Filiación y hermandad
20. mayo 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: JesucristoSe ha dicho muy acertadamente que el cristiano es una persona de dos experiencias: por Jesucristo, es y se siente hijo de Dios; por Jesucristo, es y se siente hermano de todos los hombres.
¡Como quien no dice nada! ¡Vaya categoría de familia la familia del cristiano!
Es hijo de Dios, y es hermano de todos los redimidos, porque corre por sus venas la vida de Dios, difundida por Jesucristo en todos los que Él ha salvado. Por lo mismo, como miembro de tal familia, no tendrá el cristiano más casa eterna que la casa de Dios, ni otra morada que la mansión de todos sus hermanos.
Esto no es una fantasía de nuestra imaginación. Esto, nos lo ha revelado Dios. Esto, lo notamos dentro de nosotros mismos, porque el Espíritu Santo no cesa de comunicarnos esta experiencia divina. Así lo han confesado los cristianos de todos los tiempos, desde el principio de la Iglesia con un San Ignacio de Antioquía hasta nuestros días con una Teresa del Niño Jesús.
Ignacio, con más de ochenta años encima, discípulo de los Apóstoles, es llevado preso a Roma para ser echado a las fieras en el circo. Mientras el barco navega, él va escribiendo cartas encendidas a los fieles de las diversas ciudades. Y escribe en una de ellas, mientras contempla el agua del mar:
– Yo noto dentro de mí otra agua, un agua viva que brota y murmura en mí como una fuente, y me dice: ¡Arriba, al Padre!.
Otra, Teresita, está cosiendo en su cuarto cuando entra una compañera, que le nota una expresión extraña.
– ¿Qué le pasa, en qué está pensando?
Con el rostro encendido, y con lágrimas que le brotan de los ojos, da la conocida respuesta:
– Estoy meditando el Padrenuestro. ¡Oh! Qué dulce el llamar a Dios ¡Padre nuestro!…
Uno y otra expresaban lo que Jesús experimentó siempre, el espíritu filial, comunicado a nosotros por el Espíritu Santo, el cual nos hace gritar de continuo, como nos dice San Pablo: ¡Padre! ¡Papá!…
Porque a esto se redujo la misión de Jesús: a rescatar al hombre, para hacerlo hijo de Dios, como dice el mismo Jesús:
– ¡Mirad cómo ha amado Dio al mundo, que le ha dado su propio Hijo! (Juan 3,16)
Pablo lo entiende (Gálatas 4,4), y nos explana más este pensamiento de Jesús:
– Dios mandó su propio Hijo, nacido de mujer, hermano nuestro, como nosotros en todo, para que lleguemos a ser hijos adoptivos de Dios. ¿Y queréis la prueba de esto que os digo? Escuchad las voces que sentís en vuestro corazón. Son los clamores del Espíritu del Hijo, que grita dentro de vosotros: ¡Padre! ¡Papá!…
Dios no es Padre sólo de una casta del hombres privilegiada. Es Padre de todos, aunque con preferencias especiales de los pobres, desheredados de todo, y los pecadores, que no tienen más salvación que Dios, como lo demuestra la parábola del hijo pródigo, la página más conmovedora de todo el Evangelio. Aquel muchacho supo decirse en su inmensa desgracia:
– Rechazado de todos, sólo hay uno que no me echará nunca lejos de sí: mi padre. ¡Volveré junto a mi padre!…
Y el padre se comía a besos al hijo rebelde, cuando éste regresó, y banqueteaba para celebrar su vuelta…
Si todos somos hijos de un mismo Padre en Jesucristo, el Hijo de Dios, somos también hermanos entre nosotros.
La predicación de esta verdad constituye la gran revolución cristiana.
En vez de dividirnos por las armas, nos aprieta en un fuerte abrazo.
En vez de destrozar los corazones, los inunda de paz.
En vez de sembrar odio en el mundo, lo anega en un mar de amor.
Porque Jesucristo, al hacernos hermanos, a todos nos congrega en una Iglesia que es la familia y el Pueblo de Dios.
En la Iglesia no encontramos la muerte, sino la vida. No encontramos la esclavitud, sino la libertad.
En la Iglesia encontramos el amor que ayuda, hasta que venga la hora definitiva, cuando en el Reino de Dios, plenamente establecido, ya sea imposible el dolor y no haya sino paz y bienestar inacabables.
Cuando se nos predica una revolución distinta a esta revolución del amor, pensamos, y no nos equivocamos, que no es revolución cristiana.
Porque Dios no puede ver peleados a sus hijos.
Jesucristo no puede ver divididos y en guerra a sus hermanos.
Sistemas políticos y sociales que llevan a enfrentamientos con las armas no estarán nunca de acuerdo con el Evangelio. Marx, por mucho que lo invoquen algunos, no sustituirá nunca a Jesucristo, el abanderado de la fraternidad universal…
Dos experiencias en nuestras vidas; dos expresiones también. ¿Dios es nuestro Padre en Jesucristo? ¡Cómo no lo vamos a querer!… ¿Los hombres son nuestros hermanos en Jesucristo? ¡Cómo nos podemos dividir, cómo no nos vamos a amar!…