Intercambio de dones
20. septiembre 2023 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: GraciaUn mendigo llama a la puerta de una casa pidiendo algo para comer. No había más que mirarle la cara macilenta para darse cuenta de que no engañaba. Le sale el dueño, y le alarga generoso un billete de banco de tres cifras… El mendigo no se esperaba tanto, y le sale entre lágrimas un ¡Gracias, gracias! ¡Dios le bendiga! que conmovía… El señor, por toda respuesta, le dice:
– Nada de gracias, hermano. Se las admito con la condición de que usted me admita también mi palabra: ¡Gracias, muchas gracias por haber venido! Usted con su bendición me da a mí mucho más que yo a usted…
Ese buen cristiano se decía convencido que el pobre aquel le venía de parte del mismo Dios.
Al oír un caso semejante, vienen ganas de preguntarse: -¿Quién da más? ¿El que entrega o el que recibe?… La verdad es que hay un intercambio de dones. Se da algo por amor de Dios y del hermano, y se recibe el amor agradecido del hermano y un caudal de gracia no medido de parte de Dios. Para el que da, el intercambio resulta una verdadera ganga.
A la luz del Evangelio, los pobres han sido considerados como la realeza de la Iglesia. Desde que el Hijo de Dios hecho Hombre escogió para Sí la pobreza, la vida pobre ha dejado de ser una maldición ante la conciencia humana.
Entre los Santos más insignes por su caridad se ha contado siempre a Vicente de Paúl. Un día se entera de que en el palacio la madre del rey Luis XIV de Francia prepara una fiesta espléndida a costa de una cantidad enorme de dinero.
Se presenta Vicente con toda humildad, y se dirige a la reina madre: -Señora, un gran número de mis pobres se están muriendo de hambre. Mis manos están vacías. ¿No los querrá socorrer? La reina se conmueve, se quita las pulseras de las muñecas y la diadema de piedras preciosas de la cabeza, y se las entrega al sacerdote.
Lo ve una cortesana, que grita asustada: -Pero, Señora, ¿qué está haciendo? La reina madre, por toda respuesta, corta una flor natural, y se la pone en el pelo:
– Más que las joyas labradas por manos de hombres, vale esta flor fresca y lozana tal como la ha hecho Dios.
No acaba aquí la escena. Al sacerdote le brilla una lágrima en los ojos que le rueda por la mejilla. Y comenta la reina: -Ninguna de esas perlas brilla tanto como esa lágrima de los ojos de un santo. Era una lágrima de agradecimiento que derramaba Jesús por medio de su amigo Vicente de Paúl…
Ayudar al pobre se ha convertido en señal inequívoca de amor a Dios. Se le ayuda al pobre porque es una persona humana, digna de todo respeto y de todo amor. Pero se le ayuda también con la convicción de que quien ayuda al hombre ayuda al mismo Jesucristo, que se ha solidarizado con los hombres —con todos, sin excepción— y de tal manera que lo que se le hace al hombre se le hace al mismo Jesucristo, y lo que se deja de hacer al hombre se le deja de hacer a Jesucristo en persona.
Aquí no inventamos nada, porque copiamos al pie de la letra la misma letra del Evangelio.
El último día será el juicio sobre toda la Ley de Dios, sobre la Ley entera. Pero, ¿por qué Jesucristo remarca expresamente la ley del amor? -¡Venid, benditos de mi Padre, porque todo eso me lo hicisteis a mí!… ¡Lejos de mí, malditos, porque no me quisisteis hacer nada de todo eso que yo necesitaba!…
El amor al pobre es la medida del amor a Dios mismo. La Palabra de Dios, que nos transmite el apóstol más querido de Jesús, es contundente: -Si alguien que tiene bienes de este mundo ve a su hermano en necesidad y no se apiada de él, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? (1Juan 3,17)
La ayuda al pobre, precisamente porque es para Jesucristo, es generosa, es total. San Juan Bautista Vianney tuvo un día un rasgo simpático.
Encuentra por la calle al conocido ciego, y le pregunta: -¿Qué tal te va hoy? -De todo hay, señor Cura. Hoy no voy a comer. He pasado por su casa, y la empleada no me ha dado pan porque no tenía el cuchillo para partirlo. -¿Eso te ha dicho?… Ven conmigo. Ya en casa, se dirige a la ama tan tacaña: -Cuando no hay cuchillo, ¿sabes cómo se hace? ¡Así!… Y le alarga al pobre ciego el pan entero, aunque los de casa se quedaron aquel día sin nada…
Ayudar al hermano en necesidad es saldar con Dios todas las cuentas pendientes. La limosna, que nace de la compasión, a la vez que la compasión nace del amor, cubre la multitud de todas las culpas.
San Francisco de Borja, Marqués y Virrey, era muy rico y daba mucho. La nacía del corazón, pero también porque lo había aprendido de su padre, que había malgastado mucho en tonterías y al final se arrepintió de su proceder.
Entonces, orientó su dinero hacia los pobres, de manera que un día se le queja el mayordomo: -Señor Duque, a este paso no va a bastar toda la hacienda para limosnas. Y el Duque, muy consciente: -Mejor. Cuando gastaba todo en fiestas nadie me lo reprochó. Si ahora ha de faltar dinero, que falte para mi casa, no para los pobres de Cristo.
Al dar a Jesucristo en el pobre se recibe mucho más de lo que se da. San Juan Bosco hubo un día de avisar seriamente a un Padre que se mostraba muy renuente a pedir a los ricos por miedo a ofenderlos. Y Don Bosco le replica serio: -Venza esa repugnancia y sepa que, al pedir a los ricos que sean generosos en dar limosna, es usted quien les hace una verdadera limosna a ellos, porque así los pone en camino de salvación.
¡Jesucristo! En todo este asunto de pobres y ricos, al que hoy nos hemos vuelto tan sensibles, la única palabra válida para resolver la cuestión es “Jesucristo” y nada más. Cuando se mira a Jesucristo pobre en el pobre, la puerta del corazón no se le cierra a nadie ni a nadie se le retiran las manos. Porque es el mismo Jesucristo quien mira suplicante, quien agradece y quien premia…