El joven en su madurez
4. julio 2023 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: FamiliaCuando oímos quejas sobre los jóvenes o se nos plantea su problemática, solemos recurrir a esta expresión: “Les falta madurez”. Si esto es así, cabe el preguntarnos: ¿Y cómo hay que formar al joven en la familia para que adquiera esa madurez tan necesaria? Para ello, empezamos por decir lo que entendemos por madurez. Y lo decimos con una imagen o comparación: vemos un árbol lleno de frutas en sazón, aptas para echarles la mano y llevárnoslas a la boca. Son frutas en su punto: están maduras.
La madurez está íntimamente ligada a la personalidad, y nos hace ver al joven que vale y al que no vale; al que nos cae bien, como una fruta sabrosa al paladar, y al que nos cae mal, como la fruta agria, desabrida o descompuesta, que nos repugna y la rechazamos sin más.
Digamos, ante todo, que la madurez no es algo que pertenezca precisamente a la sicología, sino más bien, y en mayor grado, a la ética, a la moral. El joven y la muchacha podrán tener una naturaleza muy rica; pero nunca llegarán a la madurez humana ni tendrán una personalidad acentuada, si con una conducta escabrosa pervierten su corazón.
La sicología, sin embargo, tiene muchas cosas que decirnos.
En una reunión informal de siquiatras, uno de ellos lanzó sin más —como al azar, pero con toda intención— esta sencilla pregunta: ¿Qué hay que entender por salud mental o madurez? Y afloraron las respuestas más interesantes y acertadas:
– La posesión del buen humor.
– La serenidad optimista.
– La posibilidad de disfrutar del trabajo.
– La facultad de gozar con el juego.
– La potencia para conseguir los objetivos que uno se propone.
– La capacidad de amar seriamente.
– El dominio en la manifestación de las emociones.
– El conocimiento sereno de sí mismo.
– La reacción apropiada ante cualquier situación.
– La responsabilidad social…
Me vienen ganas de preguntar: ¿Seríamos capaces de repetir esta lista preciosa?… Me imagino que fallaríamos en varios de sus miembros. Por eso, reducimos y organizamos las respuestas en esta simple afirmación:
– Entendemos por madurez el desarrollo normal, progresivo y pleno del joven en su dimensión orgánica, afectiva, intelectual volitiva, y relacional.
El joven debe formarse, como base de todo, con un organismo sano. Ante todo, la salud, conforme a aquel dicho tan antiguo: Alma sana en cuerpo sano. De ahí lo mucho que interesan la buena alimentación, la higiene, el deporte y el trabajo físico esforzado.
La madurez conlleva también el dominio de los sentimientos, de las emociones, de los primeros impulsos. Sentir profundamente, y no manifestarse loco de alegría en un éxito o no hundirse en un fracaso, es signo evidente de una madurez poco común.
La amplitud de los conocimientos y la grandeza de corazón, junto con la energía para acometer empresas nobles, nos dan esos jóvenes estupendos que son una maravilla y el orgullo de sus papás. De ahí lo que interesa formarse en el tesón por el estudio y en el cultivo del corazón.
Finalmente, es expresión de madurez la capacidad de relacionarse con los demás, de hacerles el bien, de entregarse a todos con generosidad. No caben las envidias, ni el egoísmo, ni la mezquindad. Ser todo para todos es haber madurado de manera maravillosa. El Papa Juan Pablo II, en su visita a Centroamérica, decía a los Jóvenes en Costa Rica:
– “El joven que se deja dominar por el egoísmo, empobrece sus horizontes, rebaja sus energías morales, arruina su juventud e impide el adecuado crecimiento de su personalidad. En cambio, la persona auténtica, lejos de encerrarse en sí misma, está abierta a los demás; crece, madura y se desarrolla en la medida en que sirve y se entrega generosamente”.
Adquiridas esta cuatro dimensiones en su formación, podemos asegurar que el muchacho y la muchacha son realmente unos jóvenes maduros. Porque es un hecho constatado —feliz por una parte, triste por otra— que hay jóvenes tan aplomados que son mucho más maduros que esos ancianos a los que llamamos “niños grandes”…
Puede que la formación sea lenta, costosa, dura. Pero es la condición para llegar a la madurez. A los jóvenes maduros les pasa lo que a los violines famosos de Amati, el cual produjo los mejores instrumentos escogiendo la madera entre los pinos colgados en las vertientes abruptas que daban hacia el Norte. Debido a la inclemencia del tiempo en aquellas montañas, el árbol crecía más despacio, pero su madera se hacia más fuerte y producía después en el violín los sonidos más finos y armoniosos.
¿Algo más, y lo mejor? El Papa Juan Pablo II decía a los Jóvenes en otra ocasión: “Cuando traten de saber qué significa ser una persona madura, miren a Cristo, que es la, plenitud del ser humano”.
El hogar es como un campo con tierra fértil, en el que Dios ha colocado las plantas más delicadas, como son los niños y los jóvenes, hombres y mujeres del día de mañana. El papel de la familia es hacerlos madurar debidamente. Cuesta, ¡claro que sí!… Pero se consigue. Y con hijos maduros, ¡hay que ver el descanso de los padres, hay que ver el orgullo con que los lucen!…