Primer Domingo de Adviento (B)

1. diciembre 2023 | Por | Categoria: Charla Dominical

La palabra clave del Evangelio de hoy, cuando comenzamos el nuevo Año Litúrgico, es ésta que Marcos repite cuatro veces en tan pocas líneas: “¡Vigilen!”.
Pero, ¿por qué? ¿Y con qué sentimientos debemos estar esperando al Señor para cuando vuelva?…

– ¿Por qué?… Le hacemos esta pregunta a Jesús, y nos contesta: -Porque no saben cuándo vendré a buscarlos. Pero no me teman, ¡que vengo como su Redentor!
– ¿Y cómo hay que esperar?… Se lo preguntamos a Pablo, y nos responde: -Permaneciendo irreprensibles en su conducta para la venida del Señor. Que teman los otros; ustedes, no.  

Una vez más que la Iglesia nos lleva a la consideración del último día del mundo. Con ello no hace otra cosa que atenerse a la primera predicación de los Apóstoles, los cuales recordaban de continuo la venida gloriosa de Jesús al final de los tiempos para juzgar a los hombres, venida que para cada uno es el día de su muerte, cuando se habrá de presentar ante Dios para recibir la recompensa de sus propias obras.  
Jesús se sitúa en esta perspectiva, y recurre a la parábola de los empleados de aquel gran señor.
El amo se había ido lejos, y los criados tomaban actitudes muy diversas. Los más despreocupados, que se divertían como podían o se tumbaban a dormir perezosamente, se decían: -¡El dueño tarda en llegar! Se ve que el viaje le está yendo bien, y vaya uno a saber cuándo regresará…  Mientras que los más sensatos se preguntaban: -¿Ya tenemos arregladas las cuentas y está la casa en orden?…
El portero en especial recordaba el encargo del amo: -¡Al tanto, y vigila! Porque no sabes si llegaré a media noche, al canto del gallo o a media mañana…

La comparación de Jesús resultaba muy familiar para aquellos tiempos, tan lejanos todavía del teléfono o del complicado Internet. Pero en nuestros días, a pesar de nuestros avances técnicos y de nuestra comunicación ultra rápida, no hay manera de saber cuándo se presentará el Señor. Por eso su palabra es de actualidad suma: “¡Vigilad!”… Cristiano que no vigila parece más bien un pagano.

Con lo distraídos que hoy vivimos respecto de todo lo del mundo futuro, la advertencia del Señor nos cae de primera.
Pensamos en todo, menos en lo principal. La eficacia y la velocidad son las características de la actividad moderna, porque tenemos que disfrutar mucho, disfrutar todo lo posible, antes de que se nos escape de entre las manos el placer que se nos brinda hoy a montones.
Una modesta muchacha de nuestras tierras se había ido a trabajar a una rica nación del Primer Mundo, con la esperanza de mejorar su situación económica. Sí, hizo dinero. Pero no se sentía feliz. Volvió de visita a la familia y acudió a una reunión parroquial. Como es natural, los antiguos amigos y compañeras le preguntaban con curiosidad muchas cosas. Y la joven, humilde pero muy sesuda, manifestó sus sentimientos y preocupación:
 – No es posible ser feliz en una sociedad como ésa en la que me toca vivir ahora. En la casa de mis dueños está todo calculado hasta el mínimo detalle. La boda de la hija será dentro de cinco años. Y hablan claramente. Para pagar el carro, un año. Para el apartamento, tres años. Para los gastos de la boda, otro año entero. El primer hijo lo quieren pedir dos años después. Y como no va a esperar tanto la muchacha, ya está conviviendo con el novio. Con frescura que no entiendo, les oigo decir muchas veces a los mismos papás: ¿Qué va a hacer la pobrecita? ¡Tiene derecho a gozar!… Aquí somos más pobres, pero vivimos más felices y con mejor conciencia.
Por los labios de esta empleada doméstica hablaba el sentido común y hablaba, sobre todo, la fe cristiana.
Ninguno de nosotros niega que Dios nos quiere felices en este mundo, cuando nos ofrece y nos pide y hasta nos exige la paz, el amor, el bienestar de todos sus hijos… Pero, ¿y si el afán del disfrute terreno llega a entorpecernos para conseguir y conservar la gracia de Dios, semilla y condición de la vida eterna?… Ese ¡Vigilen! insistente de Jesús nos hace pensar muy seriamente…

Por otra parte, esa vigilancia, tan recomendada por el Señor en este Evangelio, no tiene nada de triste, sino que entraña un gozo intenso. El apóstol San Pablo nos propone en la lectura de hoy los sentimientos que llenan al cristiano mientras viene Jesús a buscarlo.
El cristiano se siente feliz porque está lleno del conocimiento de Jesús, de su vida y de su misterio.
El cristiano permanece siempre en acción de gracias, porque se ve colmado del don de Dios.
El cristiano lleva una conducta irreprensible, a la espera de la llegada del Señor.

Esto lo hace el cristiano, de modo especial, en la asamblea o reunión dominical.
La celebración de la Misa resulta cada vez un acontecimiento.
La escucha de la Palabra, la oración en común, la presencia de Jesús que se nos da en la Comunión, todo esto reaviva la memoria del misterio de la salvación.
Nos reafirma en la fe y nos acrecienta el amor.
Nos compromete cada vez más con el mundo al que tenemos que hacer partícipe de la salvación.
Sobre todo, mantiene en tensión nuestra esperanza.
El cristiano que es fiel a la Misa dominical no se olvida nunca del fin que tiene en perspectiva. Disfruta de la vida familiar y del descanso como nadie. Goza inocentemente con todo lo que Dios le proporciona para su satisfacción. Pero sabe dar su valor a todo. Por las cosas perecederas no pierde nunca las eternas.

¡Señor Jesucristo!
Tú nos pides que estemos al tanto para cuando vuelvas. Yo no tengo que decirte más que una palabra:
¡Siempre a tu disposición, Señor, y para cuando Tú quieras!…

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