La familia de un patriarca
16. abril 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: FamiliaMuchas veces hablamos de la Familia. Hoy también lo vamos a hacer. Pero el tema lo escojo en este día casi al azar. Ha caído por casualidad en mis manos la carta de un Sacerdote, antiguo misionero por tierras colombianas, y, aunque de hace ya bastantes años, es una carta que no ha perdido nada de actualidad. No resisto la tentación de leerla, porque nos va a dar una lección viva de lo que es una familia verdaderamente cristiana. El ejemplo que nos cuenta, como testigo directo, vale por muchas conferencias o charlas teóricas nuestras. Dice así la relación de aquel Misionero:
* Eran los días de la violencia, y los bandoleros habían cometido asesinatos a mansalva en aquella región y ciudad caldense donde yo me encontraba ocasionalmente de misión. Los bandoleros estaban asentados en los bosques cercanos.
Y en tales circunstancias, se me presentan tres hombres armados hasta los dientes. Habían alquilado un taxi, y me invitaban a ir hasta su casa, bastante lejana y perdida en el campo, para ir a asistir a su papá moribundo. Tenía yo suficientes motivos para preocuparme. ¿Y si me engañan? ¿Y si me están tendiendo una trampa?… Eran preocupaciones legítimas, pero se imponía mi deber sacerdotal y me fui a dar los Sacramentos al presunto agonizante. Gracias a Dios, no me equivoqué.
En torno a la cama del enfermo campesino se hallaba reunida una corona espléndida de hijos y nietos, de una familia cristiana hasta los tuétanos. No tuve necesidad de ambientar la celebración de los Sacramentos, porque lo hizo el mismo moribundo, cuyas últimas palabras, copiadas por mí inmediatamente, valían por mil sermones del sacerdote y aún las conservo como un recuerdo imborrable. Les dijo a los suyos aquel enfermo venerable:
* Hijos míos, su padre se va al Cielo.
He cumplido durante toda mi vida con mis deberes cristianos.
Ya ven que soy pobre, y no les puedo dejar más que esta casa y estos campos que he trabajado sin cesar con mis sudores.
Vivan siempre cristianamente, siguiendo los ejemplos que han visto siempre en su padre.
Como recuerdo último les dejo este rosario de la Virgen, que yo he rezado cada día, para que ustedes lo recen también.
En el Cielo los esperaré a todos.
Una emoción intensa me embargaba a mí en medio del silencio impresionante que acompañaba la escena. Allí se palpaba el amor familiar más acendrado, la honestidad a toda prueba, la dulce esperanza, dentro de una pobreza digna y honrada, tan lejana de la miseria oprimente que agobia a tantas familias de nuestros campos. Para mí, aquella era la despedida de un patriarca de los tiempos bíblicos, con el colmo de todas las bendiciones de Dios. *
Hasta aquí, la carta del Sacerdote (P.G. Cmf, Pijao, Caldas, Colombia, Nov. 1961), sobre la que me permito una simple reflexión. Aunque ante un ejemplo vivo como éste sobran todos los comentarios.
Se nos dice miles de veces que la familia es la célula primera de la sociedad, y, si queremos que la sociedad vaya bien, no tenemos más remedio que conservar sana y vigorosa la familia. El más famoso orador del siglo diecinueve decía con toda gravedad:
– La sociedad no es más que el desarrollo de la familia; si el hombre sale corrompido de la familia, corrompido entrará en la sociedad (Lacordaire)
No le quitamos nada de autoridad a este dicho tan verdadero. Pero nosotros formulamos esta idea en forma muy positiva:
– Cuando el hombre y la mujer, desde niños, se desarrollan sanos en la familia, y aprenden en ella los principios de la piedad con Dios, de la fidelidad a la Iglesia, de la buena educación, de la moral y de la honestidad, entonces el hombre y la mujer entran en la sociedad con el bagaje de una riqueza que no se puede comprar con todo el dinero de un banco. Lo han recibido de la manera más gratuita de unos padres que han respondido a la vocación de Dios de manera perfecta.
Se nos predica también que la familia es la primera iglesia doméstica, y, por lo mismo, cara a nuestra fe, hemos de trabajar por que la familia sea un santuario donde Dios tenga una morada digna del mismo Dios, autor de esa iglesia doméstica donde es honrado, invocado y amado.
Entonces, como hombres y como cristianos, estamos con justicia muy interesados en que la familia funcione a perfección.
De lo contrario, enferma la célula primera, vendrá el cáncer irremediable.
Profanada la iglesia doméstica, será toda la Iglesia de Cristo la que pague las malas consecuencias…
El trabajo, la unión, el amor, la Ley divina, la oración en el hogar…, son el seguro total de una familia según el corazón de Dios.
Y cuando llegue el día de la despedida última, porque un día u otro les toca a cada uno de los miembros de la familia el irse, dirá el que se va a los que quedan, como el campesino de la carta:
– En el Cielo os esperaré a todos.
Así es. Porque la familia no se deshace. Se pasa, sencillamente, de un hogar a otro, y este último hogar, preparado por Dios, ¡vaya qué hogar!…