Un ideal que se propaga…
2. agosto 2023 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: GraciaEntre aquellos grandes Obispos de la antigüedad cristiana en el Oriente descuella como lumbrera singular San Basilio Magno, que dice de sí mismo y de su entrañable amigo San Gregorio: -No teníamos más tesoro que la gracia de Cristo, ni conocíamos más que dos caminos: el de la iglesia y el de las escuelas.
Conforme a este ideal, y soñando en esa gracia de Cristo que les proporcionaba la única riqueza valedera, se retiran al desierto para vivir como monjes sólo para Dios y sus almas. Pero los saca de allí la voluntad de la Iglesia que los quiere Obispos a los dos.
Basilio se convierte en padre de los pobres, para los que edifica un enorme asilo: -¡Vengan, y tengan al menos dónde comer y dormir!…
Funda un lazareto para los leprosos: -¡Déjenme que los abrace, que para mí son Jesucristo!…
Se presenta sin miedo a las autoridades para que rebajen los impuestos de los trabajadores: -¿Por qué se les ha de ir la ganancia del jornal en obras suntuosas del Imperio?…
Sobre todas estas obras sociales, como está preparadísimo en doctrina, se convierte en un poderoso defensor de la verdad católica contra las herejías que iban surgiendo: -¿Dicen que Jesucristo no es Dios? Entonces, ¿qué es, y cómo explican su vida y la salvación que nos trajo?…
Basilio, como no podía ser menos, suscita contra sí las mayores persecuciones, y un día se le presenta el ministro del Emperador: -O dejas de hablar y actuar así, o se te confiscan todos tus bienes. El Obispo sonríe: -Te llevarías muy poco. Todo lo que me puedes quitar es este trapo viejo que cubre mi cuerpo y algunos libros. Todos mis bienes se los he entregado previamente a los pobres.
Otro día viene algo peor: -O callas y dejas de escribir de una vez, o vas a morir. Ahora Basilio se pone feliz: -Me prestarías muy buen servicio si me librases de este fuelle estropeado de mi cuerpo, que apenas si saca un poco de aire de los pulmones, y me devolvieses con la muerte a Dios mi Creador.
El ministro ha de comunicar al Emperador: -Ese Basilio nos ha vencido. Estamos perdiendo el tiempo, pues ni amenazas ni halagos pueden con él.
Ya vemos lo lejos que le llevó a Basilio aquel ideal que compartía de estudiante con su amigo Gregorio: -¡No teníamos más tesoro que la gracia de Cristo!… Y esta confesión sobre sus años jóvenes nos hace preguntarnos a nosotros: ¿Qué ideal tenemos en nuestras vidas? ¿Dónde buscamos los remedios para los males del mundo? ¿Por qué caminos andamos persiguiendo la felicidad?…
La respuesta, a la luz de la fe, será siempre la misma: O con Cristo y su gracia, o fracaso total. Y no queremos el fracaso, desde luego, sino el triunfo de nuestras legítimas aspiraciones de felicidad.
“Sabemos que por la gracia de Cristo hemos sido trasladados de la muerte a la vida”, nos dice el apóstol San Juan (1Juan 3,14), y se va al fracaso más redondo cuando se buscan el bienestar y la felicidad fuera de Cristo, porque sería querer encontrarlos en la muerte en vez de la vida.
Cada día nos vienen los periódicos y los todos los medios de comunicación proclamando quiénes son las personas más ricas del mundo, y cada día varían porque las fortunas van rodando. Por eso, nos fijamos ahora en fortunas fabulosas de quienes ya no están entre nosotros. Aquel magnate cuya fortuna nadie sabía, pero que se quedaba según los cálculos más modestos en “sólo” seiscientos millones de dólares (Onasis)…; el patriarca americano del petróleo que dejaba a sus hijos nada menos que mil millones (Rockefeller)…; el cual, sin embargo, se quedaba muy corto al lado del que dejaba dos mil ochenta millones (Getty)…
Fuera del bien que se podría haber hecho con esas fortunas inmensas, aquellos millones no valían para nada… El pordiosero San Benito José Labre era mucho más rico y vivía mil veces más contento cuando, sintiendo dentro de sí la gracia de Cristo, contestaba a los muchachos que se reían de su miseria: -¡Si supieran mi felicidad!…
Ante un mundo que busca la felicidad en el bienestar exagerado, la fe, sobre todo la de los jóvenes, vuelve los ojos a la gracia de Cristo, y se aceptan las palabras del Papa León XIII, el Papa de los Obreros y de la Cuestión Social:
-Apenas apareció en la tierra nuestro Salvador, brotó la fuerza procreadora de un nuevo orden de cosas, la cual se infiltró en todas las venas de la sociedad doméstica y civil.
Ilusionarse por la gracia de Dios se ha convertido en algo muy normal sobre todo entre la juventud. Sobre un mundo que no les gusta, contemplan otro de belleza sin igual.
Como el de aquella mujer, esposa y madre, que vivía tan intensamente la gracia, y Dios se la hace ver en otra alma. La contempla, sale fuera de sí, y confiesa enajenada: -Porque sé que hay más que un solo Dios no caí ante ella de rodillas. No sé cómo resistí sin adorarla (Santa catalina de Génova)
O como la otra, que ve también un alma en la gracia de Dios, y le dice después a su confesor: -Padre, si pudieras ver la belleza de un alma en gracia de Dios, darías cien veces tu vida para asegurar su salvación (Sta. Catalina de Siena )
Esto es lo que los jóvenes han redescubierto hoy en la Iglesia, lo mismo que Basilio y Gregorio: ¡Nos bastaba la gracia de Cristo!… El mundo cambiaría en riqueza, en belleza, en felicidad el día en que la Gracia de Cristo triunfara en las almas. Ciertamente que ya ha triunfado en muchas. Pero, ¿por qué no ha de triunfar en todas?…