La Juventud, esperanza
30. enero 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: FamiliaFue notable desde un principio la ilusión que el Papa Juan Pablo II puso en la Juventud. El nuevo Papa, llegado de Polonia, electrizaba cuando hablaba. Impresionaba. Entre los que más gritaban, siempre estaban los jóvenes, naturalmente, como ante Jesús en la entrada triunfal de Jerusalén. El Papa miraba a los jóvenes. Los distinguía. Los amaba. Y a los diez mil jóvenes que habían venido a saludarle, les dirigió estas palabras, que serían constantes a lo largo de todo su pontificado: – En este mi primer encuentro con vosotros, os quiero expresar mi esperanza. Sí, mi esperanza. porque vosotros sois la esperanza del mañana. Vosotros sois la esperanza de la Iglesia y de la sociedad.
Lo decía un especialista en el trato y conocimiento de la Juventud. Ese amor le venía de lejos, como decía el otro Cardenal polaco, buen conocedor del nuevo Papa: – Siempre estaba pronto a participar en las actividades deportivas con los jóvenes, en las excursiones al monte, en los bosques, en el campo. Años después, las Jornadas de los Jóvenes con Juan Pablo II resultarían cada vez un acontecimiento mundial, lo mismo en Buenos Aires y Compostela que en Denver, en Filipinas, en París, en Roma o en Toronto.
– ¡Mi esperanza!, los llamó desde el principio. Y en una audiencia informal, en una de esas charlas familiares del Angelus del Domingo durante su reposo en aquel rincón de los Alpes, les animaba: Aprovechad la vida, porque sólo se vive una vez. Siguiendo el pensar y el actuar de este gran Papa, ¿cuál debe ser nuestro juicio sobre los jóvenes? ¿Cómo nos debemos conducir con ellos? ¿Qué hay que hacer para aprovechar el caudal inmenso de energías que atesoran, para no verlos desbordados por un mundo que los acosa siempre?…
Todas las ideologías, movimientos e instituciones quieren hacerse suyos a los jóvenes, porque saben que en ellos está el porvenir. ¿Iba a ser la Iglesia la única en dejarlos de lado?…
Al hablar de los jóvenes, evitamos conscientemente los dos extremos: pensar que en ellos todo es oro, o bien creer que son una calamidad. Todo lo contrario, vemos a los jóvenes de hoy en su realidad desnuda: con unos valores positivos enormes, y con unos lados negativos que preocupan a cualquier observador. Hay que señalar el mal para estar prevenidos, y hay que contemplar el bien para gozarnos en él y aprovechar sus grandes riquezas.
La juventud de hoy tiene unos aspectos negativos preocupantes. Al hablar de los problemas de los jóvenes, el pensamiento se va sin más a las drogas, al sexo, o a las revueltas estudiantiles. Pero todo eso no son sino consecuencias de las predisposiciones que llevan dentro. Los formadores de la juventud señalan, casi por unanimidad, estos cuatro defectos: la vulgaridad, la tristeza, la flojedad, el egoísmo.
La rebeldía clásica y sana de los jóvenes se ha convertido hoy en una vulgaridad que muchas veces llega al salvajismo. La caballerosidad y la gentileza no asoman por ninguna parte. Y es que no hay alegría dentro.
La tristeza la llevan muy metida, contra todo lo que parezca. El ruido ensordecedor de la discoteca no es más que una evasión.
Viven entonces con flojedad, sin ideal que los estimule.
Caen después en un egoísmo deplorable, como les ocurre a tantos que se adhieren a una causa revolucionaria. Se entusiasman de momento, pero no soportan el sacrificio, y pronto se instalan en una vida cómoda, cuanto más cómoda mejor.
Mirada así, uno se pregunta con los conocidos versos: – ¿Y es ésta la que el poeta – llamó “juventud inquieta” – y “vida primaveral”?…
Contra estos antivalores, los jóvenes de hoy presentan unos valores muy grandes. Son muchos los que sueñan —y es éste su ideal— en un mundo mejor. De ahí les viene la sana rebeldía contra costumbres de los mayores, que las ven en la oposición del progreso de una sociedad más justa. Este ideal lo viven con una alegría muy sana, compartida siempre en grupos felices, armados de la guitarra, para expresar el vigor que llevan dentro. Dan razón a las palabras del apóstol Juan: – Os escribo, jóvenes, porque sois fuertes y habéis vencido al maligno.
Ideal, vigor y alegría, que ellos traducen en generosidad, pues hoy la juventud se distingue por la camaradería, la entrega, el compartir las cosas, dando con ello un golpe de gracia al egoísmo.
Este valor tan positivo —el de compartir y el de ayudar— es una característica muy notable de la juventud actual. Nosotros, los mayores, no la hemos experimentado con la vehemencia con que la sienten los chicos y chicas de hoy. Por eso, no es extraño verlos meterse de lleno, por ejemplo, en Organizaciones no Gubernamentales con espíritu muy altruista, y que en cristiano se traduce en caridad evangélica muy fina… Y al ver esto cada día en muchos de nuestros jóvenes, ¿tenemos o no tenemos derecho a ser optimistas respecto de nuestra juventud?…
Hemos comenzado con el Papa Juan Pablo II. Y acabamos también con un recuerdo suyo. Siendo muchacho, y trabajando clandestinamente en el teatro durante la dominación nazi, Karol, joven obrero en una cantera de piedra, escribía estos versos para sus compañeros: – ¿Lograréis conservar lo que en vosotros nace -, distinguiréis siempre el bien y el mal?…