La Gracia a raudales
10. enero 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: GraciaComienzo este mensaje de hoy con un recuerdo personal. Era un verano abrasador y los excursionistas caminábamos bajo un sol de plomo. Por suerte, vinimos a parar en una fuente copiosa, que arrancaba de la roca entre árboles copudos, y distribuía el agua fresca por siete chorros abundantes. Lo que más atraía la atención en aquel rincón de paraíso era la leyenda, tallada en una lápida sobre la misma fuente, encima del séptimo caño en que convergían los otros seis, y que decía así: Doy generosa toda mi agua, aunque con unas gotas tendrías bastante tú, que llegas aquí sediento.
No sé por qué, pero aquella inscripción me hizo mirar, desde entonces mismo, a otra fuente muy distinta. A Jesucristo, que dijo:
– El que tenga sed, que venga a mí, y beba.
La semejanza entre ambas fuentes era sorprendente.
Jesucristo se queda en su Iglesia como el manantial del agua viva de la Gracia, que nos da generosamente por los chorros de los siete Sacramentos, centrados en el principal de todos, la Eucaristía, fuente y cima de toda la vida cristiana.
De la Eucaristía, en efecto, brota a raudales la Gracia, que es el Espíritu Santo, el Espíritu del Señor Jesús, el cual nos llena de toda la vida de Dios.
Hoy tenemos los seglares la dicha de vivir en la Iglesia con la conciencia clara de lo que es la Gracia, de su valor, de lo que significa crecer en ella, de lo que será la consumación de la misma Gracia de Dios cuando la veamos convertida en Gloria.
Hoy tomamos la vida cristiana en su aspecto más positivo.
Amamos a Dios como Padre, que nos ha amado primero.
Queremos que Dios viva en nosotros, por su Espíritu Santo derramado en nuestros corazones.
Amamos a Jesucristo y nos damos a Él, porque es Él quien nos pone por su Espíritu en comunión personal y en amistad con Dios, haciéndonos participar de la vida divina.
Sabiendo que Jesús está “lleno de gracia” y que por él nos ha llegado la gracia, buscamos con verdadera pasión el amor de Jesucristo y el unirnos cada vez más estrechamente con Él.
Sabemos que la Gracia, la vida de Dios en nosotros, no es algo estático, algo que permanezca quieto, algo que se haya estabilizado para siempre.
No; la Gracia es una vida creciente.
Es un capital que va en aumento.
Y depende de nosotros el corresponder a la llamada de Dios, que nos dice:
– ¡Venga, crece cada día más! ¡Venga, no te quedes en una medianía! ¡Venga, aumenta cada día tu riqueza! ¡Venga, conviértete en una estrella de primera magnitud!
El acumular Gracia santificante en nosotros es el único negocio que vale la pena llevar adelante en este mundo. Los demás negocios e intereses son temporales, el de la Gracia es eterno. Un empresario que había renovado su vida cristiana en un Cursillo de Cristiandad, lo decía a los compañeros que rodeaban su lecho de moribundo:
– Los amigos de antes los he perdido todos: me quedáis vosotros que, más que amigos, sois tan hermanos en Cristo; mi familia la volví a recuperar después de haberla puesto en crisis tan grave; y el dinero que ahora tengo no me lo llevo a la eternidad, ni me interesa. Lo que me llevo en abundancia —así lo espero— es la Gracia de Dios que en estos últimos años la he vivido creciente en cuanto he podido.
¡Muy bien dicho!
Todos sabemos que en el cielo —por tomar una comparación del apóstol San Pablo—, no hay dos estrellas iguales. Cada una tiene su propia intensidad. Así, la gloria y la felicidad que cada uno gozará en la vida futura serán proporcionadas a la gracia, a la santidad que se haya llevado de este mundo.
El gran convertido Cardenal Newman, un santo y sabio tan singular, nos lo dijo con una frase inmortal:
– La Gracia es la Gloria ya aquí en la Tierra. La Gloria será la Gracia allá en el Cielo.
De ahí vienen las comparaciones clásicas. Si soy una bujía de 60 watios, y puedo ser una de 100 o de 500, ¿voy a quedarme en los 60 para siempre?… Si tengo en la cuenta del banco 10.000 dólares, y puedo tener un millón, ¿voy a dejar de contarme entre los millonarios de la Gloria?…
Este es el problema de la Gracia, del que hoy tenemos conciencia viva.
Y como Jesucristo nos comunica la Gracia en tanta abundancia con la Eucaristía, hacemos de la Misa, de la Comunión, la aspiración suprema de nuestra piedad.
La Gracia la aumentamos con la oración, con el trabajo de cada día santificado, con toda obra buena. Esto es todo muy cierto. Pero la aumentamos, sobre todo, con los Sacramentos. Y entre todos los Sacramentos, con la Eucaristía.
La Iglesia tiene para la Comunión unas palabras que no cansa el meditarlas, y que abren siempre un mundo:
– ¡Oh convite sagrado, en el cual nos comemos a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la vida futura!…
Es el agua de la fuente para el camino de la vida, y que Jesucristo nos da en una abundancia que sobrepasa toda medida…