Santas por aclamación.

1. agosto 2023 | Por | Categoria: Familia

Un conferenciante daba una charla sobre la santidad en la Iglesia, y hablaba de una niña excepcional: muerta a sus nueve añitos, y ya había sido declarada Venerable, el paso inmediato para que el Papa la eleve a los altares cualquier día. Y no era ninguna niña a la que la Virgen se le hubiera aparecido, como a los partorcitos de Fátima. Era una chiquilla de la alta sociedad madrileña, pero que se había empeñado en ser santa, y lo fue de verdad. Explica el conferenciante con todo detalle la vida de aquella criatura, y, acabada su narración, salta en voz alta y con pasión uno del público:
-¿A esa niña la van a hacer santa? Me alegraré mucho. Pero, por favor, digan al Papa que empiece por canonizar a su madre.
Siguió un aplauso muy fuerte de todos. La madre de la niña quedaba declaraba santa por aclamación…

Leído esto en una revista, me picó la curiosidad y no paré hasta hacerme con la vida de la chiquilla. Leída de un tirón, asombra lo que hace la Gracia. Y traigo ahora su ejemplo, porque me he preguntado: ¿No es cierto que la primera santa fue la madre, y que, con madres como ésa, los hogares serían un semillero de hombres y mujeres extraordinarios, como ciudadanos y como cristianos?…

La niña en cuestión se llamaba Mari Carmen González-Valerio Sáenz de Heredia. Su padre, Julio, es un militar y después Ingeniero de Ferrocarriles. Estalla la revolución española de 1936, y Julio es sacado violentamente de casa para ser llevado a una checa y después fusilado. Antes, ha dicho a la esposa Doña Carmen: -Los niños son pequeños y ahora no entienden. Cuando sean mayores, diles que su padre luchó y dio la vida por Dios y por España, para que ellos se pudieran educar con el Crucifijo presidiendo en las escuelas. Mari Carmen, la segunda de los cinco niños, tenía seis años, y contaba con un papá mártir. Este hecho va a ser decisivo en su llamada por Dios a la santidad.

Doña Carmen, mujer de la nobleza, pide asilo en la Embajada de Bélgica, pues está en la mira de los que han matado a su marido. Pero el problema eran los niños, que se salvaron de milagro, pues a las pocas horas los iban a buscar para llevarlos deportados a Rusia, donde serían educados en el marxismo.

Mari Carmen había recibido la Primera Comunión dos meses antes de que estallara la revolución. Una Primera Comunión que le va a dejar un recuerdo imborrable a aquella niña tan especial, con el canto que le acompañó: -Jesús mío, ¡qué bueno eres, qué bueno eres!…

Los pobres le llaman la atención y los quiere mucho. Apenas tocan a la puerta, corre, da al pordiosero una limosna de su ahorrillos, y le dice con inocente malicia: -Ahora, llame otra vez para que le dé mamá.

Junto con la caridad, un amor a la pureza casi inexplicable. Recatada hasta lo último, odia la playa, y para no disgustarla porque no quiere vestir así o asá…, la mamá prefiere dejarla jugando en el jardín. La abuela materna, otra mujer digna de su hija y de su nieta, le dice a Carmen: -Respétala. Ese pudor instintivo es cosa de Dios. Y así lo declarará después Doña Carmen: -Empecé a advertir que había algo especial en el proceder de mi hija.

¿Y cómo vivía Mari Carmen el recuerdo de su papá fusilado? Desde el primer momento los niños, enseñados por la mamá, perdonaron con todo el corazón. Pero Mari Carmen va a tener una fórmula lapidaria y misteriosa: -Mi padre murió mártir, pobre mamá, y yo muero víctima.
¿Qué había pasado? A papá lo habían matado los enemigos de Dios, y, para la mente de un niño en España, el que encarnaba toda la maldad de los que habían matado a tantos sacerdotes, religiosos y religiosas, y a tantos católicos distinguidos como su papá, era el Presidente de la República, Don Manuel Azaña. Así, que pregunta, ya a sus seis años: -Mamá, ¿se salvará Azaña? Contesta Doña Carmen a la niña:
-Si se hace penitencia y se reza por él, se salvará.
Mari Carmen tiene bastante; en adelante, ¡a rezar por Azaña!…
Y algo más: a ofrecerse como víctima a Dios  El Jueves Santo, seis días después de terminada la guerra, cuando acaba de cumplir los nueve años, va Mari Carmen a los Oficios con su abuela, y anota después en su cuaderno “privado, privadísimo”: “Me entregé en la parroquia del Buen Pastor, 6 de Abril 1939”. Me “entregé”, con este simpático disparate de ortografía…

El caso es que Dios acepta la víctima. En mayo cae enferma, y empieza una enfermedad incurable, horrorosa, inexplicable, porque, hasta expresarse la niña:
– Desde el pelo que me han cortado hasta la uña de la punta del pie me duele todo el cuerpo. Sufrimientos indecibles, según los doctores. Y el único alivio, decir muchas veces ¡Jesús!… Hasta suplicar a los suyos y al Doctor: -Díganme: ¡Jesús! ¡Jesús!… A mamá le pide: -Cántame aquel canto de la Primera Comunión: “¡Qué bueno eres, Jesús, qué bueno eres!”…
Así, hasta el 17 de Julio, cuando a la misma hora que la Víctima del Calvario, Mari Carmen se iba al Cielo con los Ángeles que vinieron a buscarla…

¿Y Don Manuel Azaña, el enemigo de la Iglesia? Refugiado en Francia, moría en Noviembre del año siguiente. Se corrieron muchos rumores sobre sus días últimos. Para acabar con todos los equívocos, un Padre Jesuita pidió información precisa al Obispo de Tarbes-Lourdes, que decían le había asistido. Y el Obispo en su respuesta fue categórico: -Yo le asistí. A pesar del cerco de sus amigos que no querían, recibió con plena lucidez el sacramento de la Penitencia, así como la Extremaunción y la Indulgencia plenaria, y expiró dulcemente en el amor de Dios y la esperanza de su visión (Carta al Padre Andrés Arístegui)

Volvemos nuestra mirada a la familia. Esa expresión: “Mi santa madre”, la repetimos todos muchas veces, casi como un tópico. Es la canonización de las madres cristianas por aclamación popular. Y ante un caso como el de Mari Carmen, nos preguntamos: -¿Se explica eso sin una madre santa?…

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