El Evangelio difícil

31. octubre 2024 | Por | Categoria: Oración

Hemos leído siempre con emoción en el Evangelio la palabra amorosa de Jesús: ¡Venid a mí, que soy manso y humilde de corazón! Y tomad mi yugo sobre vosotros. Porque mi yugo es suave y mi carga es muy ligera. A nosotros no nos extrañan estas palabras, que son de lo más tierno dicho por el Señor.
Pero no todos están conformes con ellas. Porque se dicen: ¿Es verdad eso de que el Evangelio es fácil? ¿Es cierto que el Evangelio contiene una carga ligera? ¿No hay preceptos —mandatos verdaderos, y no simples consejos— que son muy pesados y que exigen verdadero heroísmo?

Ocurrió en una de aquellas guerras religiosas del siglo dieciséis. Un oficial enemigo que había perdido la fe y caído en la herejía de los hugonotes, se presenta astutamente en la tienda de campaña del jefe, al que quiere asesinar. Descubierta la traición, el jefe católico le pregunta:
– ¿Y por qué me quería usted matar? ¿Es que le he ofendido yo en algo?
– No. Usted no me ha ofendido. Pero yo le odio, porque lo tengo por el enemigo mayor de mi fe.
– O sea, que usted me odia porque su fe le manda odiarme y matarme. Pues, mire, mi fe católica me manda perdonarle. Aunque sea usted un traidor, yo no lo mando ajusticiar. Vuélvase en paz a su campamento  (El Duque de Guisa)

¡Hay que ver con qué facilidad contamos un hecho de la historia como éste! Pero esa respuesta del militar entraña una valentía que solamente Jesucristo ha sido capaz de inspirar, de mandar y de exigir como condición para ser discípulos suyos.
El perdón del enemigo, de cualquiera que nos ha hecho un mal —del que nos aborrece y nos odia, del que nos difama y nos busca para perdernos—, es algo que está sobre nuestras fuerzas y requiere, para poderse cumplir, un auxilio muy grande de lo alto.
Hubo filósofos en la antigüedad que rechazaron de plano el perdón y a nadie se le ocurrió aplicarlo como un atributo a los dioses. Un dios de aquellos que hubiera perdonado a los hombres no les hubiera cabido en la cabeza y hubiera sido un dios despreciable.
Modernamente, el nazismo revivió esta filosofía, y decía, refiriéndose concretamente al perdón cristiano: El perdón es una debilidad y una indignidad, porque al enemigo se le odia y se le extermina.

Viene sin embargo Jesucristo, y ahí lo tenemos ofreciendo a la humanidad pecadora el perdón de Dios su Padre.
Y para que nadie le diga que sabe mandar pero no cumplir, colgado en la cruz implora clemencia para sus asesinos y para quienes se burlan de El en momentos tan trágicos, y hasta los excusa alegando su ignorancia: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.
Jesucristo ha pedido y va a exigir el heroísmo del perdón, y en este mandamiento, más que en ningún otro, El se pone delante con el ejemplo, porque sabe que nos pide casi un imposible.
Al mandamiento del perdón se le ha llamado el evangelio difícil. Aunque es un mandamiento que los discípulos de Cristo abrazamos con toda generosidad.

Los sentimientos de la naturaleza pueden gritar muy alto. El dolor puede ser desgarrador. La injuria recibida puede quizá destrozar nuestra vida. Pero la gracia de Dios se impone y con esa ayuda divina se hace hasta fácil lo que parecía un imposible.
Es cierto que muchos no saben perdonar, pero es porque no quieren, no porque les falte la fuerza de Dios. Podemos contraponer como ejemplo a dos madres.
Una de ellas estaba desesperada porque unos compañeros desleales le habían matado al hijo adolescente. Los periódicos italianos se lamentaban de que la madre no conocía la palabra perdón, porque repetía furiosa:
– Quiero ver al asesino arder en la plaza. Quisiera mirarlo a los ojos y después prenderle fuego delante de todos, y ver en su cara cómo sufre. Quiero al asesino… (Il Messaggero, 24-XI-1998)

Todo eso será muy natural en una madre pagana. Pero no es nada cristiano.
La otra madre, cristiana de verdad, se portó de manera muy diversa. Cuando le trajeron del frente el cuerpo del hijo destrozado por la metralla, lo recibió sobre sus rodillas, y su resignación, sus palabras de perdón y su oración silenciosa eran la representación viviente de María en el Calvario. Tanto, que arrancó este comentario tan certero: Si parece la Piedad de Miguel Angel reproducida en vivo…

Jesús es terminante: Amad a vuestros enemigos. Perdonad para ser perdonados. Porque vais a ser medidos con la misma medida que usáis vosotros (L.6,27-38)
Nuestra norma es el mismo Dios, que nos amó y nos perdonó cuando éramos enemigos suyos.
El que perdona cumple ciertamente el evangelio más difícil de Jesús. Pero, además, se hace en todo semejante a Dios y demuestra que tiene un alma grande, superior de verdad. Nunca muestra Dios más su omnipotencia y su grandeza que cuando perdona. Y nunca un hombre o una mujer se muestra más grande que cuando abre su corazón y perdona a quien no merecería más que venganza y desprecio.
Porque sólo el corazón generoso es capaz de perdonar.
Sólo el que tiene un alma espléndida se abraza con el heroísmo del perdonar y del olvidar.
Sólo el que lleva a Dios dentro está dispuesto a actuar como actúa Dios con quienes le ofenden: que los perdona, los estrecha entre sus brazos y los mete en su casa para celebrar un banquete y una fiesta que no terminarán nunca…

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