Lumbreras que se encienden
12. septiembre 2023 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: FamiliaHace ya muchos años, pues era a mitades del siglo dieciséis, dos esposos muy cristianos esperaban el nacimiento de su cuarto hijo. Nadie se explicaba el fenómeno, y todos se preguntaban, igual que al nacer Juan el Bautista: Pero, ¿quién y qué va a ser este niño?… Porque sin más, de repente, apenas salir la criatura del seno materno, se abrillantó el horizonte y aparecía una luz del todo celestial que se metía en la habitación del recién nacido, dejando a todos asombrados… -¿Quién y qué será este niño?…
Así iba a ser. Aquel niñito que venía al mundo llegaría a ser Arzobispo y Cardenal de Milán, uno de los Pastores más esclarecidos de la Iglesia en los tiempos modernos: San Carlos Borromeo.
Cualquier papá y cualquier mamá darían el mundo por ver anunciada así la grandeza del niño que traen a la vida. Pero, ¿hace falta un prodigio semejante para sentirse orgullosos de lo que va a ser el fruto de sus entrañas?… ¿No tienen en su mano el hacer que su hijito o hijita sea todo un augurio y una profecía del provenir?… Los esposos, ahora ya papás, saben que son los modeladores de una materia prima que Dios pone en sus manos: sólo se trata de darle una forma espléndida y hasta espectacular…
Un psicólogo les daba a los papás unas normas precisas y muy orientadoras para no fallar en su difícil e importantísima misión.
Ante todo, observar al niño ya desde los primeros meses de vida. ¿Cuáles son sus tendencias?
¿Es impulsivo? Después será un volcán. Movido, emprendedor…
¿Es lento en sus manifestaciones? ¡Al tanto!, pues podría ser después temeroso, retraído, inhibido…
Con este aviso previo, el primer papel que les corresponde a los papás es moderar al impulsivo y espolear al temeroso, con las primeras caricias y los primeros juegos que le van a prodigar. Y esto desde el mero principio, con la ternura inmensa y el tacto fino que atesoran tanto el papá como la mamá.
Apenas el niño ya corretea, y habla, y juega por su cuenta, ha de encontrar en su entorno un ambiente propicio para su desarrollo, un clima de serenidad, del que se aparta todo lo que le puede influir negativamente o le crearía un temperamento malsano y hasta patológico. ¡Que el niño se sienta feliz!…
Influyen grandemente en ello las condiciones materiales de la casa: la limpieza, el orden, el sol y el aire puro, lo mismo que los primeros juguetes que se le ponen al pequeño en las manos… Todo eso contribuye a crear en él como una segunda naturaleza, totalmente sana.
Se añade a esto algo todavía más importante, como son las manifestaciones amorosas de los papás, expresadas con la caricia, el mimo, el abrazo vigoroso del papá y la ternura inefable de la mamá. Con todas estas manifestaciones de amor, el niño se desarrolla afectivamente equilibrado, lo cual constituye un verdadero privilegio, con resonancias después en toda la vida.
Es muy posible que cuando escuchamos estas normas prudentes, dictadas por un sicólogo, se nos ocurra decir: -¿Esto? Esto lo hacen todos los papás, sin necesidad de que nadie se lo dicte. La naturaleza es la gran inspiradora de todo lo que han de hacer los papás, que se convierten por instinto en los profesionales más competentes.
Ciertamente que así debería ser. Pero los descuidos son frecuentes y las consecuencias muy graves.
Es bien conocida la historia de una famosa escritora negra de los Estados Unidos. De muchacha, para ganarse la vida, se pone a servir como criada de un matrimonio un poco singular, que no lleva más que vida de sociedad, sin que presten a su niña la atención debida. La muchacha negra es buena de verdad.
Una noche se marchan a divertirse, y la niña se pone mala. Se agrava, llora, se agarra como puede a la criada, la cual, con gran responsabilidad, llama al médico a aquellas horas de la noche. Al regresar el matrimonio, los dos se enfurecen: -¿Cómo se ha atrevido a llamar al Doctor sin autorización nuestra? Usted queda despedida.
La criada llora, da un beso a la niña, y le promete enviarle una muñeca. Dos días después, muere la enfermita. Y la criada, toda corazón, le manda la muñeca. Los periódicos anunciaban la noticia como una gran novedad: -La niña fue enterrada con una muñeca entre sus brazos, regalo de una fiel criada negra. La mamá, en el desespero, llamaba de nuevo a la fiel sirvienta (Elizabeth Laura Adams)
¿Qué les pide a los papás su condición de formadores del niño? El mismo sicólogo que ha dictado las normas anteriores, les sigue dictando unas cuantas cosas más de sumo interés.
Como base principal, la relación de la pareja debe ser perfecta, no obstante las inevitables limitaciones de uno y otra. Cuando existe el equilibrio entre los dos, empezando por las manifestaciones íntimas del amor, y se excluyen los recelos infundados y la discusión inútil, se está en disposición inmejorable para transmitir al niño esa formación tan valiosa y en la cual tanto se ha soñado.
Ni que decir tiene que, desde el principio, desde el primer momento, y de manera improrrogable, hay que meter a Dios en la mente y en el corazoncito del niño. El niño o la niña, antes que un hijo del matrimonio, es un hijo de Dios. Antes que un ciudadano de la tierra, es un candidato del Cielo. Jesucristo, que lo sabía bien, nos lo enseñó con palabras inmortales, divinas: -No despreciar a uno de estos pequeñitos, pues sus ángeles contemplan sin cesar el rostro del Padre celestial… ¡Cuidado con estorbar que los niños vengan a mí!… Y quien acoge a un niño en nombre mío, me acoge a mí… (Mateo 18, 10; 19,14; 18,5)
Cada niño que viene al mundo enciende una antorcha espléndida en el hogar, destinada después a brillar en el mundo, y más tarde para siempre ante Dios en su gloria. ¿Lo saben bien los papás?…