La bendición de los hijos
9. julio 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: FamiliaUna vez más que hablamos del matrimonio. El matrimonio se lleva la primacía entre tantos puntos sociales y religiosos como se proponen a nuestra consideración. Esto, por lo que el matrimonio es en sí mismo, por lo que significa para los esposos, por su trascendencia en la sociedad. En sí mismo, es la institución más bella salida de las manos del Dios Creador.
Para los esposos, es la culminación de sus deseos y la escuela de su perfeccionamiento. Para la Humanidad, es la célula primera de su constitución, de la cual depende la salud de todo el organismo social. Pero hoy nos vamos a fijar solamente en un bien del matrimonio: en los hijos. ¿Qué significan los hijos en el hogar?
Este tema de los hijos se ha convertido modernamente en algo de mucha importancia. Nuestra manera de hablar sobre ello ha cambiado radicalmente. Porque se han presentado unas circunstancias de la vida que antes no se las planteaba nadie. Antes —y era algo que nadie discutía— los hijos no estorbaban y eran siempre bienvenidos.
Hoy se presentan dificultades de trabajo, de vivienda, de tantas cosas más, de modo que los esposos se ven en situaciones difíciles y han de conjugar el deber de su conciencia y hasta de sus ilusiones más legítimas con las realidades de la vida.
La Iglesia, siempre atenta a las necesidades de sus hijos y al fin último de su salvación, ha acertado con la fórmula precisa y les ha dicho:
-¿Hijos? Tengan presente la paternidad responsable. Dejándose de las costumbres neopaganas que lo invaden todo, ustedes son los que miden y calibran sus posibilidades ante Dios.
Los hijos son la mayor bendición del matrimonio. Un matrimonio sin hijos es un árbol sin frutos. Es un nido sin pájaros. Es un estuche cerrado, sin joyas dentro…
Un famoso Cardenal alemán (Faulhaber) se dirigía al hombre, padre de familia, y le decía:
– Los hijos son las estrellas de tu cielo y las piedras preciosas de tu corona.
Con esta hermosa comparación, no hacía más que hacerse eco de las expresiones de la Biblia, que canta como nadie lo que es la riqueza de los hijos. A la mujer la presenta en la casa como vid cargada de racimos, una planta de la que cuelgan frutos abundantes. Al marido lo contempla como un olivo, como un árbol, con los hijos que surgen como retoños alrededor del tronco. Y lo ve en la mesa rodeado de esos hijos, comiendo feliz el pan que les ha ganado (Salmos 127 y 126). La Biblia hace al hombre mirar hacia el porvenir, y compara a los hijos como flechas en la aljaba del guerrero o del cazador: ¿quién va a poder contra ese hombre, con hijos que lo defienden con bravura?…
Miramos ahora en la Biblia a Dios, y lo vemos gloriarse como nadie del Hijo que tiene, cuando dice sobre Jesús en el Jordán como en el Tabor:
– ¡Mirad, mirad este mi Hijo, que es toda mi alegría! (Lucas 3,22; Mateo 17,5)
Jesús mismo, agonizante en la cruz, no quiere que su Madre se quede sin nada en la tierra, y en Juan le hace el mayor regalo que se le puede ofrecer a una mujer:
– Ahí tienes a tu hijo.
Y siendo Dios infinitamente rico en Sí mismo, y teniendo un Hijo como Jesús, parece como si no tuviese riqueza suficiente y quiere formarse una familia inmensa: hijos, muchos hijos… que somos todos los redimidos, en los cuales, como nos dice San Pablo, derrama su Espíritu, la Vida de su vida, y nos hace hijos suyos y herederos de su gloria…
Es que como los hijos no hay. Ellos son la gran riqueza del matrimonio. ¿Y cómo no lo van a ser, si son los hijos la mayor riqueza de Dios?…
Jesucristo, el primero. Y después, nosotros, que por lo visto le hacíamos falta a Dios, ¡como si no tuviera bastante con Jesús!…
Parecerá una contradicción, pero quizá quienes mejor nos lo expresan son las parejas que tienen una ilusión enorme de tener descendencia, y no hay manera de que venga el hijo deseado. Por esos misterios de la naturaleza que no se explican muchas veces, se juntan en este caso el grito de las entrañas y del corazón, junto con la negativa de la misma naturaleza a satisfacer la ilusión más grande de esos esposos estupendos. Cuando al fin llega la bendición de algún hijo, cambia por completo la manera de ser de esos esposos. Y si su ilusión queda definitivamente frustrada, desemboca muchas veces en una adopción muy beneficiosa, que es la demostración más clara de lo que el hijo significa en el hogar.
Los esposos reciben los hijos de Dios como una encomienda. Parece como si Dios les dijera:
– ¡Ténganlos, guárdenlos, fórmenlos, devuélvanmelos!… Lo demás, corre de mi cuenta.
Y lo que corre de cuenta de Dios es preparar para todos, padres e hijos, un rincón bien escogido en el hogar del mismo Dios, donde Él se dará como Padre en gloria a todos sus hijos que le llegaron desde la tierra…