Un decálogo para la familia

20. junio 2023 | Por | Categoria: Familia

– ¿No le preocupa a Usted la familia?, le preguntaron a un Obispo. Y él, rápido: ¿Qué si me preocupa la familia? Arreglen ustedes las familias del mundo, y el mundo será una maravilla. Y los otros: -Por esto se lo preguntamos, Señor Obispo. Porque nos ha llamado la atención ese decálogo que Usted ha publicado sobre la vida del hogar. Lo encontramos muy acertado.
Este sencillo diálogo nos introduce en el tema de hoy. ¿Cómo debe ser la Familia para responder al ideal de Dios y de la Iglesia? Aquel Obispo señalaba las pautas más acertadas (Mons. Martín Alanis, de La Seo de Urgell)

Ante todo, si queremos hacer algo, si no queremos poner fundamentos falsos o inestables, empecemos por introducir de nuevo a Dios en la casa, de la cual no debiera haber salido nunca. Dios ha de contar en el hogar. Jesucristo ha de ser tratado como lo que es: como el primer miembro de la familia.

Esto llevará a hacer del domingo el día del encuentro personal con el Señor, con la participación, nunca dispensada, de la Misa como acto de la familia. La celebración de la fe, hecha con espontaneidad y alegría, se convierte en el seguro mejor de la estabilidad familiar.
Colocado Dios como el primero en el calendario y en el horario familiar, Dios no morirá nunca en la mente ni en el corazón de los hijos.
Muy al contrario, pronto se descubrirá que los hijos tienen hambre espiritual; que quieren aprender de los papás a rezar; que se sienten felices cuando tratan con su amigo Jesús; que se enorgullecen al comprobar que en la familia se trabaja por la Iglesia.

Estos asuntos religiosos, que afectan a la educación de la fe, forman parte insoslayable del diálogo entre padres e hijos. De este modo, las necesidades religiosas de la familia no se dejarán nunca de lado, ya que se les dará siempre la primacía sobre todos los demás asuntos.
Naturalmente, que todo esto entraña la necesidad de ser los padres los primeros en recibir la formación religiosa y espiritual requerida. No sabrán formar si no están ellos mismos formados. Pero hoy la Iglesia, en la Parroquia, en las Asociaciones, en los Movimientos apostólicos, ofrece ocasiones mil a los padres para recibir esa formación tan deseada.

No todo ha de ser uniformidad en la formación de la fe. Hoy la fe se ve muy cuestionada, porque la sociedad moderna, y la misma Iglesia, miran la vida religiosa abierta a un pluralismo que antes no se conocía. Antes, por ejemplo, ir a una procesión vela en mano, era casi una obligación sagrada. Hoy, a los jóvenes, eso les dice muy poco. Por lo mismo, se impone el respeto a la opción adoptada por cada uno, que escoge por sí mismo el camino por el cual ir hasta Dios.

Lo que no fallará nunca en la fe de los hijos es lo que se les haya enseñado respecto al amor a los pobres, a los necesitados, a los que sufren. Aparte de que les afina el corazón, porque les llena de los sentimientos más nobles, los hace enormemente útiles a la sociedad, y no en un plan sólo filantrópico, sino en el sentido más genuinamente cristiano. Serán el día de mañana —lo son ya desde ahora— testimonios de que la fe la han tomado en serio, porque la saben probar con las obras. De este modo, tapan la boca a quienes les atacan su fe, como si fuera una fe inoperante que se contenta con la Misa dominical. Demuestran, por el contrario, que la fe es el compromiso más serio de su vida.

Como se ve, el decálogo trazado por el Obispo, pone a Dios como la base insustituible para la solución de todo el problema familiar. No habrá nadie de nosotros que no le dé la razón. Porque una familia con estas bases religiosas es una familia que no puede fallar.

Sin embargo, la familia no está hecha por Dios únicamente para que sus miembros se aseguren un puesto allá arriba… Dios ha creado a la familia con el fin de ser el terreno abonado donde se desarrolle la vida del hombre en la tierra.

Junto a esa formación espiritual, está la formación humana en tantos aspectos, y que los padres responsables procuran con empeño para los hijos.
La salud corporal, porque queremos hijos sanos, fuertes, orgullo de nuestra propia sangre.
La formación escolar, que los capacita para una vida social digna.
La preparación artesanal o profesional, que les depara un porvenir económico seguro.
La educación en las virtudes humanas, —como pueden ser la honestidad, la sinceridad, la lealtad, el sentido de justicia, la generosidad—, que tanto realzan a la persona.

¿Es todo esto un ideal inalcanzable? Por dificultades que la sociedad moderna presente para el desarrollo de la vida familiar, contamos, sin embargo, con medios también muy poderosos para alcanzar las metas más altas en la formación de todos los miembros que componen la familia.
Padres con mucho amor, con firmeza, con discreción, con autoridad, con respeto a los hijos, con la consideración debida a su personalidad, consiguen resultados sorprendentes.

Y, como siempre —ya que nosotros hablamos siempre en cristiano— sabemos que tenemos la gracia de Dios en la mano, la gracia que los teólogos han llamado, con una expresión clásica,  “gracia de estado”. Dios está en los labios de los papás que enseñan, como lo está en la mano que alguna vez castiga con cariño justiciero. Es decir, que cuando cumplen con su deber, son unos auténticos funcionarios de Dios, de ese Dios que tanto ama a la familia.

Por males que amenacen a la familia, el Dios que quiso vivir como hombre en el seno de una familia allá en Nazaret, vela siempre con cariño por la obra más delicada salida de sus manos.

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