La familia apostólica

28. noviembre 2023 | Por | Categoria: Familia

Cuando se habla hoy de la Familia Cristiana se suelen emplear dos expresiones muy bellas que se complementan mutuamente: La Iglesia doméstica y la Familia apostólica. ¿Qué queremos decir con ello? Las dos fórmulas son claras.

– Con “Iglesia doméstica” queremos decir que la familia es una célula de la Iglesia universal, y que la Iglesia universal de Cristo se concretiza y se expresa bellamente en la familia cristiana.  
– Con “Familia apostólica” queremos decir que la familia cristiana e iglesia doméstica —precisamente porque se siente como toda la Iglesia universal, que es esencialmente misionera—, quiere ser misionera también, difusora del mensaje de la salvación, anunciadora y servidora del Evangelio, digna de aquellas primeras comunidades cristianas de Jerusalén, de Antioquía o de Roma, que llevadas de su empuje apostólico, difundieron el Nombre y el conocimiento de Jesucristo hasta los últimos rincones del Imperio.
 
¿De que maneras puede ser hoy apostólica una familia?… La primera que se nos puede ocurrir es la clásica de los papás que sueñan en tener un hijo sacerdote o una hija misionera para que los hijos sean unos apóstoles, diríamos, profesionales: dados de por vida y en exclusiva a la Iglesia como anunciadores y servidores del Evangelio. Los ejemplos son abundantes y conmovedores.

Modernamente hemos tenido uno que ha llamado tanto la atención. Sabemos quién fue el promotor del movimiento de los Obreros Católicos, como una respuesta a los intentos revolucionarios de las masas socialistas y marxistas. ¿Quién no conoce al belga Padre Cardjin, a quien el Papa Pablo VI nombraría Cardenal, con el aplauso de todo el mundo? Dejemos que él mismo nos cuente su historia:

* “Soy un hijo de la clase obrera, y si he llegado a ser sacerdote lo debo a mi padre. Mi padre era un pobre obrero, que no sabía ni leer ni escribir. A sus once años, se vio obligado a trabajar. Estaba mi padre muy preocupado por sacar a flote a sus hijos, a los que tanto quería. Recuerdo todavía cuando una noche, a mis trece años, bajé a la cocina mientras mis hermanos y hermanas ya se habían ido a dormir. Me acerqué a mi padre, que estaba fumando en su pipa, y a mi madre que remendaba los calcetines, y les dije:
– Papá, ¿podría continuar yo estudiando?
Me respondió afligido: -Hijo mío, a tu edad yo era ya un trabajador. Me estoy haciendo viejo y siento que las fuerzas me van dejando.
Me atreví entonces a decirle toda la verdad: -Papá, creo que el buen Dios me llama. Yo quisiera ser sacerdote.
Mi padre, que parecía un hombre casi impasible, se puso pálido y empezaron a caerle gruesas lágrimas por las mejillas, surcadas por tantas fatigas. Las manos de mi madre, entre tanto, empezaron a temblar. Mi padre al fin se arriesgó a decir a mi madre:
– Mi querida esposa. Nosotros hemos trabajado ya mucho. Pero, por el honor de tener un hijo sacerdote, trabajaremos todavía más.
Desde entonces, mi papá y mi mamá trabajaron mucho más aún.
Acabado el bachillerato, y ocho días antes de recibir mi primer premio, un telegrama me anunciaba la gravedad de mi padre.
Corrí hasta su lecho, y lo encontré moribundo. Me miró, me sonrió, me dio su última bendición aquel mi pobre padre, arruinado por el trabajo, muerto de trabajar por su hijo para que llegara a ser sacerdote.
Me tocó cerrarle los ojos, pero allí mismo hice el juramento de sacrificarme por mi vocación sacerdotal, sobre todo en favor de la clase obrera”.

Esta confesión del gran apóstol de los Obreros no necesita comentario alguno. Habla por sí misma de lo que es para una familia el sentirse eso: “familia apostólica”.
Pero dejamos esa forma tan sublime de sentirse apostólica la familia —¡un hijo, una hija, un hermano o una hermana consagrados a Dios en servicio del Evangelio!—, para fijarnos en las otras formas de apostolado que están al alcance de todas las familias cristianas.
Hoy se han multiplicado de tal manera los Movimientos Apostólicos entre nosotros, que son una de las mayores bendiciones de Dios para su Iglesia.

Se dan actividades para todos los gustos y capacidades. Basta sentir celo por la gloria de Dios, por el Reinado de Jesucristo, por el bien de la Iglesia, por la salvación de los hermanos, para que surjan en las familias muchos apóstoles laicos, que se insertan en tantas formas de apostolado como militan en cada Parroquia.

Además, con el sentido de responsabilidad por el bien de toda la Iglesia que se ha despertado entre los laicos, las iniciativas de apostolado surgen muchas veces de la base, aunque bajo la mirada atenta de los Pastores que examinan, juzgan y aprueban lo que se ve que viene del Espíritu Santo, para bien del mundo y la salvación de los hombres.

Así las cosas, el cristianismo ya no “se esconde en la sacristía”, sino que los apóstoles, surgidos con tanta abundancia en el seno del Pueblo de Dios, predican y hacen notorio desde las azoteas, es decir, con todos los medios posibles, el mensaje del Evangelio.
De este modo no queda atada la Palabra de Dios, sino que se va difundiendo cada vez más poderosa por todos los rincones para la salvación de todos.
     
El mundo moderno, tan lleno de esperanzas en medio de tanta inquietud, sólo suspira, consciente o inconscientemente por la salvación que le trae Jesucristo. ¿Voluntarios que se lo lleven?…

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