15°. Domingo Ordinario (B)
12. julio 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Charla Dominical¿Qué figura nos presenta el Evangelio de este Domingo? No nos ofrece precisamente la de Jesús, sino la del enviado de Jesús, la del apóstol, la del misionero, la del delegado de la Palabra, la de todo aquel que se ha prestado al Señor para la obra del Reino.
El apóstol San Pablo supo lo que era el rechazo de los judíos y de los paganos.
Los judíos reclamaban, para creer en el Evangelio, milagros y más milagros. Y los paganos, los griegos sobre todo, buscaban filosofía, ciencia humana.
Los judíos querían un Dios obrador de maravillas. Los paganos un Dios que los elevase a las alturas de la sabiduría.
Pero viene Pablo y se presenta pobre, humilde, anunciando a un Crucificado y viviendo él mismo una pobreza, desprendimiento y sacrificio de quien está clavado en la cruz y muerto para el mundo…
Esto es el Evangelio de hoy. La presentación de lo que debe ser el anuncio del mensaje de la salvación y lo que debe ser también su anunciador.
Algo de Dios y no de los hombres. Fuerza de Dios y no fuerza humana. Y para demostrarlo, medios divinos y no medios humanos.
Entonces, los que oyen el mensaje se adhieren a Dios y no a un hombre. Porque en el hombre no han visto nada del mundo que les atraiga. Sólo la doctrina es lo que les ha llamado la atención, y no las formas del mensajero. Así, la aceptación o el rechazo serán aceptar o rechazar a Dios: aceptación con todas las bendiciones divinas o rechazo con todas las consecuencias que vengan después…
Bien. Pero, ¿qué estamos haciendo hoy? A todo esto, que aún no nos hemos enterado de lo que dice el Evangelio y estamos discurriendo sobre él sin saber nada de lo que nos habla y nos propone.
Jesús veía más claro que nadie y sabía que, cumplida su misión, tenía que subirse al Cielo. ¿Quién se iba a encargar de realizar su obra? ¿Quién enseñaría a todas las gentes? ¿Quién llevaría a término la obra del Reino? Su Iglesia iba a ser la encargada de cumplir este empeño. Al frente de ella pondría a los responsables de la Palabra y de los medios de santificación que El mismo instituía. Todo esto nos lo dice el Evangelio de hoy. El Señor manda a sus apóstoles a esta misión como un ensayo de lo que habrán de hacer después, cuando estén al frente de la Iglesia. Y les da instrucciones precisas.
– Jesús llamó a los Doce y los empezó a mandar de dos en dos. ¡No vayáis nunca solos, pues no os conviene. En grupo os defendéis y trabajáis mejor y más seguros.
– Os encargo que expulséis a los demonios. Satanás y sus secuaces deben salir del mundo. No temáis, yo os doy mi fuerza y vais a ser más poderosos que ellos. Veréis cómo no os pueden resistir.
– No llevéis encima nada, ni alforja ni dinero en el bolsillo. Sólo el bastón para que el caminar no os resulte tan fatigoso. Con unas sandalias y una túnica tenéis bastante. Pobres entre los pobres, dad testimonio, ¡y a fiarse únicamente de la providencia de Dios, que no os va a faltar!
– ¿Hospedarse? En la casa donde os acojan. No tenéis residencia fija. Vuestro anuncio es para todos y a todos lleváis la bendición.
– Y marchaos de allí donde no os reciban ni os escuchen. Como testimonio contra ellos, sacudíos hasta el polvo de vuestros pies. No os rechazarían a vosotros, sino a mí.
– Ungid con óleo a los enfermos y curadlos. En la sanación corporal —aparte de un amor compasivo con el más necesitado— verán todos el signo de la sanación espiritual que lleváis a sus almas.
Los apóstoles cumplieron la misión. Ésta que fue como un ensayo, y después de la Ascensión de Jesús al Cielo se esparcieron por todo el mundo llevando a todas las gentes la Buena Noticia de la Salvación.
Como vemos, el Evangelio de este Domingo no nos trae nada espectacular. Pero, ¡hay que ver la importancia que tiene! Nos hallamos en uno de los momentos decisivos de la predicación y de la actividad de Jesús.
¿Qué debemos pensar y hacer nosotros ante esta decisión del Señor? La elección y el envío de los apóstoles es vocación de Dios, ciertamente; y los obispos, sacerdotes y religiosas están en las avanzadas de la Iglesia. Pero la misión de anunciar a Jesucristo y su Evangelio es cometido de toda la Iglesia, también de nosotros los seglares, que nos sentimos llamados a prestar nuestros brazos al Señor para que lleve adelante su obra.
Nuestras disposiciones espirituales son las mismas que Jesús exigió en aquel entonces.
Como trabajadores del Evangelio, nuestra vida es nuestra predicación más importante. Sin testimonio no hacemos nada. Nuestra vida cristiana debe convencer al que escucha nuestra palabra.
Como oyentes en la Iglesia, nos abrimos cuando se nos habla en nombre del Señor y nos llenamos de su gracia. El rechazo nos resultaría fatal, pero ese rechazo no dice con nosotros que queremos ser y somos fieles, por dicha nuestra y por gracia de Dios.
¡Señor Jesucristo!
¡Qué dignación la tuya con nosotros! Nos haces destinatarios de tu doctrina y de tu gracia, y nos constituyes, a la vez, misioneros de tu mensaje de salvación.
Al mismo tiempo que te damos gracias por tus dones divinos, te pedimos ser fieles a tu llamada.
Haznos generosos y desprendidos.
Que sepamos vivir la pobreza en tu Iglesia, para que todos crean no por la fuerza humana nuestra, sino por la fuerza del Evangelio, que es Cruz y es Resurrección.