Los derechos del niño

11. junio 2024 | Por | Categoria: Familia

Desde que Jesucristo regaño a los discípulos porque alejaban de entre su auditorio a los niños y los reclamaba para abrazarlos y bendecirlos, la Iglesia ha mirado al niño con un amor muy especial. No va a dejar de ser en esto menos que Jesús. El niño será para nosotros el objeto de nuestros mayores cariños. Con ello no hacemos más que seguir el impulso del corazón, a la vez que cumplimos el encargo del Señor:
– No apartéis a los niños de mí. Dejad que los niños vengan a mí. Quien acoge a un niño, a mí me acoge…

Cuando la famosa y triste Guerra del Golfo, los proyectiles cayeron sin compasión sobre las tierras de Irak. Morían civiles lo mismo que soldados. Y murieron también, naturalmente, muchos niños en las ciudades. La prensa mundial recogió el lamento de una mujer:
– Si ese señor Presidente de Estados Unidos es tan bueno como dicen, ¿por qué han de matar a nuestros niños, que son tan preciosos?…

Era un grito casi inconsciente, que revelaba el sentimiento que todos llevamos dentro, del amor, cariño y ternura que nos inspira el candor del niño. El niño nos arranca cualquier favor, cualquier sacrificio. Al niño no le queremos ningún mal. Por el niño se hace todo. Al niño se le ama como lo amaba Jesús.

Un escritor romano decía que al niño se le debe gran reverencia. Allí hay encerrado un hombre o una mujer, que no sabemos lo que van a ser el día de mañana. Si se nos descubriera el porvenir, aparecería a lo mejor ante nuestros ojos un hombre o una mujer de lo más grande que va a tener la sociedad, igual que podrá ser un santo o una santa de primera magnitud en el cielo de la Iglesia. Nadie sabe lo que esconde ese niño pequeño. De todos modos, ya ahora es una persona, con todos los derechos que le son debidos a la persona humana.

Siempre a un derecho corresponde un deber. Si enumeramos los derechos del niño, descubriremos todo el alcance de nuestros deberes para con ese niño que se nos ha encomendado.
-¿Tiene el derecho de ser amado? Luego nosotros tenemos el deber de darle nuestro corazón. ¿Tiene derecho a ser alimentado? Luego nosotros tenemos la obligación de trabajar para darle de comer. ¿Tiene derecho a ser formado?…
Si a todo esto respondemos afirmativamente, vemos en seguida que nosotros tenemos el deber de proporcionarle una escuela y todos los medios que lo desarrollen, hasta que llegue a su perfección de hombre o de mujer.

Ahora nos preguntamos más concretamente: ¿y cuántos son los derechos del niño, que son otras tantas obligaciones nuestras? Se pueden enumerar muchos, desde luego. Pero podríamos señalar tres, en los cuales se cifran prácticamente todos los demás.

Y el primero de todos, uno que viene a resultar dulcísimo, y que se cae por su propio peso: el derecho a ser amado. No nos lo tienen que decir, porque lo sentimos en lo más íntimo de nuestro ser. Al niño lo queremos sin más. El niño nos atrae irresistiblemente. De los ojos, los labios y las manos se nos escapa espontánea siempre la caricia más tierna para el niño. Hasta los hombres más duros y más hoscos se enternecen y se rinden ante los encantos del niño. Y dicen sicólogos eminentes que el amor al niño es una de las señales más significativas de la masculinidad de un hombre. De la mujer, ni hablar. Está hecha para el niño de tal manera, que no concebimos una mujer sin un niño entre sus brazos, ni un niño sino agarrado de la mano de una mujer…

El único peligro que puede correr nuestro amor al niño es que sea un amor sólo de sentimiento. Como el amor a la persona adulta, también el amor al niño debe fundamentarse en bases sólidas. Más que ninguna otra, está el ver en el niño a la criatura más amada de Dios. Escuchamos el grito de Jesucristo:
– ¡Dejad que los niños vengan a mí!
Y entonces, al ver cómo Jesucristo reclama para Sí al niño, es cuando descubrimos el valor de esas criaturas que el mundo muchas veces abandona, y es cuando nos decidimos a amar al niño con la misma ternura con que lo amaba Nuestro Señor Jesucristo.

Otro derecho fundamental del niño es el derecho  al desarrollo de su organismo, que exige ante todo una alimentación normal. Lo decimos muy fácilmente, pero hoy existen en el mundo muchos millones de niños a los que les falta lo más elemental para la vida.
Con todo, no hablamos de las tragedias de otros países. En nuestras mismas tierras, hay muchas familias en tal situación de pobreza, que recae sobre todos nosotros la responsabilidad de ayudarlas, para que a sus niños no les falte eso más elemental que tienen de sobra nuestros propios niños en nuestros hogares, más acomodados o sin tanta penuria.

Y un derecho más del niño es el derecho a ser formado. Dios lo ha puesto en nuestras manos como materia prima, para que con ella hagamos una obra maestra.
Se le forma la inteligencia con una buena escuela. Se le forma los sentimientos con una educación esmerada.
Se le forma moralmente con la conducta y el ejemplo intachables de los papás. Se le forma religiosamente, cara a su porvenir definitivo, dirigiéndolo a Cristo, que lo llenó de su vida en el Bautismo.

Si son muchos los que matan al niño —tan precioso, decía la mujer árabe—, son muchos también los que saben constituirlo un rey sin corona. En el niño, aparte de la criatura más encantadora, tenemos al hombre del mañana y al heredero de Dios…

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