Crecer y más crecer…

23. octubre 2024 | Por | Categoria: Gracia

Todos sabemos la importancia que el crecimiento tiene en nuestra vida. Apenas ha venido un bebé al hogar, ¡hay que ver cómo la mamá lleva la cuenta —con cariño inexplicable— de los gramos que gana en peso y de los milímetros que aumenta en estatura!… Admiramos igualmente al campesino que contempla sin cansarse el crecimiento de la planta que surge y se levanta de la tierra…

Miramos ahora a Dios y su obra en nosotros, para preguntarnos: ¿se da esta ley en el orden de la Gracia? La vida sobrenatural, que Dios metió en nosotros por el Bautismo, ¿tiene también su crecimiento, o es algo estático, algo inamovible, algo que no se desarrolla más? Sintiéndola dentro de nosotros mismos, ¿nos hemos de cruzar de brazos, porque ya no hay nada que hacer, o hemos de alimentarla y cultivarla hasta que llegue a un desarrollo perfecto?

Desde un principio nos vamos a imaginar a Dios, que nos ha dado su propia vida, como a esa mamá que contempla embelesada a su bebé y cuenta así los gramos y los milímetros de su desarrollo. Dios mismo se está diciendo: y este mi hijo y esta mi hija, ¿cuándo llegarán a su talla y a su peso perfectos? O se dice como el agricultor: ¿cuándo esta planta me dará todo el fruto que espero?…
Todo esto no es pura imaginación nuestra. El apóstol San Pablo sueña con ver a los cristianos de Efeso  en el desarrollo perfecto que conviene a la edad de Cristo en su plenitud (4,13). Y quiere que los de Filipos aparezcan, como la planta a punto de la cosecha, repletos de frutos de santidad por medio de Jesucristo (1,11). Por lo mismo, eso de la mamá y el campesino contemplando al bebé o a la planta, es algo que retrata a perfección a Dios mirándonos con ilusión a los bautizados, que somos hijos suyos y cultivo y plantación de Dios, como dice el mismo Pablo a los de Corinto (1C. 3,9)

La Biblia nos dice ya en el Antiguo Testamento, con imagen bella: La senda de los justos es como una luz brillante, que va en aumento y crece hasta el mediodía (Proverbios 4,18)
Pero en Jesús y en los Apóstoles esta doctrina se hace apremiante de verdad.
Jesús nos dice: Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en mucha más abundancia (Juan 10,10). Y comentará el Apocalipsis: El que tenga sed, que venga; y el que quiera, que tome de balde el agua de la vida (22, 17 y 11). Como animándonos: Soy la fuente de la vida; no os contentéis con llenar un vasito o una jarrita, sino llenad a rebosar vasijas y cántaros, y, si queréis, hasta tanques cisternas… (Juan 4,34)
El apóstol San Pedro nos dirá por su cuenta: Id creciendo en la gracia (2P. 3,18)
Y el Apocalipsis nos apremiará de veras: El justo justifíquese más y más, y el santo que se santifique más y más también.
Esta verdad del crecimiento de la Gracia —o de la vida de Dios dentro de nosotros— es de lo más bello que nos enseña nuestra fe. Y hay cristianos que sienten verdadera pasión por aumentar la Gracia.

Por ejemplo, conocimos a un sacerdote muy especial. Regentaba una cátedra de profesor en el Seminario, nos brindaba a los Jóvenes algunas conferencias y alternaba sus horas entre la enseñanza, el estudio y la oración. Alto, grueso, de edad ya avanzada, le resultaba muy pesado el caminar. Sin embargo, al llegar  el sábado por la tarde, en verano lo mismo que en invierno y por mal tiempo que hiciera, vestido siempre de la clásica sotana, emprendía a pie el camino a través de la montaña para ayudar en una parroquia distante veinte kilómetros. Cuando regresaba el lunes a su puesto, siempre puntual a la clase, los cuarenta kilómetros entre ida y vuelta no le significaban nada, y decía a los alumnos: Aquí hubiera celebrado una Misa solamente; en aquella parroquia he celebrado dos. ¿Saben ustedes lo que significa una Comunión más en mi vida? ¿Calculan lo que me ha aumentado la Gracia y la Gloria?…

Sólo un hombre de fe podía hablar así. Y nos venía a explicar a los Jóvenes de nuestra Asociación —con el ejemplo y no con conferencias muy sabias— cómo nos llegaba a nosotros esa Gracia que a él le ilusionaba tanto y era su ideal.

Ante todo, la Gracia se nos aumenta con el cumplimiento fiel de los DEBERES. Nuestras obligaciones son voluntad de Dios, y sabemos decir como Jesús: mi pan es hacer la voluntad de mi Padre. De este modo, como nos dice San Pablo, sea que comamos o bebamos o hagamos cualquier otro menester, todo es para gloria de Dios y es un aumento de su vida en nosotros.
Además, Dios desciende a nosotros por los SACRAMENTOS, fuente primerísima de la Gracia. Cada Sacramento —la Eucaristía como la Confesión, el Matrimonio o la Unción Sagrada— nos llenan a rebosar
de la vida de Dios. Comulgar con frecuencia es recibir el colmo de la Gracia.
Y si los Sacramentos son la bajada de Dios hasta nosotros, la ORACION es la subida nuestra hacia Dios. Esa plegaria que tantas veces sale de nuestros labios significa un crecer continuo en la vida divina.
Por otra parte, las acciones tan variadas que ejercitamos en la Iglesia dentro de la Comunidad cristiana —con el culto, la caridad, el apostolado—, constituyen una obra de Cristo más que nuestra. Entonces, ¿cómo no se va a desarrollar con ellas la vida de Dios que ya llevamos dentro?…

El crecimiento es una ley de la vida, y no solamente un arrobamiento de la mamá ante el bebé o del agricultor ante la planta.
El que más ilusión tiene en el desarrollo de la vida de Dios que llevamos dentro por la Gracia es el mismo Dios, aunque los más interesados seamos nosotros mismos, pues ninguno quiere quedarse enanito… ¿Por qué no crecer siempre más y más?…

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