Lecciones de una guirnalda

26. julio 2023 | Por | Categoria: Gracia

Tengo leído un hecho curioso que me llamó poderosamente la atención (Muñana I,1743). Algo que sólo se les podía ocurrir a los católicos yanquis, y hemos de decir que lo hicieron bien. Se iba a celebrar el Congreso Eucarístico Internacional de Sydney, Australia, el año 1928, y se preguntaron allí en Estados Unidos:
– ¿Qué hacemos, y con qué contribuimos, para gloria del Señor en el Sacramento y para el esplendor del Congreso?…
Siempre hay unos cuantos con buena imaginación, y, puestos a discurrir, al fin determinaron:
– ¡Todas las escuelas parroquiales, y todos los Colegios católicos, a fabricar flores artificiales! ¡Manos a la obra!…
Tantos alumnos y alumnas —eran muchos millones de católicos— trabajaron con entusiasmo febril, y llegaron a la meta prefijada: ¡Cien millones de flores artificiales! Todas iban a ir a Australia. Y durante el Congreso, una enorme y vistosa guirnalda serpenteaba por todas las calles de la gran ciudad, para rematar al fin rodeando el sagrado Altar en que posaría el Señor Jesucristo Sacramentado.
Este símbolo magnífico de la fe y el amor de los católicos de Estados Unidos, nos lleva a la realidad viviente de toda la Iglesia.  

En torno a la Eucaristía, nos unimos todos los cristianos, cada uno simbolizado por una flor. Así, cuanto más crezca el número de los creyentes, más flores tendrá la guirnalda. Un salmo que aplicamos a la Eucaristía, canta lo mismo, aunque con otra comparación, propia del árbol: “Como brotes de olivo, en torno a tu mesa, Señor, así son los hijos de la Iglesia”. Como los retoños junto al tronco, como las flores rodeando el Altar, todos estamos en torno a Cristo, presente en el Sacramento, y signo de la unión que estrecha todos los corazones.

Aquello de la guirnalda fue una idea feliz. E ideas como ésa las tienen tantos cristianos. Todo les parece poco para honrar la Eucaristía. Como aquel agricultor. El Rey va visitando los pueblos de la nación, y en todas partes recibe muestras de afecto sincero.
En un pueblecito de aquellos donde se dan los vinos famosos de Jerez, el campesino le dice al Monarca: -Tenga, Majestad. A ver qué le parece este vino, hecho por mí mismo en la bodega de mi casa. Todos felicitan al campesino: -¡Qué vino tan generoso!¡Bueno de verdad!… -Pues, Señor, todavía tengo otro vino mejor, que lo guardo para ocasión más importante. -¿Cómo? ¿Mejor ocasión que la visita del Rey? -Sí, Señor. El otro vino se guarda para Dios. Es el vino que doy sólo para la Misa, el que se convierte en la Sangre de Cristo (Alfonso XII en Andalucía)

Cosas así de hermosas se dan en todas nuestras comunidades, en las que se rivaliza por honrar al Señor, que se ha quedado presente entre nosotros.
Esa guirnalda de flores, llegada de tan lejos, expresa ante todo la fe y el amor de los creyentes. Sin una fe viva en la presencia del Señor, sin un amor que moviera las tijeras, las agujas y el alambre, era inútil pensar que iba a tener éxito aquella ocurrencia de una cantidad tan exorbitante de flores artificiales.
Se trabajaba con fe: ¡Señor, esta flor la vas a ver Tú, cuando la tengas delante!…
Se trabajaba con amor: ¡Señor, esta flor te lleva todo el cariño de mi corazón!…
Así, la Eucaristía, el “misterio de nuestra fe”, se convertía en un aumento extraordinario de fe, esa fe que tanto glorifica al Señor y que nos salva a nosotros, cuando la acompañan las obras del amor.  Si no se le creyera al Señor presente en la Santa Hostia, si no se le amara, no se hubiera hecho nada, y la guirnalda hubiera quedado reducida a unos metros muy raquíticos…

La guirnalda, era a su vez la expresión viva de la caridad fraterna que nos exige el Sacramento. Se ayudaba a los hermanos del Congreso con flores, para ayudarles en el adorno de las calles y del parque, para que el gasto no fuera sólo de ellos, sino de los otros hermanos que vivían lejos.

Esto lo hacemos casi con espontaneidad en las celebraciones eucarísticas. Sabemos muy bien la regañada y el palo fuertes que San Pablo les propinó a los de Corinto, porque en la Mesa del Señor existía la división entre ricos y pobres, entre los que no tenían nada y los que abundaban en todo (1Coriintios 11, 1-17-22)

Desde entonces, porque aprendimos bien la lección, la Eucaristía es la fuente principal de donde brota el amor cristiano generoso. ¿Participar en la Eucaristía, y no ayudar a los hermanos necesitados? ¿Dársenos el Señor del todo a nosotros, y no saber darnos nosotros, ni dar de lo nuestro a los hermanos en necesidad?… Es una contradicción que no aceptamos en la Iglesia.

El Concilio nos dijo, con expresión ya famosa y que se nos repite mil veces, que la Eucaristía es la fuente de donde brota toda la vida de la Iglesia, y la cima a donde se dirige toda nuestra actividad cristiana.
Todo nos parece poco cuando se trata del Señor Sacramentado, al que ofrecemos a Dios en el Altar, al que nos comemos en la Comunión, al que adoramos y cantamos y hacemos compañía en su Sagrario.

Delante de la Eucaristía, vivimos a plenitud nuestra fe.
Delante de la Eucaristía, se encienden nuestros corazones en el amor a Jesucristo, e l querido Maestro.
Delante de la Eucaristía, nos sentimos todos más hermanos que nunca.
Delante de la Eucaristía, aprendemos a vivir unidos; a ayudarnos los unos a los otros; a sentirnos todos iguales, el rico y el pobre, el siervo y el señor, el hombre y la mujer, el niño como el grande.
Delante de la Eucaristía, sólo soñamos en que la guirnalda se haga cada vez más larga, con más corazones que se rindan al Señor, hasta apretar a todo el mundo, y estrecharlo en un abrazo que no se pueda romper…

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