Los hijos adolescentes

30. julio 2024 | Por | Categoria: Familia

Hay una época en la vida del hombre y de la mujer que resulta interesante, encantadora, y viene a ser la alegría clamorosa del hogar. Nos referimos a la adolescencia, en la que el muchacho y la muchacha se abren de lleno a la vida y al amor. Pero esos encantos del adolescente están llenos también de preocupaciones hondas, que muchas veces resultan un auténtico quebradero de cabeza para los papás. Los quinceañeros son, por igual, la ilusión más grande de los papás y el mayor de los problemas familiares.

Si este hecho de la naturaleza del hombre ha sido siempre así, hoy reviste caracteres mucho más serios que en otras épocas. La rebeldía actual de los jóvenes, con todo lo que tiene de valiosa, tiene también planteado a la familia y a la sociedad un desafío que debe ser aceptado. Se dice que hoy es muy difícil ser papás, y es cierto. El amor ha de conjugarse con la firmeza, con la comprensión, con la condescendencia, con la conciencia propia de los papás, los cuales han de respetar la dignidad personal de los hijos y darles libertad a la vez que imponerse una prudente vigilancia.

Siempre con nuestro pensamiento en Jesucristo, volvemos instintivamente la mirada a Nazaret. Jesús fue un adolescente. Un chico que se abrió a la vida como cualquiera de nosotros. Un mocito que empezó a tratar a José de hombre a hombre, como de hijo a padre. Un muchacho en quien su Madre tenía fijos los ojos y a la que Él se le abría como a la mejor amiga y confidente. Jesús ha sido un adolescente ideal, que atraía las miradas, ganaba los corazones y no perturbaba ninguna conciencia…

Indiscutiblemente, que Jesús vio cómo José le trató del modo más atinado que hoy dictan la sicología y la pedagogía de los mejores maestros, que aconsejan al papá:

Para tener un hijo cabal, y ser tú respetado, aceptado y amado por él,  trátalo
– de pequeño como tutor que lo cuida;
– después, como maestro que lo forma;
– ya crecido, como amigo con quien se comparte todo.
Pero, en todos los casos, con la conciencia de que eres ante todo y sobre todo su padre, y son siempre paternales la tutela, la formación y la amistad con que lo tratas.

La madre desempeña en este proceso un papel muy importante. Intuitiva y amorosa, sabe adelantarse a los problemas que surgen en el desarrollo normal del adolescente, y si se gana la confianza del hijo o de la hija, la adolescencia se convierte en el tiempo más propicio para la formación. Cuando así se han ganado los papás la confianza del hijo o la hija adolescentes, viene en éstos el recuerdo que no se olvida nunca.

Un día le preguntó el papá al hijo que se marchaba a Estados Unidos para acabar sus estudios y con intención de establecerse en la gran nación, donde ya estaba la novia:
– Robert, ¿te llevas algún recuerdo malo de tu padre?
– No, papá. Siempre he visto en ti a un hombre cabal.
– Un hombre y un cristiano. Por ti, tu padre ha sabido mantenerse siempre en línea con Dios. No he cedido nunca a la tentación de portarme mal, de darte un solo mal ejemplo.
Pasaron los años. Y anciano el papá, recibió la carta del hijo, que le decía:
– Papá, he sentido más de una vez la tentación de portarme mal. Pero, por el ejemplo que me dio mi padre, no he dado un paso en falso ni una sola vez. Cuando Dios te llame, vete en paz, que tu hijo te seguirá bendiciendo en la tierra.

Y aquella hija —cuyos papás se habían llevado el primer premio nacional sobre la familia—, que le dice cariñosamente a la madre y en tono de desafío:
– Mamá, ten presente que te voy a ganar. Yo no voy a ser menos que mi madre.

Casos como éstos no se improvisan. Vienen de lejos. Y la adolescencia es la época mejor para esta formación esmerada que pueden impartir los papás. Para muchas cosas, la niñez es prematura, pues el niño no vislumbra el porvenir. La juventud avanzada, con todo lo que tiene de buena, resulta a veces tardía. Se perdió la ocasión que ofrecía una edad más temprana. Por eso, hay que aprovechar el momento oportuno. Y esos años que van, en términos generales, de los doce a los dieciséis, son una circunstancia única e irrepetible.

El hijo y la hija adolescentes se miran en los papás. ¡Qué suerte si los encuentran intachables!
El hijo y la hija adolescentes empiezan a soñar en el amor. ¡Qué suerte si lo miran siempre puro!
El hijo y la hija adolescentes se encuentran ante la primera crisis de la fe y de la piedad. ¡Qué suerte si la superan tal como se les enseña en la actual preparación para la Confirmación, dispensada con tanta solicitud por la Iglesia en todas las parroquias!…

¡Adolescentes!… Simpáticos, queridos y turbadores adolescentes… Suelen dar algo y bastante miedo. Normalmente, suelen causar malos ratos de inquietud en los papás y en los educadores. Pero, ¡hay que ver cómo los debe mirar Aquél que fue adolescente como ellos en la casa de Nazaret!…

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