Con Jesús en el Jordán
26. junio 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: GraciaHoy en la Iglesia se ha desarrollado, gracias a Dios, un verdadero movimiento para volver a la fuente de donde procede toda nuestra grandeza y toda nuestra dignidad de cristianos, es a saber, el Bautismo. No es que la Iglesia no haya pensando siempre lo mismo, pero la verdad es que los fieles habíamos perdido bastante la conciencia de lo que es y significa el primero de los Sacramentos.
Para entender mejor su importancia miramos el Bautismo del Señor en el Jordán, de donde arranca el anuncio del Evangelio. Los cuatro evangelistas nos lo narran con verdadero lujo de detalles. Señal de que fue un hecho muy importante. Lo fue ciertamente para Jesús y lo es para nosotros, porque nuestro bautismo no es más que la realización de lo que aconteció en el Bautismo del Señor (Mateo 3. Marcos 1. Lucas 3. Juan 1)
Jesús, inocentísimo y sin pecado, no necesitaba ningún bautismo. Pero se solidarizó con nosotros, y quiso meterse en las aguas del Jordán con los pecadores sus hermanos. Este hecho lo hemos leído muchas veces en el Evangelio y lo hemos oído exponer en la predicación de la Iglesia.
Ahora queremos ver la conexión que hay entre nuestro Bautismo y el de Jesús en el Jordán, y seguimos para ello los pasos y la interpretación más autorizada como es la del Catecismo de la Iglesia Católica (1223-1225)
Ante todo, Jesús, sin ser pecador, se mete en las aguas del Jordán con los pecadores, y cita expresamente el Evangelio a la multitud de publicanos y soldados, fariseos, saduceos y toda la gente desechada por la sociedad. Tanto es así que cuando Juan el Bautista reconoce a Jesús metido entre aquella gente, se resiste a bautizarlo, hasta que el Señor se impone:
– Conforme con que no lo necesito. Pero vamos a cumplir con toda justicia. Vengo a salvar a los pecadores, y quiero aparecer pecador, aunque no lo sea.
Ya tenemos aquí a Jesús que se compromete a luchar contra el pecado y a cumplir toda la voluntad de Dios, a ser el Santo de Dios.
Sale Jesús de las aguas, y viene la respuesta del Padre, acompañado por la figura del Espíritu Santo, que en forma de paloma cubre a Jesús:
– ¡Este es mi Hijo tan querido! ¡Mirad qué Hijo que tengo!…
Y viene esta voz de Dios con los cielos entreabiertos, como para hacer ver por anticipado la gloria que espera a Jesucristo y a todos los que se bauticen en Él.
Aquí tenemos la realidad de nuestro propio Bautismo, cifrada en cuatro puntos:
– pecadores, que dejamos el pecado y luchamos contra el pecado;
– santificados, que nos empeñamos en ser santos de verdad;
– hijos de Dios, que queremos vivir como hijos de tal Padre;
– herederos del Cielo, y hacia él tendemos con todo empuje, porque vale la pena conquistarlo y Dios lo pone a nuestro alcance.
Esta es la gracia del Bautismo, éstas sus exigencias, y ésta la meta final.
El bautizado, ante todo, se despoja del pecado. Tiene que renovar conscientemente su opción por Cristo, ya que el mismo Jesús dice claramente que no acepta neutrales:
– Quien no está conmigo está contra mí.
Y esto es demasiado serio, pues ya se ve que nadie es tan loco ni tan perverso que renuncie a Cristo de modo consciente para pasarse al bando enemigo.
Esto, sin embargo, no deja de tener expresión negativa, lo cual hoy no nos gusta demasiado. Preferimos ver la cuestión por su lado más positivo, como es el seguir a Cristo por el camino glorioso de la santidad, en la cual se lucen tantos y tantos valientes. En nuestro programa vemos desfilar modelos de Santos y Santas que entusiasman a cualquiera. Son el testimonio más elocuente del Evangelio, y arrancan a cada uno, aunque a lo mejor inconscientemente, la pregunta llena de envidia de Agustín:
– Y lo que éstos y éstas hicieron, ¿por qué no lo puedo hacer yo?…
Ya se ve que, cuando vivimos así, Dios no puede menos de estar orgulloso de sus nuevos hijos, que somos nosotros. Y va repitiéndose a Sí mismo lo que dejó oír sobre el Jordán:
– ¡Este hijo es bello de verdad! ¡Esta hija mía es para envidiarla!…
Desde que Jesús se hizo Hombre, no nos equivocamos si decimos que éste es el lenguaje que Dios usa respecto de nosotros…
¿Y los cielos abiertos sobre el bautizado? ¿No nos dicen nada? ¿No nos están gritando los de allí que nos apresuremos, porque nos esperan con ilusión loca?…
Bautizados con Jesús, como Jesús y en Jesús.
Con Él, hijos de Dios y con un mismo destino celestial.
Realmente, que podemos decir con toda razón: ¡He nacido para cosas grandes!
El Bautismo nos dignifica, nos diviniza, nos eterniza.
El Bautismo nos da derecho a llamar a Dios: ¡Padre! ¡Papá!
El Bautismo nos mete en la vida del Espíritu, en la vida de Amor de todo un Dios.
¡Bendito el día en que nací! ¡Bendito el día en que recibí el Bautismo!…