Vacíos para llenarse
24. julio 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Gracia¡Cuántas veces habremos oído que el Evangelio no es para cobardes, sino sólo para valientes! Mirar a Jesús y querer ser un comodón en la vida, resulta del todo imposible. Pero, aparte del ejemplo de Jesús, que salta a la vista, están sus palabras, que sólo un líder de su categoría se ha atrevido a lanzar. Mirando a la gente que le rodea, les dice para desengañar a cualquiera:
– Quien quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz cada día, y que me siga (Lucas 9,23)
¡Pues vaya proclama electoral! Con esta invitación, pocos votos va a tener este candidato…
Cualquier aspirante a la presidencia de los corazones empezaría por halagar y prometer felicidad.
Viene Jesús y hace todo lo contrario: pide renunciar a todo, y hasta lo hace con una amenaza:
– Porque quien ame su vida la va a perder; pero quien pierda su vida por mí, la salvará (Juan 12,25)
Muchos dirán: esto contradice a las mismas palabras de Jesús, que empezó su proclama diciendo todo lo contrario en el sermón de la montaña, su verdadera carta programática: ¡Felices, felices, felices!…
Sin embargo, no se contradice en nada. Porque declara felices a los pobres, a los puros, a los que lloran, a los perseguidos…
En definitiva, este Jesús tan bueno, tanto si predica felicidad como si predica la renuncia, siempre resulta el mismo: no quiere cobardes con Él; sólo quiere valientes y dispuestos a todo.
Al hablar así parece como que quisiéramos meter miedo en nuestra vida cristiana. Y es todo lo contrario. Las palabras de Jesús no son para tirarnos hacia atrás, sino para animarnos a ir adelante. Es áspera nada más que la corteza, pero es tierna y sabrosa la realidad que encierra.
En efecto, lo que Jesús quiere es llenarnos con la gracia de su Espíritu, y para eso nos pide únicamente que nos vaciemos de lo que estorba a la Gracia, que le dejemos espacio libre, que no impidamos su acción.
Si estas palabras de Jesús las expresamos nosotros con comparaciones, para decir lo mismo que dice Jesús, veremos esto: que las apariencias son duras, y las realidades son dulces.
¿Podemos llenar el frasco de perfume si está lleno de gasolina?… Por favor, saquemos primero esa gasolina intrusa y después, bien limpio, el frasco guardará el perfume.
¿Podemos caminar con unos zapatos en los que se han introducido piedrecitas?… Saquemos primero las piedrecitas, metamos unas plantillas suaves, y veremos qué bien podemos andar.
¿Podemos meter una película nueva en el video si está metida una película anterior?… Saquemos fuera o borremos la que está dentro que no nos gusta, y podremos ver la nueva que nos ilusiona…
Podríamos ir amontonando las comparaciones, y todas vendrían a decirnos lo mismo que nos dice Jesús: ¡Quitar los estorbos a vida de Dios!
En el mismo corazón no pueden estar el Espíritu Santo y Satanás. Es imposible meter la Gracia con el pecado.
Es inútil querer caminar con Cristo hacia la vida eterna y seguir riéndose de los mandamientos de Dios.
No podemos pretender ir vestidos de Jesucristo, el Hombre Nuevo —es comparación de San Pablo— y llevar aún encima los andrajos del hombre viejo que es el Adán pecador… (Efesios 4,24 y Colosenses 3,10)
Es un imposible total estar vivos a la Gracia de Dios mientras se permanece en el pecado que llamamos mortal, porque ha matado la vida de Dios en el alma… Muerte y vida no pueden coexistir en la misma persona…
Total: nuestras comparaciones no hacen más que expresar el mismo significado que las palabras de Jesús. No significan otra cosa estas palabras del Divino Maestro sino que muramos al pecado y al mundo malo, y que vivamos la Gracia de la resurrección.
Esta idea la expresaban muy bellamente en algunos monasterios antiguos cuando una religiosa hacía sus votos perpetuos. Tenían una costumbre muy bonita. La nueva religiosa se tendía sobre el suelo en mitad de la iglesia como una muerta, le echaban el hábito austero encima, y la cubrían después completamente de flores frescas y perfumadas… Era la nueva vida. Moría a todo lo que no era Jesús, y vivía solamente para Dios con la práctica de toda virtud cristiana significada en las flores.
Nos pasa en esto —¡qué comparación más sublime!— lo que a Jesús en la Eucaristía. Quiere Él estar presente en el Sacramento. Pero el pan y Jesús no caben en el mismo sitio. Para ser todo Jesús, han de desaparecer del todo el pan y el vino. Al decir Esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre, allí ya no queda nada ni de pan ni nada de vino. Allí no queda sino Jesús.
Esta es la exigencia de Jesucristo con nosotros.
Que quitemos en nuestra vida todo lo que no sea Jesús, lo que no sea el Evangelio, lo que no sea la Gracia de Dios.
Que nos vaciamos de lo viejo para llenarnos de lo nuevo.
Que muramos a una vida vieja para vivir una vida nueva.
Que nos echamos de encima vestidos harapientos e inmundos, para lucir vestiduras celestiales…
Esta es la negación de sí mismo. Esta es la abnegación cristiana. Esto es lo que significa Jesús cuando nos invita a llevar la cruz. ¿Y esto nos da miedo? ¿O más bien nos llena de ardor generoso?…