Maternidad Divina de María (B)
1. enero 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Charla DominicalBonita manera de empezar el año! ¡Bonita de verdad! Con una fiesta de María, y, precisamente, mirando a María en la mayor de sus grandezas, en la máxima grandeza a que ha podido ser elevada una mujer: en su Divina Maternidad. María, lo confesamos desde el primer momento, es ¡LA MADRE DE DIOS!
Al darnos María a Jesucristo, nos da con su Hijo LA PAZ. Porque la paz, en el sentido bíblico, es la suma de todos los bienes que iba a traer el Mesías al mundo. La paz con Dios, porque el Cristo nos traería la reconciliación con el Dios ofendido, y la paz entre los hombres, como una derivación de la paz de los hombres con Dios.
Por eso la Iglesia invita al mundo en este día a celebrar también la Jornada de la Paz, porque con el amor de Cristo entre nosotros, ya no tiene que haber más caínes que maten a un inocente Abel…
Así, el año que comenzamos se nos presenta radiante de esperanzas. Por eso decimos a todos nuestros radioyentes:
¡Feliz Año Nuevo! Feliz de verdad para todos…
¡Feliz Año Nuevo! Feliz de veras en la paz de sus hogares y en la paz de nuestros pueblos…
¡Feliz Año Nuevo! Feliz de veras con todos los dones de la Redención, traída por Jesucristo, que nos viene y se nos da por María, su Madre y Madre nuestra, la cual desde el primer día nos toma bajo su protección amorosa…
Hay muchas maneras de celebrar la llegada del Año Nuevo. Cada pueblo y cada civilización tienen sus formas peculiares. Todas dignas cuando son honestas. Algunas, de todos modos, son o tontas o malas incluso.
¿Tragar a toda prisa doce granos de uva mientras suenan las doce campanadas de media noche?… Es demasiado simple, aunque se puede tomar como una humorada inocente…
¿Comiendo hasta más no poder, bebiendo hasta la embriaguez, bailando hasta la locura?… Es demasiado profano. Esto no dice nada con la dignidad cristiana.
¿Unidos en fiesta social amena, compartiendo la amistad, con diversión limpia, disfrutando a placer el amor de la familia, y sellado todo con un beso cariñoso que vale por muchos millones?… ¡Esto, sí! ¡Y ojalá sea ésta nuestra entrada en el Año Nuevo!
Porque, además, quienes así sabemos celebrar el Año Nuevo no olvidamos el poner en medio a Dios.
A Dios y a su Hijo que nos ha nacido Niño en Belén.
Y con Jesucristo, a su Madre María, que, como Madre que es, no echa a perder nunca las fiestas de sus hijos, sino que las envuelve todas con el calor de su Corazón amante…
Esta manera que tiene la Iglesia de celebrar el Año Nuevo, es decir, celebrando una fiesta tan especial de María, como es la de su Divina Maternidad, es de una pedagogía cristiana sumamente sabia.
Si miramos las lecturas de la Misa de hoy, vemos que la celebración de todo el misterio se centra en Jesucristo, al lado del cual está su Madre casi en la penumbra. María lo llena todo, pero se mantiene en una discreción muy suya.
Empieza la Iglesia por saludar a María y le dice: “Tú has dado a luz al Rey que gobierna el cielo y la tierra por los siglos eternos”… María inicia su andadura trayéndonos a Jesús el Salvador.
En la Oración, la Iglesia le pide a Dios que nos conceda “experimentar la intercesión de María, porque por medio de ella hemos recibido al autor de la Vida, Cristo el Hijo de Dios”… Todo el poder intercesor de la Virgen viene de Jesucristo, el Hijo e Hijo de María…
La lectura de Pablo nos hace ver cómo la liberación y la salvación, llevadas a cabo por Cristo, se deben a que pudo tomar la naturaleza humana que, como madre, le prestó generosa una mujer, María…
El Evangelio nos presenta a los pastores que ven y reciben al Jesús recién nacido, y lo reciben necesariamente de brazos de su Madre, la cual observa atentamente todo lo que ocurre. Ella es consciente de que es la portadora y la dadora de Jesús…
Circuncidan al Niño, y María está presente. No dice nada. Pero cumple lo que le había encargado el Angel: -¿El nombre con que llamarás al Niño? ¡Jesús! ¡El Salvador!… La salvación que trae y realiza Jesucristo nos ha venido al mundo por medio de María…
En el Prefacio se cuida muy bien la Iglesia de cargar todo el acento sobre Jesucristo: “Te alabamos, te bendecimos y te glorificamos en la Maternidad de la Virgen María, porque ha irradiado sobre el mundo la luz eterna, Jesucristo nuestro Señor”… Diríamos que desaparecen la estrella de la mañana y la aurora apenas hace su presencia el sol…
Y en la última oración, nos dice que en el Cielo gustaremos la gloria sin fin con la Virgen María como Madre de Cristo y de la Iglesia… Hasta en el Cielo, no hará otra cosa María que llevarnos a toda la Iglesia glorificada hacia Jesús, a su Hijo adorado…
¡Qué lección tan soberana! Desde el principio del Año, al encomendarnos a María, ya sabemos lo que Ella va a hacer con nosotros: ¡llevarnos a Jesús! María nos lleva a Jesús para que Jesús nos lleve al Padre…
¡Señor Jesucristo!
Al adorarte a ti, único Dios verdadero con el Padre y el Espíritu Santo, no podemos menos de mirar a María, la mujer privilegiada y bendita que te has escogido como Madre.
¿Verdad que nos vas a conceder un año muy feliz, y lleno de paz, precisamente porque, enseñados por tu Palabra y por tu Iglesia, lo ponemos nosotros bajo la protección de María?…