Los vueltos a nacer

25. octubre 2023 | Por | Categoria: Gracia

Muchas veces oímos esta expresión salida de labios y de corazones angustiados: -¡Si yo volviera a nacer!… Quien lo dice, quiere expresar que algo le ha salido mal en la vida y que, si estuviera en su mano, buscaría la solución adecuada. Pero…, ¡ni modo! No hay más remedio que aceptar lo irremediable, porque la vida ya no se puede reemprender. No se da la reencarnación; la vida no se repite.

Dejamos a una persona singular, y preguntamos: ¿Podía la Humanidad caída en el paraíso pronunciar aquellas palabras angustiosas? ¿Tendría sentido en los hijos de Adán el decir Si yo volviera a nacer?…
Los hombres no podían decirlo. Pero lo dijo el Dios hecho hombre, Jesucristo, que sentenció: -¡Han de nacer de nuevo, por el agua y por el Espíritu!… (J. 3)

Hacía miles de años que Dios había plantado en el mundo esos árboles frondosos que son los hombres y mujeres de todos los tiempos. En la mente de Dios, tenían que ser una selva virgen, llena de vida y de encantos. Pero vino la racha del pecado, alentada por Satanás, y tantos árboles, ricos y bellos antes, no servían ahora sino para hacer leña destinada al fuego… ¿Qué hará Jesucristo ante visión semejante?…  

Se me ocurre aquí lo que le pasó a un militar insigne de nuestros días en el norte del África. Había pacificado el Marruecos francés, y el Mariscal iba acompañado por un lucido séquito a través de un bosque de cedros gigantescos.
Llegan a un punto en que el bosque tan bello ofrecía un espectáculo desolador. Una furiosa tempestad había arrancado de cuajo muchos árboles, y los nativos aprovechaban la madera para los  usos caseros. Se dirige el militar al guardia de la región, y le advierte:
– ¿Por qué no repuebla esta parte del bosque? ¿Por qué no sustituye los árboles caídos por otros nuevos?…
El guardia, muy sensato por cierto, le objeta: -Mi General, ¿plantar nuevos cedros? ¿Sabe que el cedro es un árbol que necesita dos mil años para alcanzar a esos que han sido erradicados por la tempestad?…
El militar no da marcha atrás en su decisión, y replica:
–  Ah, ¿sí?… Entonces comience ahora mismo (Lyautey. Lo cuenta André Mourois)

Ante la perspectiva que ofrecía el mundo por el pecado, Jesucristo no mide el tiempo, sino que dice resuelto: -¡A repoblar el mundo! ¡A hacer nacer hombres nuevos y mujeres nuevas! Pasarán miles de años, pero en el mundo se irán reproduciendo sin cesar los hijos de Dios. Cuando llegue el fin, tendremos un bosque sin límites, de frondosidad, riqueza y hermosura no soñadas…

Esos hombres y esas mujeres replantados en el mundo no serán diferentes de los caídos por el pecado de Adán y Eva. Serán los mismos, pero que renacerán a una vida nueva engendrados por el mismo Dios.
Idea semejante sólo pudo surgir en una mente como la de Jesucristo, de quien es propia la expresión asombrosa: ¡Nacer de nuevo!…
Así se lo dice al maestro viejo que tiene delante: -Sí; por muchos años que tengas encima, has de nacer otra vez, aunque sin volver al seno de tu madre. Has de nacer del agua y del Espíritu Santo (Juan 3,3-5)

Esto nos lleva una vez más a la espiritualidad del Bautismo, la única espiritualidad válida, ya que todas las formas de piedad, de devoción y de religiosidad que se dan en la Iglesia arrancan del Bautismo que un día se recibió.
Para San Pablo, la persona bautizada es una criatura nueva, que nada tiene que ver con el Adán y la Eva caídos. Sólo mira ya a Jesucristo, el Nuevo Adán, el muerto de una vez al pecado y el resucitado para siempre a la vida de Dios.

¿No hemos oído nunca la historia legendaria de San Ginés? Historia, porque es un hecho cierto. Legendaria, porque hay detalles algo pintorescos, pero que expresan el sentir de la Iglesia de los primeros tiempos. El caso se dio en la persecución decretada por el Emperador Diocleciano.

Ginés era un actor cómico del teatro. Y un día, haciendo el ridículo cuanto más podía, remedó ante el público, que reía a carcajadas, las ceremonias del Bautismo cristiano. Se tumba en una cama de enfermo, y sigue la comedia: ¡Que me muero, que me muero, y quiero hacerlo como cristiano!…  
Pero cambia la escena de repente, y las carcajadas de los espectadores se van a mudar en gritos furiosos. La Gracia le ha iluminado de repente, y Ginés hace venir a un sacerdote y a un exorcista de la Iglesia, que le preguntan extrañados:
– ¿Para qué nos llamas? ¿Qué deseas?…
Ginés, que habla ahora con toda seriedad, los deja sorprendidos:
 – Para recibir la gracia de Jesucristo. Quiero nacer de nuevo por el Bautismo y verme libre de todos mis pecados.
Se dirige al público, y le dice con toda formalidad:
– Desde ahora me declaro cristiano y desertor de vuestros dioses, para que Dios me reciba en su paraíso.
El sacerdote de la Iglesia lo bautiza, le impone la túnica blanca que allí estaba para la comedia anterior, y vestido con ella es presentado al Emperador que manda azotarlo, quemarle los costados con teas encendidas, y finalmente matarlo al filo de la espada.

Quitamos los detalles legendarios, y tenemos en San Ginés representada la realidad bautismal del cristiano. Con la nueva vida ha desaparecido la comedia —vamos a llamarla así— de la anterior vida de pecado. Ahora, no queda sino la vida nueva de la Gracia, que hace serio y festivo el paso por el mundo, hasta que coloca al cristiano en el Paraíso, transplantado allí para una vida eterna.

En la Iglesia no decimos angustiados: ¡Si yo volviera a nacer!…
Lo decimos mucho mejor: ¡He vuelto a nacer! ¡Soy otra persona!…
¿Es verdad tanta belleza?…

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