Martas y Marías
22. febrero 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: OraciónCualquiera que se haya metido en la Iglesia para una obra de apostolado, o simplemente acuda a reuniones de espiritualidad, habrá notado que se suscita siempre una cuestión importante: hay que orar y hay que trabajar; hay que trabajar y hay que orar. Y pensamos y preguntamos: ¿Qué palabra se debe poner la primera, la oración o el trabajo? Es una cuestión que se planteó ya en tiempo de los Apóstoles, y que Lucas (10,38-42) nos trae resuelta en su Evangelio. Diríamos que hemos tenido suerte cuando el mismo Jesucristo acabó con la cuestión.
Todos los que trabajamos en la Iglesia, o en la oficina, o en el campo, o en el seno del hogar, si es que tenemos inquietudes espirituales y apostólicas, nos encontramos con el dilema: ¿qué es mejor, rezar o trabajar? ¿qué es mejor, ser Marta o ser María?…
Ya se ve que con esta pregunta, y al sacar estos dos nombres tan queridos de Marta y de María, venimos a recordar el hecho encantador del Evangelio en la casa de Betania. Marta se deshace por tener a punto la comida para los trece que se han presentado en casa, mientras que María, la tranquila de María, está a los pies de Jesús escuchándole embobada. Marta, toda nerviosa, le hace caer en la cuenta al Maestro:
– Mira el trabajo que tengo, y mi hermana aquí sentada contigo. A mí también me gustaría sentarme delante de ti. Pero hay mucha faena que hacer. Dile, Señor, a mi hermana que me eche una mano, pues todo el trabajo me está quedando para mí.
Y Jesús, con mucho cariño, da su propia opinión:
– ¡Marta, Marta, te inquietas por muchas cosas! Sabe que tu hermana ha escogido el oficio mejor.
Ahora se pregunta cualquiera:
– Entonces, ¿hemos de dejar el trabajo para estar siempre rezando? ¿Es que Dios no quiere que yo trabaje, o qué?
En la Iglesia hemos interpretado siempre este hecho del Evangelio en su justo valor: Dios quiere, nos pide y nos exige el trabajo, deber nuestro de cada día.
Pero este trabajo no debe impedirnos el trato continuo con Dios. Nuestra mayor sabiduría es saber combinar trabajo y oración, oración y trabajo.
Un chiste simpático nos dirá muchas cosas… Se trata de dos curas buenos, muy buenos los dos. Pero uno y otro tienen el pequeño vicio del cigarrillo. El más joven siente escrúpulos de conciencia, y acude al Obispo.
– Señor Obispo, ¿puedo fumar mientras rezo?
– Pero, ¿cómo puedes ponerte a fumar mientras rezas? Reza primero, y después fuma lo que quieras…
El curita se quedó muy preocupado y se lo fue a contar a su compañero. Y éste, como más viejo, sabía mucho más de la vida.
– Tranquilo, ya le volveré a consultar yo al Obispo.
Y se fue.
– Oiga, Señor Obispo, ¿puedo yo rezar mientras fumo?
– ¡Pues, claro que sí! Mientras fumas puedes tener y debes tener el pensamiento en Dios. Eso es saber orar en todo tiempo…
Dejando de lado el buen humor, hablemos hoy de lo que tantas veces sale y saldrá en nuestras charlas: la oración. Esa oración que tiene que llenar nuestra jornada entera. Hoy día los laicos —y digo los laicos porque no hablo ni de curas ni de monjas— hemos descubierto el valor de la oración. Y formamos grupos de oración, de Biblia, y con talleres especializados, que nos meten expresamente en la esfera de Dios. Mientras el mundo se olvida cada vez más de Dios, muchos nos esforzamos en meter cada vez más a Dios en nuestra vida. Queremos que Dios la llene por completo.
Pero, ¿es posible armonizar la oración con el trabajo? ¿se puede trabajar y rezar al mismo tiempo?
Estas preguntas nos resultan casi inocentonas. Sería como preguntar a una mamá ante la cuna del bebé: ¿puede usted, mientras trabaja, pensar en su chiquito, y decirle mi cielo, mi vida, mi tesoro?…
Pues esto, y nada más, es esa oración que hoy nos ocupa. Muy diferente de la que se nos lleva una hora en la iglesia. Muy diferente de ese Rosario que desgranan nuestros dedos…
Y recuerdo a este propósito los versos de un poeta, que pone en labios de Ignacio de Loyola este consejo a Javier, cuando lo despide como misionero para la India:
Mézclame de vez en cuando
en el trabajo requiebros
y jaculatorias breves
que lo perfumen de incienso.
Ni el rezo estorba al trabajo
ni el trabajo estorba al rezo.
Trenzando juncos y mimbres
se pueden labrar a un tiempo
para la tierra un cestillo
y un rosario para el Cielo (Pemán)
En resumen. ¿Queremos dar todo el valor a nuestra vida? Trabajamos con tesón, como nuestra amiga Marta…
¿Queremos que esta vida la llene Dios del todo? Hacemos como María, la otra amiga a la que imitamos menos…
Pero si caminamos del brazo, tanto las mujeres como los varones, en medio de esas dos amigas, ¡vaya que si tenemos contento siempre a Jesucristo!…