El fundamento insustituible

29. julio 2024 | Por | Categoria: Jesucristo

Cuando miramos una fotografía panorámica de la ciudad de Nueva York experimentamos un sentimiento de asombro: ¿cómo se han podido levantar esos rascacielos, tantos y de semejante altura, sin que se resquebraje el suelo? Y nos dicen que la cosa ha sido sencilla: porque toda la isla del Manhattan es una pura roca, solidísima, que aguanta cualquier peso.  

Esto nos lleva ahora a otra ciudad de estructura muy diversa, a la ciudad nueva, a la Ciudad de Dios en la tierra, a la Iglesia. Fundada para desafiar los siglos, ha de tener un fundamento tan sólido que la edificación resulte indestructible.
Pero no miramos aquí a la Iglesia universal, sino a la nuestra, a la Iglesia de Dios que está en América Latina. Nuestros Obispos, en su Conferencia de Santo Domingo, al tratar de la reconstrucción de nuestra Iglesia —hablemos así— hicieron el análisis del terreno, y se encontraron con las palabras del apóstol San Pablo: – Nadie puede poner otro fundamento sino aquel que ya está puesto: Cristo Jesús (1Corintios 3,10)

Nuestros Obispos se dejaron de muchos oportunismos. Hicieron muy poco caso de la Teología de la Liberación, el tópico que estaba de moda. Fueron a lo principal, a lo perenne, a lo siempre actual, a lo indestructible: a Cristo Jesús.
Y así, arrancaron de una profesión de fe en Jesucristo que sería nuestra gran seguridad. Si miramos a Jesucristo tal como nos lo ha revelado y dado Dios, la Iglesia en nuestra América no tiene nada que temer y se levantará a las mayores alturas.

Si resumimos esa Cristología del Episcopado Latinoamericano, vemos que nuestros Pastores nos invitan a ver en Jesucristo el Enviado del Padre. Dios nos ha dicho la última palabra en Jesucristo, y no admitimos a ninguno que se autoproclama maestro o nos presenta un Jesucristo falsificado.

Es Jesucristo el Evangelizador del Reino, y no admitimos ni una palabra que no se ajuste a lo que Jesucristo enseñó, sin mutilaciones ni añadiduras, ni aceptamos como de Jesucristo un reino sociopolítico, desde el momento que Él dijo: Mi reino no es de este mundo.  

Es Jesucristo el Legislador del amor fraterno, y no puede venir de Jesucristo una acción de la Iglesia que no se ajuste al amor, como tampoco se aviene con el amor de Jesucristo cualquier estructura social que lesiona los derechos más elementales de la persona.

Es Jesucristo el Fundador de la Iglesia, de su Iglesia, de la única Iglesia establecida por Él, y no puede ser Iglesia de Jesucristo cualquiera otra instituida por meros hombres.

Es Jesucristo el que instituyó la Eucaristía y se quedó presente entre nosotros. Centrarnos con Jesucristo en el Sacramento es hacer Iglesia y adherirnos a Él de modo que ya nunca lo podamos abandonar.

Es Jesucristo el destructor del pecado y el Ministro de nuestra reconciliación con Dios. Para eliminar el pecado, raíz de todo mal, nos confiamos a Jesucristo, como único remedio de los males que padece nuestra sociedad moderna.

Es Jesucristo el Señor Resucitado, que nos da su Espíritu y nos entrega su Madre María como Madre nuestra. El Espíritu Santo ha soplado sobre nuestras iglesias latinoamericanas, nos lleva a María como a Madre, y nos dice que no nos escapemos de la protección de María, la Estrella de la Evangelización, que custodiará íntegro en nuestra América el depósito de la fe de los Apóstoles.

Agradecemos a nuestros Obispos un programa de pensamiento y de acción como el que nos han trazado de una manera tan nítida, tan clara, tan inteligible, tan irrecusable.
Miramos a Jesucristo, y sabemos lo que debemos pensar.
Miramos a Jesucristo, y sabemos lo que tenemos que hacer.
Miramos a Jesucristo, y detectamos cualquier error que nos quieren endosar.
Miramos a Jesucristo, y Él, con su ley de amor, nos señala a dedo las resquebrajaduras de nuestros sistemas sociopolíticos, para que pongamos remedio eficaz de modo que no lleguemos demasiado tarde.
Miramos a Jesucristo, y viéndolo como el Hombre Nuevo, sabemos lo que tenemos que hacer para renovar los hombres y mujeres de nuestra América bendita.

¿Cuál es nuestra actitud ante este programa de fe, de amor y de adhesión de nuestros Pastores a Jesucristo?
Salta a la vista cómo debe ser nuestro comportamiento. Jesucristo tiene que centrar nuestro ideal, nuestros conocimientos, nuestro amor, nuestro trabajo, nuestros apostolados, todo lo que somos y hacemos.
Salirse de la doctrina de Jesucristo, será siempre un error, y nosotros no lo queremos cometer.
Peor todavía: será, como el mismo Jesucristo lo dice, edificar sobre arena movediza, y nosotros somos lo suficientemente listos para no hacerlo.
Dejar la piedad eucarística, la devoción al Espíritu Santo, la entrega a la Virgen María, enfriará nuestra religiosidad y hará estériles todas nuestras actividades dentro de la Iglesia.

Por el contrario, adherirse apasionadamente a Jesucristo será la garantía más segura de la perseverancia en nuestra fe católica. Podrán venir temblores y echársenos encima aguaceros y huracanes, pero no lograrán destruir una ciudad que está fundamentada en roca tan firme…

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