decir, que Jesús, Dios que salva, ha traído al mundo la liberación completa, total, la que no deja un solo aspecto de nuestra vida sin redención. Comenzó por eliminar el pecado, causa de todo mal y de toda esclavitud, y se consumará en una eternidad en la cual quedarán satisfechos todos los anhelos del corazón.
Como vemos, hablar de salvación, de redención, de liberación, es hablar de la obra más grandiosa de Dios y de la mayor aspiración de los hombres.
¡Jamás esclavos de Satanás, que, como un submarino de guerra, dio al traste con la embarcación feliz en que Dios nos había metido!
¡Jamás esclavos del pecado, abismo en que nos había hundido el mismo Satanás!
¡Jamás esclavos de la muerte, sujeción inevitable a que nos ató Satanás con el pecado!
¡Jamás esclavos de la condenación, última desgracia, irremediable, esclavitud de esclavitudes, bajo el dominio del amo más despótico que podemos imaginar!
La salvación de todas estas esclavitudes y sujeciones es, ordinariamente, la que tenemos metida en el pensamiento cuando oímos la palabra “salvación”.
Pero hay que extender la vista a otros horizontes muy vastos. Y son todas las desgracias que nos torturan y aprisionan en el mundo, y que todas ellas son frutos envenenados del pecado.
Por ejemplo —y es la esclavitud contra la cual más gritamos hoy—, la injusticia social, que tiene sumidos en la esclavitud del hambre, de la enfermedad, de la ignorancia, a grandes sectores de la población. ¿No redimió Jesucristo la justicia oprimida? ¡Pues, claro que sí! Jesús lanzó el mandamiento del amor, y por la Iglesia lo sigue avivando en su trayectoria: ¡Amaos los unos a los otros, como yo os he amado!
Si se aplicara este mandado de Jesucristo, ¿existiría la injusticia en el mundo?… Si hemos de amar como Jesucristo, que dio su vida por salvarnos, ¿podrían retener unos cuantos casi todos los bienes de producción, sin compartirlos?…
Y podrían seguir las aplicaciones, mirando el dolor en todas sus formas.
Una viejecita sufría mucho en medio de la pobreza. Pero señala el Crucifijo, y dice a la Religiosa que le lleva consuelo y una ayuda. -Madrecita, ¿por qué se preocupa? Si lo mío no es nada en comparación de lo que sufrió mi Señor Jesucristo?… Esta ancianita de fe, ¿no ha visto redimido su dolor?…
El condenado a muerte por un crimen execrable, antes de ser fusilado ante una multitud, reconoce, después de haberse reconciliado con Dios: Yo lo merezco. Jesucristo murió inocente del todo, con mucho más tormento y mucho mayor vergüenza. Me pongo en tus manos, Señor. Este criminal, que mira a Jesucristo, ¿no ha sido redimido de la humillación, del dolor, de la desesperación?…
Nosotros, usted y yo, cuando nos rendimos bajo el peso del trabajo, ¿no nos vemos redimidos con sólo mirar al obrero de Nazaret?…
Si sobreviene cualquier dolor, ¿quién se atreve a quejarse, con sólo lanzar una mirada al Calvario? ¿Y no es eso verse redimidos, sentirse libres completamente en la vida?…
Decir con Pablo: ¡Muerte, no temo tu aguijón!, ¿no es la libertad suma que existe?… (1Corintios 15,55)
La salvación, la redención, la liberación…, la libertad soñada.
Sólo mirando a Jesucristo se entienden.
Sólo mirando a Jesucristo se viven ya en gozo y en esperanza.
En el naufragio de la vida, sólo metiéndose en ese bote de salvación que es Jesucristo, logra uno alcanzar la orilla en que todo es seguridad y paz, ahora, como lo será después…