5°. Domingo Ordinario (B)
2. febrero 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Charla DominicalEl Evangelio de este Domingo es muy clásico para conocer cuál es la misión que Jesús ha traído al mundo y cómo la Iglesia la sigue realizando en nombre del mismo Jesús a lo largo de los siglos.
Jesús se halla en Cafarnaúm. Sale de la sinagoga aquel sábado y se retira a casa de Simón Pedro. Lo primero con que se encuentra es con una enfermedad preocupante. La suegra de Simón está con fiebre muy alta, que puede complicarse y llevarla hasta la muerte. Jesús se le acerca con cariño:
– ¿Qué te pasa, mujer?…
La agarra de la mano, le ordena levantarse, y la enferma, curada del todo, se pone a servirles a todos en la mesa. La alegría en la familia y entre los amigos se deja fácilmente adivinar, mientras corre la voz por toda la ciudad:
– ¡Vengan, vengan a casa de Simón a ver a Jesús, el de Nazaret! ¡Hay que ver qué milagros que está haciendo!…
Es el atardecer y se empieza a esconder el sol. Pero delante de la casa de Simón se ha reunido a estas horas un verdadero gentío:
– ¡Señor, cura a este mi hijo!… ¡Mira, Señor, a este pobre endemoniado, que no nos deja en paz!…
Y los demonios, entre tanto, como lo ha hecho aquel de la sinagoga, a gritar contra el nuevo Profeta, aunque Jesús no se deja intimidar, y les conmina:
– ¡Demonios, a callar!…
Llega la calma de la noche. Se retiran todos a descansar, igual que Jesús después de un día tan fatigoso.
Antes de que amanezca, Jesús se levanta silenciosamente y se escapa solo, sin nadie en su compañía, a un lugar retirado para dedicarse intensamente a la oración. Siente verdadera necesidad de hablar y desahogarse con Dios su Padre.
Entre tanto, nuevos grupos de gente ante la casa de Simón, que, con sus compañeros, se lanzan en busca del Maestro. Lo encuentran rezando, y Simón le apremia:
– ¡Ven, Señor, ven pronto a casa! No sabes cómo te busca la gente.
Pero Jesús esta vez no con desciende, y contesta a los primeros discípulos:
– No; no regresamos a Cafarnaúm. Vámonos a otra parte y a todos los poblados vecinos, para predicar también en ellos, pues para esto he venido.
Y comenzó entonces aquel correr ininterrumpido por casi tres años a través de la Galilea y la Judea, predicando en todas las sinagogas, curando enfermos y expulsando a los demonios.
Este Evangelio sintetiza toda la misión de Jesús y también la de la Iglesia. Cambian con los tiempos las formas de acción, pero la misión es la misma: predicar la Buena Nueva de la salvación, curar la enfermedad moral del mundo, arrebatar a Satanás el imperio que se había creado e instaurando en su lugar el Reino de Dios. Para ello, contar siempre con Dios, al que acude con oración constante.
Primero, la Iglesia ha aprendido de Jesús a predicar. El Señor le confía esta misión antes de subirse al Cielo: “Vayan y prediquen a todas las gentes lo que yo les he enseñado y mandado. Cuando lo hagan, con ustedes estoy hasta el final del mundo”…
Y así es. La Iglesia no se cansa de repetir la Palabra del Señor. ¿Quiénes realizan esta acción? Los Pastores, ante todo, como oficio propio. No pueden callar. No deben callar. Su voz ha de llegar hasta los confines de la tierra.
¿Solamente ellos? No. Comunicar la Palabra del Señor lo hacemos también nosotros, los laicos, que compartimos la misión de los Pastores y llevamos la Palabra de Jesucristo a todos nuestros ambientes.
Un cristiano que no transmite la Palabra está indicando que no la lleva muy adentro del corazón. Cuando la Palabra está muy metida dentro, cuando el amor a Jesucristo llena el corazón, cuando el celo por la salvación del hermano preocupa de verdad, se siente la necesidad de llevarle el mensaje de la Palabra.
Vendrá después el erradicar el mal del mundo. La enfermedad física es signo de otra enfermedad mucho peor: la enfermedad del pecado. Cuando Jesús cura la fiebre o la lepra o la ceguera…, indica que ha venido a curar otras enfermedades peores y malignas, las enfermedades que llevan a la muerte eterna.
La Iglesia hace lo mismo. El ministerio de los enfermos ha sido siempre uno de los más queridos del pueblo cristiano. Podemos curar con medicinas y con nuestra atención a los hermanos que sufren la enfermedad, y les llevamos cariño con nuestra visita, que les mejora sicológica y espiritualmente.
La Iglesia hace mucho más. Con la conducta y la acción moralizadora de sus hijos, contribuye a la sanación del mundo, aquejado por tantas lacras que vienen del pecado y llevan a mayores culpas.
Esto es lo mismo que echar del mundo al Maligno.
La conducta intachable del cristiano es el exorcismo más eficaz contra el demonio, a la par que la mayor contribución al progreso del Reino de Dios.
Finalmente, la Iglesia, el cristiano, al igual que Jesús, siente la necesidad imperiosa de darse a la oración, a una oración ininterrumpida: la del culto público y la privada de cada uno.
Quien ora, da fe de que lleva a Dios dentro y de que siente con fuerza la filiación de Dios.
El día que dejáramos de orar en medio de nuestra actividad ⎯aunque sea la más necesaria y más santa por el Reino de Dios⎯ nos desligaríamos de la fuente de la Gracia y todo nuestro esfuerzo resultaría inútil del todo.
¡Señor Jesucristo!
¡Cuánto nos enseñas con el Evangelio de hoy! ¡Qué bien, pero qué bien para la Iglesia si supiéramos trabajar y orar como Tú!…