El amor, la fuente de la vida

22. octubre 2024 | Por | Categoria: Familia

Cuando aquellos científicos de Corea de Sur llegaron a clonar un embrión —¡ya teníamos al hombre no sólo de probeta, sino hechura total de la ciencia!— se alzó un clamor universal en contra de tales experimentos. Católicos y no católicos, la gente de a pie igual que los gobernantes, se opusieron como un muro a eso de que viniera al mundo un ser desprovisto de todo afecto humano. El mismo gobierno surcoreano negó toda financiación a los experimentos, que hubieron de suspenderse en absoluto (Todos los periódicos, en torno al 17 Dic. 1998)

La inmoralidad ha ido siempre muy lejos, pero esto que ahora se veía venir si no se detenía ese proceso científico, ya era pasarse de raya… Gracias a Dios que la reacción fue universal, y no creemos vuelva a revivir un experimento semejante.

La razón de esa inmoralidad hay que buscarla, ante todo y sobre todo, en que el acto más grande que realiza una persona, como es la de dar la vida a un nuevo ser humano, queda desprovisto totalmente del amor. La criatura que venga será hechura de la ciencia fría, no importará nada a nadie, y se habrá roto el proceso más sagrado que Dios ha impreso en la Naturaleza, como es el de la generación, confiada siempre a un acto de amor y realizada en amor.

Al querer hablar de la familia, este hecho nos lleva a hablar del amor como el primer embrión espiritual del hombre. El hombre viene del amor desde mucho antes de ser concebido en el seno de la madre.

Quitemos el amor, y no hay atracción alguna entre ese muchacho y muchacha adolescentes que se abren a la vida y que se van a buscar un día u otro.
Quitemos el amor, y no hay novios que sueñen bellamente, ni se quieran casar, ni que empiecen a preparar las primeras pajitas del nido.
Quitemos el amor, y no hay hombre y mujer que vivan en comunión de vida, ni se den en gozo íntimo, ni quieran traer al mundo un fruto de su amor ya maduro.
Quitemos el amor, y el bebé que ha llegado al hogar se encontrará sin el apoyo de un hombre que se mata en el trabajo por él, ni de esa mujer que es la maravilla más grande del amor creado por Dios.
Quitemos el amor, y no sabremos nunca descifrar el misterio del Dios Creador y Padre, que es amor, nos crea por amor, nos envuelve en el amor, derrama su propio amor en nuestros corazones y nos destina a vivir en el seno de su amor eterno.

Sin ese amor de Dios, el hombre sería mirado por el mismo Dios como una cosa más de la creación, como un mineral precioso, una planta galana o a lo más como un animal mejor dotado, pero nunca como una persona capaz de recibir y de dar amor. Entonces, su cuidado sobre nosotros lo podríamos medir con la expresión casi desdeñosa del apóstol San Pablo: ¿Acaso le importan mucho a Dios los bueyes?…
Sin ese amor, no se entendería el grito valiente de aquel militar en plena guerra mundial. Sus tres hijos corrían peligro de caer bajo el nacionalsocialismo o del comunismo. Y el padre, que se había jugado la propia vida por la patria, gritó vigoroso: ¿Mis hijos del Estado? ¡Mis hijos son míos, y yo no los doy!
Así pensadas las cosas, vemos que el amor es el primer factor de la persona humana. Si Dios creó al hombre varón y mujer, lo hizo para que el hombre sintiera, viviera y realizara —como en imagen y en gozo sin par— lo que es Dios en su vida íntima de Padre e Hijo y Espíritu Santo. El amor de Dios ha sido el origen primero del hombre.

Vendrá de aquí el mirar nosotros el amor como la cosa más sagrada que Dios nos ha dado y confiado.
Los esposos vivirán entre los dos, intensamente y de modo creciente, el amor que un día estrechó sus manos, fundió en una sus dos almas y unió para siempre sus corazones.
El fruto del amor que venga al hogar será mirado como el mayor tesoro que Dios les confía, y el niño acaparará todas las energías de los felices papás.
El adolescente y el joven, aprendido el amor en la escuela que gratuitamente frecuentaron siempre en el propio hogar, empezarán también a amar; formarán familia propia después, y el amor se irá desarrollando, multiplicando y ampliando en el mundo según todos los planes del Creador, complacido de lo bien que le habrá salido la obra más mimada de su manos…

Todo esto es muy poético, pero es también muy exigente.
Por eso precisamente —porque es tan bello, tan sagrado, tan serio— supo reaccionar el mundo ante lo que amenazaba tan gravemente y quería matar el amor en su propia raíz.
Y por eso también, cuando nosotros hablamos de la familia, sabemos poner el amor como el fundamento más sólido.
Los esposos, unidos siempre en un amor que no conoce fisuras.
Los niños, amados entrañablemente como los ama el mismo Dios, que en Jesucristo fue también un niño, más que adorado por María y por José.
Los hijos adolescentes y los jóvenes, mirados como el adolescente y el joven de Nazaret, saben abrirse al amor puro, noble y generoso que hará felices, fecundas y provechosas sus vidas.

La ciencia fría se ha empeñado a veces en ir contra la obra del Creador. Por el contrario, los científicos más serios y responsables, trabajan al servicio de Dios y del hombre. Nosotros, al defender, fomentar y formarnos en el amor, sabemos que somos colaboradores conscientes de Dios, y los primeros beneficiados también de cualquier progreso humano, querido y bendecido por Dios.

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