¡Misión cumplida!…
3. enero 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: GraciaGuiados por la fe, pensamos muchas veces sobre nuestra propia vida. La queremos provechosa y aprovechada delante de Dios. Y nos preguntamos muchas veces a ver si Dios estará contento de nosotros. Nos pasa lo que a la secretaria buena y responsable, que en la oficina está siempre pendiente de la perfección de su trabajo, y se pregunta: ¿Y el jefe? ¿Qué piensa de mi trabajo el jefe? ¿Estará contento?… Y se le van todas sus preocupaciones cuando ve que el jefe le mira complacido, le asegura el puesto en la empresa, y hasta le promete un ascenso… ¿Todo por qué? Pues, porque ha cumplido bien la misión que se le confió. Es nuestro caso, el caso de todos, ante el Dios que nos ha encomendado un puesto determinado en la vida, a cada uno el suyo.
Hoy nos gusta mucho esta palabra: misión. Y nos sentimos orgullosos cuando hemos sabido cumplir la misión encomendada, que a lo mejor no es otra cosa que hacer bien las tareas del hogar, como usted lo está haciendo quizá en este momento, mientras escucha la radio, lo cual no es una cosa pequeña…
Pero ahora vamos a mirar esta misión bajo un punto bien determinado de la doctrina de la Gracia. De la vida de Dios que llevamos dentro. De la santidad en la cual queremos crecer.
Porque Dios, como nos dice San Pablo en las primeras líneas, tan profundas y tan bellas, de la carta a los de Éfeso, nos ha puesto en el mundo con la misión expresa de ser santos, inmaculados, amantes.
Al leer o escuchar estas palabras, nuestro pensamiento se va sin más a los Sacramentos, a la oración, a los grandes medios para crecer en la Gracia. Sí, muy bien. Pero, ¿hemos pensado en el gran medio que es el trabajo, el de cada día, el de la casa, el de la oficina, el del estudio, cualquier trabajo santificado por el Carpintero de Nazaret?…
Esas tres palabras de San Pablo son un programa grandioso de santificación. Empieza el Apóstol proponiendo la cuestión incuestionable: que Dios nos quiere santos. ¿Sabemos lo que esto significa para un cristiano? Es ser llamado a ser lo que el mismo Dios, que es el único Santo.
Para ello, nos propone el ser inmaculados en su presencia. Es decir, hombres y mujeres sin tacha. Sin sombra siquiera de culpa. Como María, la Madre Inmaculada.
Y con una nota bien característica que hoy nos dice tanto, como es el ser amantes, es decir, llenos de amor a rebosar.
La carta reciente de una amiga me sirve muy bien para comentar este punto de nuestra santificación, de nuestro progreso en la Gracia por medio de trabajo, sea el que sea, hasta el más sencillo, como el de la amiga, que me dice con toda naturalidad:
– Pues, ya lo ves, he tenido que meterme de nuevo en aquella tienda que había dejado, y aquí me estoy ganando ahora el Cielo.
La verdad es que sentí un poco de desconcierto cuando leí estas palabras. ¡Ganarse nada menos que el Cielo vendiendo verduras, frijoles y refrescos!… Ahí estaba su misión, tan parecida a la mía, tan parecida a la misión de todos. Porque todo era cuestión de poner amor a montones en cada venta que realizaba, a la vez que lo hacía sin avaricia y sin sombra tan siquiera de culpa, con inocencia encantadora.
La carta de mi amiga me llegaba cuando acababa de leer en una revista lo que le había pasado a Balduino, el Rey de Bélgica.
Nada más fallecido, ya estaban los belgas pidiendo que la Iglesia lo declarase santo, porque dicen que lo fue de verdad.
Cuando era un joven apuesto, soltero que no buscaba novia entre las princesas de sus días, y dado a rezar lo mismo que a gobernar, pensaron muchos que se iba a meter monje en un monasterio. De repente, la noticia bomba, sobre todo para las revistas del corazón:
– ¡Balduino se casa con la Señorita Fabiola de Mora y de Aragón!…
Para muchos, el santo se había convertido en un hombre vulgar, como todos los demás: ¡A casarse, y basta! Total, que había cambiado el convento por el trono, lo cual es por lo visto más apetecible… Sólo que, cuando muere, aparece tanto o más santo en el trono que los monjes en sus iglesias. ¿Dónde estará el secreto? Y se me ocurrió contestarme seriamente:
– Pues, en eso. Que da lo mismo sentarse en un trono de rey, si ésta es la misión de uno, que esconderse en un convento, o meterse en una tienda de comestibles como mi amiga… El caso es cumplir con la misión propia.
Al estar pensando en Dios, pensamos también en nosotros mismos: ¿Dónde y cómo encontraremos nosotros a Dios?… Pues, en el cumplimiento de nuestra misión. Con tal que hagamos todas las cosas con la mayor perfección que podamos, llenándolo todo de amor, haciendo nuestro lo de aquellos versos preciosos, que tantas veces se repiten:
No hay virtud más eminente
que el hacer sencillamente
lo que tenemos que hacer.
Cuando es simple la intención
no nos asombran las cosas
ni en su mayor perfección.
El encanto de las rosas
es que siendo tan hermosas
no conocen que lo son (Pemán)
La rosa cumple su misión en el jardín. Balduino la cumplió en el palacio real. Mi amiga, la cumple en la tienda. Yo, ¿dónde y cómo la cumplo?…