El esposo y el padre, un rey

7. mayo 2024 | Por | Categoria: Familia

Al hablar de la mujer, como esposa y madre, la llamamos muchas veces con gran cariño: La reina del hogar. Decimos muy bien. En su casa, la mujer es una reina. Pero nos podemos preguntar: -¿Y por qué no llamamos al hombre el rey del hogar?  Sabemos que lo es, pero la expresión cariñosa la hemos reservado para la mujer.

Aunque no en todos los pueblos pasa lo mismo. Por ejemplo, cuando vemos por la televisión o leemos en las revistas la celebración de una boda en los países orientales de Europa —Grecia, por poner un caso— nos llama la atención la corona que luce el esposo durante la ceremonia. En la boda queda constituido un rey dentro de su futuro hogar. Y así es. Así debe ser. Su condición de esposo y de padre le otorgan una dignidad más que real: participa de la dignidad de Dios, del cual nos dice San Pablo:
– Dios, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra (Efesios 3,15)
El padre y el esposo, entonces, es la imagen de Jesucristo, el Esposo único de la única Esposa la Iglesia.

Hoy dedicamos nuestro mensaje a tantos hombres beneméritos que, como esposos y padres, son la gloria y el sostén de nuestros hogares cristianos.
Al lamentar tantas veces la irresponsabilidad de muchos hombres que deshacen la familia, somos injustos cuando olvidamos a los otros muchos que la construyen día a día con amor, trabajo y entrega tan ejemplares.

Primeramente, si miramos al hombre como esposo, nos vienen ganas de recordar a uno que fue un esposo ejemplar, tanto que ha merecido el honor de los altares, beatificado por el Papa en la concentración mundial de la Juventud en París. Decía el Beato Federico Ozanam, después de su boda:
– Los corazones de los esposos, que se postran de rodillas ante las gradas del altar, son dos copas que están llenas de sangre; en la una está el sacrificio de la inocencia, de la belleza y del pudor, y el más grande aún de la maternidad; en la otra, el sacrificio del desinterés y la consagración del hombre a la que tiene una naturaleza más delicada que la suya.

El hombre sabio y santo que así se describía a sí mismo, cifra todas las cualidades del esposo en el desinterés y la entrega a la esposa adorada. Junto con ella, quiere hacer de su matrimonio una obra maestra. Vamos a decir, con una comparación, que el hombre quiere tejer uno de esos tapices que son el orgullo de un palacio. Los hilos que usa a cada momento en su confección son, ciertamente, la alegría y el placer que Dios le pone en la mano; pero también —y muchas veces—, el sacrificio, la renuncia, el trabajo, el vencimiento propio para no herir la delicadeza de la mujer.

El esposo noble sabe dominar su machismo —tan cacareado a veces muy injustamente— y ponerlo al servicio de la mujer, a la que trata, cuida y mima como el alma al cuerpo en cualquier necesidad y capricho.
Este decir de un antiguo pensador griego (Plutarco) tiene entre los cristianos mucho más significado que el que podía tener en la mente de un pagano.

Porque nosotros sabemos —ya que así nos lo dice la Palabra de Dios— que el esposo y la esposa, los dos, no forman sino una sola carne, un solo ser, con la misma alma, cuerpo y corazón. Y nadie —nos dice San Pablo— ha odiado jamás su propio cuerpo, sino que lo mima y cuida con atención exquisita (Efesios 5,22-30)

Tenemos en el hogar al hombre con la dignidad real del esposo. Su mujer lo mira como un rey coronado. Para ella no existe un hombre igual. Pero ese hombre y esposo, cuando se ha convertido en un padre, ha alcanzado la dignidad mayor a que ha podido aspirar. Ser padre es ser casi un dios en la tierra, porque el mismo Dios le confiere parte de su propia grandeza divina al hacerle autor y dador de la vida.

Un soldado griego, hijo de un general ilustre, oye a otro jefe extranjero:
– Yo soy muy superior a su padre.
Y el soldado le contesta:
– Usted podrá ser un militar más grande que mi padre. Pero mi padre le aventaja por el mero hecho de ser padre, y usted no lo es (Cleómbrotos, hijo de Pausanias)

Esto es ciertamente el padre ante sus hijos: un rey coronado. Para el hijo, no existe hombre alguno como el propio padre. Los hijos lo aman y lo reciben como la caricia del sol; lo escuchan como a un maestro que les imparte las mejores lecciones; y acuden a él como se va a la fuente para beber el agua de toda bendición.

Al hablar así, ¿no idealizamos mucho la imagen del esposo y el padre? No. No idealizamos. Nos limitamos a presentar el ideal de Dios. Y, hablando con justicia, son muchos los hombres que son así.
El hombre no ama menos que la mujer, aunque tenga otras formas de manifestar su amor y su cariño.
El hombre que es esposo y padre es una imagen viviente de Dios, que ha querido retratar su amor fuerte en un hombre todo seriedad, esfuerzo y honradez

Como ocurre siempre, lo que resalta en la sociedad es el mal, que hace mucho ruido y está bien aireado por estadísticas siempre alarmantes, mientras que el bien no hace ruido alguno. Por eso, al escuchar males y más males de tantos hombres, hay que pensar en esos otros muchos hombres, esposos y padres formidables, que siguen calladamente su senda, muy contabilizada por los ojos de Dios…

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