El amor es nuestro canto…

23. agosto 2023 | Por | Categoria: Gracia

Entre tantas y tantas cosas indeciblemente bellas que nos escribió San Pablo en sus cartas, no sé si habrá una frase tan grandiosa como ésta:
-Nuestra esperanza no engaña, porque, al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones (Romanos 5,5).
Dios es amor, nos llama al amor, y ya en esta vida nos hace amar como amaremos en la eternidad. No se puede soñar en felicidad mayor.

Dios nos ha comunicado su amor, como una gracia inmensa, al recibir las aguas bautismales, y la vida del cristiano es vida de amor, en espera del amor que será el colmo de la felicidad eterna.
En una sociedad que se ha olvidado tanto de Dios y que ha falsificado tanto el concepto del amor, ¿es oportuno todavía hablar del amor eterno, de ese que Dios ha derramado en los corazones cristianos?… ¿Es oportuno seguir hablando del amor de un Dios?

Una anécdota curiosa de los antiguos monjes del desierto. Aquel anacoreta hacía muchos años que se había adentrado en la soledad de Egipto, y un día se le ocurre volver a la populosa y sabia ciudad de Alejandría.
Entra en la célebre Academia, se sienta en una banca de la clase, y nada más el docto profesor empieza la clase el monje, se echa a llorar desconsolado. -¿Qué le pasa?, le preguntan los del lado. ¿A qué vienen esos sollozos?… -¡Déjenme, que me voy! Me retiro cuanto antes de nuevo a mi soledad… -Pero, ¿por qué?…
A todos pasmó la respuesta del candoroso siervo de Dios. El maestro había comenzado la clase haciendo una pregunta puramente pedagógica, con estas palabras: -¿Debemos amar a Dios sobre todas las cosas?… El monje bendito tuvo bastante para marcharse: -¿Cómo es posible poner tan sólo en duda si se debe amar a Dios? ¿Aún hablan los hombres hoy de eso?…
En realidad, no le faltaba razón al buen solitario. Porque es como si un profesor de nuestros días empezara preguntado: -¿Brilla el sol en el firmamento modernamente?… Cualquiera le respondería: -Señor profesor, salga usted al patio y mire hacia arriba…

Dios en su vida íntima es amor, un amor inefable entre las Tres Personas de la Santísima Trinidad, que viven en un indecible éxtasis de amor y que las hace eterna e infinitamente felices.
Dios no se ha reservado ese amor exclusivamente para Sí, y lo ha derramado en los ángeles y en los hombres, de manera que, por don de Dios, seamos capaces de amar como ama Dios, amando a Dios como Dios nos ama a nosotros.

Los que acompañaban a Francisco Javier en sus correrías por el Japón, un día se preguntaban extrañados: -Pero, ¿qué le pasa hoy al Padre?… Porque le veían como fuera de sí. Llevaba los pies sangrantes por aquel caminar sobre piedras cortantes y por las espinas que se le habían clavado. Se figuraba hallarse sólo, pero los compañeros que le estaban espiando le oían decir:
– ¡Basta ya, Señor mío, basta ya! Que no puedo más con este fuego que llevo dentro…
 
Pero, ¿quién es el que ama a Dios?… En un asunto tan serio y para que nadie se llevase a engaño, Jesús fue explícito de veras, cuando nos dijo repetidamente: -El que acepta mis mandamientos y los pone en práctica, ése es el que me ama de verdad (Juan 14,21). El apóstol Juan explanará en sus cartas este pensamiento de Jesús, y lo relacionará sabiamente con la vida de la gracia: -El que ha nacido de Dios no peca, porque la semilla divina permanece en él (1Juan 3,9)

El cristiano fiel ama a Dios, aunque no se dé cuenta sensiblemente de ese amor que lleva dentro. No hace falta que en su oración se eleva a las alturas, como le ocurría a aquel santo franciscano conventual, que hizo exclamar una vez a los que lo contemplaban: -¡Miren, miren por dónde está Fray José de Copertino, sobre las copas del árbol, y ni siquiera toca las ramas! Parece el ave del paraíso… Ha oído hablar de Dios, se ha entusiasmado, y se ha subido de repente hasta allá arriba…  
 
Al cristiano le basta vivir en la gracia de Dios y cumplir lo que Dios le pide, para decirle a Dios en cada momento aquello de Pedro a Jesús: -Señor, tú sabes que yo te quiero (Juan 21,15-17)
Y no le miente a Dios. Lo que le dice al protestarle: ¡Dios mío, te amo!, lo hace de lo más hondo del alma, aunque le salga con la naturalidad con que el agua mana de la fuente. Porque eso no es más que la realidad expresada por Jesús en el Evangelio, que, refiriéndose al Espíritu Santo que iban a recibir los que creyeran en Él, dijo estas palabras sublimes: -El que tenga sed, que venga a mí y beba. Y de lo más profundo de todo aquel que crea en mí brotarán ríos de agua viva (Juan 7,37-38)
La oración que estalla en esas expresiones tan bellas como sinceras —¡Dios mío, te amo!— es el surtidor que manifiesta externamente el amor de Dios que abrasa los corazones.

Cuando el cristiano ama a Dios, su vida es un respirar a Dios con la normalidad con que los pulmones absorben el aire que oxigena todo el organismo. No necesita hacer lo que aquel muchacho privilegiado, que llega a Roma desde su lejana Polonia. Sus compañeros ven a veces que por la noche se ha de salir a la huerta a respirar, y le preguntan: -Pero, ¿qué le pasa Estanislao? A lo que responde con las palabras como entrecortadas. -¡Oh, nada, nada! Es que casi me ahogaba allí dentro (San Estanislao de Kotska)

La vida cristiana en la tierra es un ensayo de la vida que espera para después. Una vida que se cifra en una sola palabra: AMOR. Dios así nos lo ha dicho y así lo ha hecho. Y a la verdad, que no ha podido enseñarnos ni prometernos ni darnos algo más sublime que el amor. ¿Estamos contentos?…

Comentarios cerrados