La Gracia del soldado

4. septiembre 2024 | Por | Categoria: Gracia

Si empezara hoy diciendo que sueño en verlos a todos ustedes convertidos en soldados —y por igual a hombres y a mujeres—, pensarían que me ha venido un pequeño ataque de locura. Y no es eso, sino que se trata de una gran realidad cristiana. ¡Soldados, y todos soldados!…

Jesucristo nos quiso a todos sembradores de paz, cuando proclamó:
– ¡Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán tenidos por hijos de Dios (Mateo 5,9)
Sin embargo, viene el apóstol San Pablo, un intérprete tan fiel del Evangelio, y nos dice que nos revistamos todos con la armadura del soldado: coraza, casco, y la indefectible espada en la mano… Hoy San Pablo modernizaría las armas y nos querría ver con los misiles más avanzados a nuestra disposición.

¿Es que se contradicen San Pablo y Jesucristo? No; uno y otro quieren la paz de Dios: la paz de las almas y la paz de las armas. Pero, ante un enemigo siempre al acecho, tanto Jesucristo como San Pablo y la Iglesia nos quieren a todos convertidos en unos soldados valientes, siempre dispuestos a la lucha.
Poco antes de morir, Jesucristo se gloría de haber sido un soldado contra el demonio y contra el mundo, y dice del primero:
– Ahora el príncipe de este mundo es arrojado fuera (Juan 1,31)
Y del segundo, dice también:
– ¡No temáis! Al mundo lo tengo yo vencido (Juan 16,33)
San Pablo se ufana también de su triunfo, y escribe a su discípulo más querido en su última carta:
– ¡He luchado valientemente!  (2Timoteo 4,7)
Y antes le había escrito:
– ¡Pelea tú también la batalla de la fe! (1Timoteo 6,12)

La Iglesia conoce bien la condición de la vida humana y cristiana, y una vez nacidos a la Gracia por el Bautismo, arma a sus hijos y los lanza al mundo como luchadores. Esto, y no otra cosa, es la Confirmación, el Sacramento de la militancia cristiana.
La Confirmación es un Sacramento que no suele ser valorado en lo que se merece. La Iglesia lo administra para robustecer la vida de la Gracia que llevamos dentro. Nos espera la lucha, y queremos estar prevenidos y preparados. Con el Sacramento de la Confirmación recibimos todo un arsenal de armas con las cuales derrotar al enemigo.

Si queremos entender lo que esto significa, más que meternos en doctrinas podemos acudir a la Historia de la Iglesia en sus principios, durante las persecuciones del Imperio Romano.
El catecúmeno que abrazaba la fe y pedía el Bautismo se encontraba en una situación difícil. La doctrina de Cristo chocaba violentamente con las costumbres paganas. Podemos poner algunos casos.
En Roma —dice un historiador humorísticamente— las matronas contaban los años por los maridos que habían tenido… Y viene ahora Cristo e impone un matrimonio indisoluble.
Cristo prohibía la fornicación… Y solamente el templo de Venus, la Afrodita de los griegos, tenía en Corinto varios miles de sacerdotisas, es decir, miles de mujeres esparcidas por la ciudad para practicar la fornicación sagrada.
El culto a cada dios se ejercía haciendo lo mismo que veneraban en una determinada divinidad. ¿Querían honrar a Baco, el dios del vino? Pues…, ¡a emborracharse! Mientras el cristiano leía en San Pablo:
– Los borrachos no heredarán el reino de Dios… (1Corintios 6,10)
Y así en todos los demás cultos. El nuevo Dios —Jesucristo— no podía convivir con ninguno de los dioses del Imperio.
Estaba además el culto al Emperador, divinizado como dios. Quien se negara a ofrecerle el incienso de la adoración, tenía segura la pena de muerte.
Lo peor eran los espectáculos del circo. Apasionaban entonces mucho más que ahora el fútbol o el boxeo. Y el circo —además de borrachera y lujuria— era una orgía de sangre, donde los esclavos y prisioneros morían a miles en la arena con las fieras o los gladiadores en el expoliario a golpes de maza.

Venía ahora el catecúmeno, y, al pedir el Bautismo, tenía que renunciar a todo. Tenía que repetir vigorosamente la fórmula:
– Sí, renuncio a Satanás…, al pecado…, a todas sus obras y seducciones.
Como al nuevo cristiano le iba a resultar todo esto muy difícil, la Iglesia le armaba hasta los dientes para la lucha. Y lo hacía con la Confirmación, conferida inmediatamente después del Bautismo. Se administraba con una unción, con óleo, con aceite que vigorizaba sus músculos y los hacía escurridizos al enemigo. Con un masaje que lo robustecía como a un atleta, igual que lo vemos hacer hoy al masajista con el boxeador. Le venía a decir la Iglesia:
– Hijo, ahí está el enemigo. Pero, no le tengas miedo. Contando con la fuerza de Cristo, tú también tienes vencido al mundo.

Este significado bello, apasionante, enardecedor, tenía la Confirmación en la Iglesia de las persecuciones. ¿Tiene aplicación en el día de hoy?… Salta a la vista el paralelismo. Para cristiano vale sólo el valiente, el soldado, que, hoy como ayer, no se encuentra solo y abandonado en la lucha, sino que tiene dentro de sí toda la valentía de Cristo.

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