Jesucristo, esperanza del mundo

28. junio 2023 | Por | Categoria: Gracia

Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia, un día armó un escándalo con sus gritos. Ve al sacerdote con el que se confiesa y se dirige, y le pide con todas las fuerzas de su garganta:
– ¡Padre, que tengo hambre! ¡Por amor de Dios, dele de comer a mi alma! Le dicen los que la oyen:
– Pero, ¿qué quieres?… Y ella, gritando:
¡Comulgar! ¡Comulgar! Sí, porque Jesús me lo ha dicho: el alma, cuando recibe la Comunión, está en mí y yo en ella. Igual que está un pez en el mar, y el mar envuelve del todo al pez, así estoy yo en el alma y el alma está en mí. ¡Me lo ha dicho Jesús, y yo quiero comulgar!…

Vamos a dejar a la Santa de Siena en su locura divina, para mirar en estos momentos al mundo. Hemos entrado en el Tercer Milenio del cristianismo, y nos preguntamos: ¿Se da cuenta el mundo de su hambre? ¿Se da cuenta del mar en que se adentran muchos seres humanos?  En vez del hambre de dinero y de placer, ¿no le iría mucho mejor al mundo de hoy tener hambre de Dios? ¿No se salvaría si se adentrase en el mar inmenso de la Gracia de Cristo, para nadar en ella como el pez en el agua?…

El Papa Juan Pablo II, contemplando igual que nosotros ahora el panorama del mundo, se preguntaba: ¿Qué remedio le damos al mundo para sus males y sus inquietudes? Y se contestaba, anunciándolo a todos nosotros: “No nos satisface la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!” (TMI)

Es decir: Jesucristo, y solo Jesucristo, es el que nos infunde confianza en el mundo. Y Jesucristo, precisamente, donde Él quiso quedarse presente de un modo especial, como es la Eucaristía. Si sabemos que Jesucristo está con nosotros en el Sacramento, ¿cómo podríamos prescindir de Él?
En aquel Congreso Eucarístico Internacional del Gran Jubileo, como conclusión del milenio que se iba y apertura del nuevo que venía, se tomó como lema este eslogan: Jesucristo, único Salvador del mundo, pan para la vida nueva.

Dejando a los políticos en su laudable empeño de buscar fórmulas y estudiar soluciones para salvar o mejorar el mundo, nosotros vamos a la atinada observación del Papa: mejor que fórmulas, la Persona de Jesucristo. Y Jesucristo, presente entre nosotros, con la presencia más grande que pudo idear su mente y hallar su Corazón.
Con esa intuición que infunde el Espíritu Santo a las almas más sencillas, nos enseñaron esta verdad hace ya seis siglos los esquimales de los hielos polares de Groenlandia, hecho atestiguado por una de las Historias de la Iglesia más serias que se conocen (Pastor, Historia de los Papas)

Unos exploradores encuentran a los esquimales celebrando su culto:
– Pero, ¿cómo hacen ustedes esto?…  Y los esquimales comenzaron a contar:
– Hace ya más de ochenta años que se echó sobre nuestra tierra una banda de piratas, que pasaron a cuchillo a casi todos los cristianos. Los supervivientes, nuestros padres y nuestros abuelos, no quisieron perder la fe, y para conservarla nos enseñaron a celebrar nuestra Misa así.
Los exploradores se quedaron pasmados. Aquella misa no era la Misa, desde luego, y los esquimales lo sabían. Suplían la celebración colocando sobre la mesa un corporal sobre el que había reposado el Santísimo Sacramento en la última Misa celebrada por un sacerdote groenlandés, y decían esta oración:
– ¡Señor, mándanos pronto un sacerdote! Danos, una vez al menos, tu Cuerpo en comida y tu Sangre en bebida para que no perdamos la fe, para que no muramos en el paganismo.

¡Qué lección tan magistral la de esos esquimales, habitantes de la estepa helada!… Sabían, porque así se lo enseñaba el Espíritu, que de Jesucristo en el Sacramento sale el río del agua viva contemplado por Juan en el Apocalipsis (22,1). Jesucristo en el Santísimo Sacramento, es el Pan que sacia el hambre más grave del mundo, conforme a su palabra: “El pan que yo daré es mi carne, y yo la doy para la vida del mundo” (Juan 6,51)

Al ser comido su Cuerpo y bebida su Sangre, Jesucristo va transformando lenta, pero eficazmente al mundo, conformándolo a su vida gloriosa, como lo mostrará el día último, cuando esa transformación haya llegado a su total cumplimiento.

En un mundo que olvida a Dios, Jesucristo, presente en el culto de la Iglesia, sigue entonando el himno de alabanza y de acción de gracias al Padre por el beneficio inmenso de la Redención. Jesucristo se convierte así, por el Sacramento, en el mantenedor y acrecentador de la fe. Mientras subsista fervoroso el culto a Jesucristo, presente en el Altar, no podrá morir la fe del pueblo cristiano.

Como vemos, todos los creyentes están unánimes en señalar a Jesucristo en la Eucaristía como esa Persona —la única Persona— capaz de salvar al mundo.
Nos lo dice una Doctora de la Iglesia, que bebe su ciencia en la fuente misma del Corazón de Cristo.
Nos lo confirman, con fe fuerte e invicta, unos esquimales enseñados y sostenidos por el Espíritu.
Nos lo recuerda, con autoridad máxima, el Vicario de Jesucristo en la Tierra.

Por lo mismo, sabemos a qué atenernos cuando queremos hacer algo por el mundo. Apegándonos cada vez más a Jesucristo, nosotros no padecemos hambre en nuestra fe. Y al mundo le decimos: Si Jesucristo te da el Pan de la Vida, ¿por qué te empeñas en morir, teniendo la Vida en tus manos?…

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