Pulmones oxigenados
22. agosto 2023 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Familia¿Quién es el que debe mandar en el hogar? Una sola palabra lo resume todo: DIOS. El señorío de Dios, su primacía en nuestra existencia, la vida futura que nos promete en su propia Casa, son aspectos de la vida familiar que para nosotros están fuera de toda discusión. Sin Dios, sin su fuerza, sin sus promesas, sin la esperanza, ¿cómo puede formarse ni sostenerse un hogar?…
Así lo pensaron los misioneros en el Japón, y por eso querían meter a Dios en los nuevos hogares católicos, y lo hacían de modo especial con la consagración de la familia al Sagrado Corazón de Jesús.
Con tal intención, el que después sería General de la Compañía de Jesús, Padre Arrupe, acuerda con una familia hacer la Consagración al Divino Corazón.
Pero, ¡ay!, eso lo querían sólo la esposa y los hijos. El marido y padre, pagano, se ponía furioso con la sola proposición del asunto. Quedan acordes en ir el Misionero a la casa cuando no podría estar en ella el dueño. Todo muy bien organizado, y al llegar el sacerdote, ¡horror!, allí estaba el temido patrón.
Madre y niños no se arredran: -¡Padre, la consagración se hace ahora mismo!… Y se arrodillan sin más ante la imagen bendita. El sacerdote se estremece, pero se confían todos a Dios, a ver qué pasaría…
Apenas acabada la plegaria, se corre el biombo que separaba las habitaciones y aparece el dueño, mirando fijamente a la esposa y a los hijos, cuando rompe a llorar conmovido, y suplicando: -¡Padre, Padre, yo también quiero bautizarme, yo también quiero ser cristiano!…
La salvación había entrado en aquel hogar, y allí permanecería siempre. Se empezaba a vivir de lleno la espiritualidad familiar.
Esa espiritualidad que no está formada por un conjunto de ideas y verdades solamente, ni sólo de pensamientos bonitos y de palabras encantadoras. La espiritualidad familiar es una vida conforme al Espíritu Santo que la suscita, la fomenta y la lleva hasta su término.
Por esto mismo, la espiritualidad familiar tiene necesidad de una oración constante, que lleve al encuentro con Dios, en una profunda intimidad que sólo el Espíritu Santo puede transformar en vida.
Sabemos cómo el Dios providente nos ha facilitado el camino en Jesús, el Dios que se ha hecho hermano nuestro, el que ha vivido y experimentado en Sí todas las peripecias de nuestro paso por el mundo.
Contemplando a Jesús en medio del hogar, igual que en su casita de Nazaret, arrastrados por su ejemplo admirable de piedad, de amor, de sencillez…, el caminar hacia el Padre, a impulsos del Espíritu, se hace fácil y agradable, aunque no falten las pruebas de la vida. Jesús va delante, y esto sólo nos basta.
No podemos olvidar que el hombre y la mujer en el mundo son unos mendigos de Dios. Sus ansias, sus ilusiones, sus deseos más profundos, no se van a llenar sino con Dios, y por eso tienden a Dios continuamente con la oración. Fundada la oración en la esperanza, la vida no desilusiona nunca. Sólo el que desespera no halla solución a sus inquietudes.
Mientras se mantiene la oración, se mantiene la esperanza, y con la esperanza la alegría del vivir.
Los hijos son los grandes beneficiarios de esta actitud de piedad en los padres. Cuando los niños la ven en sus papás, su recuerdo y su ejemplo les queda como un sello grabado imborrablemente en el alma.
El apóstol de Colombia San Ezequiel Moreno, siendo ya Obispo fue a su tierra natal y entró en la iglesia de las Religiosas Dominicas. La Hermana sacristana le había preguntado en día muy lejano: -Y tú, ¿qué quieres ser?
– Yo, religioso para ser santo.
– ¿Tú religioso y santo, como lo pequeñujo que eres?…
– Pues ya me pondré sombrero de copa y así seré más alto.
El caso es que aquel chiquillo de entonces venía ahora a la iglesia, y al verlo conmovido, le preguntan: -¿Qué es esto? ¿Parece que se emociona?…
Y el Obispo Misionero: -Sí; aquí radica todo lo que he sido para Dios y para la Iglesia en mi vida. A este templo me traía mi padre de la mano, y aquí rezábamos y cantábamos el Rosario, cuando yo apenas podía balbucir mis palabras…
Sin aquel ejemplo de piedad de sus padres, que rezaban cada día en la casa y extendían después la oración a la iglesia, no hubiéramos tenido al gran Misionero y Obispo de después.
Vivir en oración es vivir aliados con Dios, porque Dios se convierte en el garante de toda la actividad que se desarrolla a lo largo de la jornada. Orar es estar en comunión con ese Dios que es nuestro Padre y que ama con la ternura de la mejor de las madres.
Sabiendo que Dios es todo eso para el hombre, la plegaria no se cae de los labios. La plegaria se extiende a todas las horas y los momentos del día. Con la oración, se atrae de Dios, como lluvia bienhechora, toda su gracia, toda su ayuda, toda su protección.
En muchos hogares ya no se reza, porque se piensa que eso es un retroceso en la cultura moderna. ¡Qué disparate el pensar y el actuar así!… Las pobres familias que siguen esos dictámenes de la moda social no saben el bien de que se privan, no saben el mal que se acarrean. Cuando el vivir de Dios y con Dios les traería una felicidad tan grande en esta vida y en la que espera después…
Desde que se ha dicho y repetido tantas veces, con una comparación feliz, que la oración es el respirar del alma, hay que decir que no solamente el individuo particular, sino el hogar como tal tiene también sus pulmones. Hogar en que se reza, se vive de Dios y Dios lo llena todo. Y si Dios está en el hogar y es su esperanza, ¿qué le falta a ese hogar bendito? No le falta nada, lo tiene todo…