Ricos porque sí…

11. septiembre 2024 | Por | Categoria: Gracia

Hablamos muchas veces de la Iglesia, y en el Credo, después de decir que creemos en la Iglesia santa, católica y apostólica, añadimos esas palabras de significado misterioso: Creo en la comunión de los santos.
Estas palabras nos abren ante los ojos todo un mundo de riqueza insospechada. ¿Es rico de gracia y de gloria Jesucristo? ¿Y la Virgen María? ¿Y todos los santos y santas, y todos los cristianos que están en el Cielo como en al tierra?… Pues, bien. Como entre todos no formamos más que un solo cuerpo, con Cristo como cabeza, toda esa riqueza inmensa es de todos, es de cada uno, porque todos nos la comunicamos y cada uno se hace rico con la riqueza de los demás. Sólo en el Cielo llegaremos a ver lo que esto ha significado para nosotros en este mundo y lo que va a ser en la eternidad feliz…

Al hablar tantas veces entre nosotros como cristianos sobre la gracia de Dios que se nos ha dado, nos ponemos a pensar en esa gracia que nos hace inmensamente ricos, que nos hace ricos porque sí, como decimos familiarmente… Es una gracia que, sin ser nuestra, nos la hacemos nuestra porque nos la damos unos a otros generosamente. Y es tan abundante, que nunca se agota, porque con la gracia nuestra está la gracia de Cristo, fuente que nunca cesa de manar.
Diríamos, por poner una comparación, que es un banco que acumula el dinero de todos los bancos del mundo, y tiene mucho más capital en reservas que la Wall Street de Nueva York o las cuentas incontables de Suiza…
¿Cuál es esta gracia? Es la gracia de Cristo y es la gracia de todos los fieles unidos en Cristo, gracia que se comunica a todos los que somos miembros de Cristo.

Pareciera que estamos haciendo juego de palabras, y no es otra cosa que querer expresar una de las realidades más grandes que Dios nos ha revelado: o sea, que Cristo y todos los creyentes nos comunicamos y hacemos común, propia de todos, la gracia que tiene cada uno.

Esta fe se ha vivido siempre en la Iglesia con mucha convicción, porque sabemos lo que significa la ayuda y la comunicación de la gracia. De aquí nace el que rogamos todos los unos por los otros.
Por ejemplo, un rey Carlos V, que vuelve de su expedición por el Norte de Africa.
En medio de la noche se desata en el mar una tempestad furiosa. No se veían más que las olas inmensas cuando en el cielo se encendían los relámpagos, y los rayos y los truenos espantosos llenaban de terror a los tripulantes de la embarcación que amenazaba con irse a pique. Suenan entonces las doce campanadas de medianoche, y el emperador se vuelve infundiendo a todos coraje:
– ¡Animo, y confiad en Dios! En esta hora se levantan a rezar por nosotros todos los frailes y monjas de nuestra Patria. Dios va a mirar por sus soldados.
Aquel rey católico sabía lo que significaba la ayuda de la oración de toda la Iglesia.

En los bienes de la gracia somos como vasos comunicantes. Estamos todos unidos. Y basta que echemos un poco de agua en uno de ellos, para que suba el nivel de todos. Y basta que le quitemos a uno un poco de agua, para que descienda el nivel de todos.
Esto tiene muchas aplicaciones en la vida cristiana y podemos poner muchos ejemplos sobre ello, como nos lo sugieren las preguntas siguientes:

¿Hacemos con amor cualquier cosa buena?…  Esa acción buena repercute en bien de todos.
¿Cometemos una acción mala?… Ese pecado perjudica a todos.
¿Rezamos?…  Esa oración nuestra aprovecha a todos.
¿Recibimos un Sacramento que aumenta la vida de Dios en quien lo recibe?… Ha elevado la gracia en toda la Iglesia.
¿Practicamos la virtud cristiana, nos portamos bien, trabajamos por los demás?…  Nuestra vida edifica a todos, a todos estimula, y arrastra a todos a practicar el bien.
¿Nos da Dios una gracia particular?… Esa gracia es nuestra, pero el Espíritu Santo nos la ha dado para que aproveche a todos.
¿Está uno en peligro de su salvación?… Venimos todos con nuestra oración y nuestros sacrificios o penitencia para alcanzar de Dios la gracia de su conversión.
¿Necesita alguno bienes de la vida, para saciar su hambre, porque no tiene nada? Le damos de lo nuestro, nacido del amor cristiano.
¿Creemos que hay hermanos nuestros, ya difuntos, sufriendo en el Purgatorio para purificarse de sus faltas y entrar pronto en la gloria? Rezamos por ellos y les obtenemos su rápida liberación.
¿Necesitamos algún auxilio especial para nuestra vida cristiana, para vencer una dificultad, para conseguir nuestra propia salvación? Acudimos a los hermanos nuestros que ya están en el Cielo, a esos que llamamos Santos, y ellos nos prestan inmediata y generosa ayuda ante Dios.

O sea, que todos nos comunicamos toda la gracia, todo el amor, toda la fuerza, toda la virtud que cada uno tiene, y ponemos todos estos bienes a disposición de todos.
Y así será hasta que ya nadie necesite nada, hasta que nos encontremos todos en la vida futura, cuando ya no nos quedará otra cosa que comunicarnos sino la alegría de la misma gloria, de modo que la felicidad de cada uno será la felicidad de todos, y la felicidad de todos la gozará cada uno como felicidad propia.

La comunicación de los bienes dentro de la Iglesia nos hace ricos a todos. Nos sostiene en cada momento. Nos hace crecer en la vida de Dios. Nos asegura nuestra salvación… Al vivir en la Iglesia y morir en la Iglesia, ¡somos ricos porque sí!…

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